Luego de la “brillante” victoria en Ayacucho, librada el 9 de diciembre de 1824, Simón Bolívar elevó inmediatamente al general Antonio José de Sucre, que está por cumplir apenas los 30 años, al rango de Gran Mariscal.
El General Antonio José de Sucre nació en la ciudad de Cumaná, en las provincias de Venezuela, el 3 de febrero de 1795, de padres ricos y distinguidos.
Recibió su primera educación en la capital de Caracas. En el año de 1808 principió sus estudios en Matemática para seguir la carrera de ingenieros. Empezada la revolución se dedicó a esta arma y mostró desde los primeros días una aplicación y una inteligencia que lo hicieron sobresalir entre sus compañeros.
Muy pronto empezó la guerra, desde luego el General Sucre salió a campaña. Sirvió a las órdenes del General Miranda con distinción en los años 11 y 12. Cuando los generales Mariño, Piar, Bermúdez y Valdés emprendieron la reconquista de su patria, en el año de 13, por la parte oriental, el joven Sucre los acompañó a una empresa, la más atrevida y temeraria.
Apenas un puñado de valientes, que no pasaban de ciento, intentaron y lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor. En los célebres campos de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores.
Quinientos paisanos armados, mandados por el intrépido Piar, destrozaron ocho mil españoles en tres combates en campo raso. El General Sucre era uno de los que se distinguían en medio de estos héroes.
El General Sucre sirvió al Estado Mayor General del Ejército de Oriente desde el año de 14 hasta el de 17, siempre con aquel celo, talento y conocimientos que los han distinguido tanto.
Él era el alma del ejército en que servía. Él metodizaba todo; él lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia, con que hermosea cuanto ejecuta.
Su adhesión al Libertador y al Gobierno lo ponía a menudo en posiciones difíciles, cuando los partidos domésticos encendían los espíritus.
Después de la Batalla de Boyacá, el General Sucre fue nombrado jefe del Estado Mayor General Libertador, cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. Él será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho.
Luego fue destinado desde Bogotá a mandar la división de tropas que el Gobierno de Colombia puso a sus órdenes para auxiliar a Guayaquil que se había insurreccionado contra el Gobierno español. Allí Sucre desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz.
Dos derrotas consecutivas pusieron a Guayaquil al lado del abismo. Todo estaba perdido en aquella época: nadie esperaba salud, sino en un prodigio de la buena suerte. Pero el General Sucre se hallaba en Guayaquil, y bastaba su presencia para hacerlo todo. El pueblo deseaba librarse de la esclavitud: el General Sucre, pues, dirigió este noble deseo con acierto y con gloria.
Triunfa en Yaguachi, y libró así a Guayaquil. Después un nuevo ejército se presentó en las puertas de esta misma ciudad, vencedor y muy fuerte. El General Sucre lo conjuró, lo rechazó sin combatir. Su política logró lo que sus armas no habrían alcanzado. La destreza del General Sucre obtuvo un armisticio del General español, que en realidad era una victoria.
Gran parte de la Batalla de Pichincha se debe a esta hábil negociación; porque sin ella aquella célebre jornada no habría tenido lugar. Todo habría sucumbido entonces, no teniendo a su disposición el General Sucre medios de resistencia.
El General Sucre formó, en fin, un ejército respetable durante aquel armisticio con las tropas que levantó en el país.
Bolívar en un mural que adorna Palacio Quemado de La Paz.
La Campaña terminó la guerra del Sur de Colombia, fue dirigida y mandada en persona por el General Sucre; en ella mostró sus talentos y virtudes militares; superó dificultades que parecían invencibles; la naturaleza le ofrecía obstáculos, privaciones y penas durísimas: más a todo sabía remediar su genio fecundo.
La Batalla de Pichincha consumó la obra de su celo, de su sagacidad y de su valor. Entonces fue nombrado, en premio de sus servicios, General de División e Intendente del Departamento de Quito. Aquellos pueblos veían en él su Libertador, su amigo.
La pertinaz ciudad de Pasto se subleva poco después de la capitulación que les concedió el Libertador, con una generosidad sin ejemplo en la guerra. Sin embargo, este pueblo ingrato y pérfido obligó al General Sucre a marchar contra él, a la cabeza de unos batallones y escuadrones de la guardia colombiana.
Los abismos, los torrentes, los escarpados precipicios de Pasto fueron franqueados por los invencibles de Colombia. El General Sucre los guiaba, y Pasto fue nuevamente reducido al deber.
El General Sucre, bien pronto, fue destinado a una doble misión militar y diplomática cerca de este gobierno, cuyo objeto era hallarse al lado del presidente de la República para intervenir en la ejecución de las operaciones de las tropas colombianas auxiliares del Perú.
El General Sucre tenía órdenes positivas de su Gobierno de sostener al Perú, pero de abstenerse de interferir en sus diferencias intestinas; esta fue su conducta invariable, observando religiosamente sus instrucciones.
Las operaciones del General Santa Cruz en el Alto Perú habían empezado con buen suceso y esperanzas probables.
El General Sucre había recibido órdenes de embarcarse con cuatro mil hombres de las tropas aliadas hacia aquella parte.
Abre sus comunicaciones con el General Santa Cruz que se hallaba en el Alto Perú; a pesar de no recibir demanda alguna de dicho General, de auxilios, dispone todo para obrar inmediatamente contra el enemigo común.
Sus tropas habían llegado muy estropeadas, como todas las que hacen la misma navegación; los caballos y bagajes, había costado una inmensa dificultad obtenerlos; las tropas de Chile se hallaban desnudas, y debieron vestirse antes de emprender una campaña rigurosa. Sin embargo, todo se ejecutó en pocas semanas.
Ya la división del General Sucre había recibido parte del General Santa Cruz, que la llamaba en su auxilio, y algunas horas después de la recepción de este parte estaba en marcha.
El General Sucre tuvo una entrevista con el General Santa Cruz en Moquegua, y allí combinaron sus ulteriores operaciones. La división que mandaba el General Sucre vino a Pisco y de allí pasó, por orden del Libertador, a Supe para oponerse a los planes de Riva-Agüero que obraba de concierto con los españoles.
En estas circunstancias el General Sucre instó al Libertador porque le permitiese ir a tomar el valle de Jauja con las tropas de Colombia, para oponerse allí al General Canterac, que venía del Sur. Riva-Agüero había ofrecido cooperar a esta maniobra más su perfidia pretendía engañarnos.
El General Sucre dio en aquel momento un brillante testimonio de su carácter generoso.
El General Sucre combatió con suceso a todos los adversarios de la buena causa; escribió con sus manos resmas de papel para impugnar a los enemigos del Perú y de la libertad; para sostener a los buenos, y para confortar a los que comenzaban a desfallecer por los prestigios del error triunfante.
El General Sucre escribía a sus amigos que más interés había tomado por la causa del Perú, que por la que fuese propia o perteneciese a su familia.
Este General tomó al mismo tiempo a su cargo la dirección de los preparativos que produjeron el efecto maravilloso de llevar el ejército al valle del Jauja por encima de los Andes, helados y desiertos.
Para el General Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria le parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón: él es el General del soldado.
Cuando el Libertador lo dejó encargado de conducir la campaña durante el invierno que entraba, el General Sucre desplegó todos los talentos superiores que lo habían conducido a obtener la más brillante campaña de cuantas forman la gloria de los hijos del nuevo mundo.
La Batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado.
El General Sucre es el Padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el Imperio de los Incas. La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Cápac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada.
La Paz/AEP