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Del auge a la fractura: dos décadas del MAS y el balotaje inédito sin una fuerza progresista

Por primera vez, desde 2005, las siglas de izquierda, de acuerdo con las proyecciones preliminares, no forman parte del bloque principal de la competencia en las elecciones.

Todos los sondeos previos al verificativo auguraban el fin de dos décadas de dominio del Movimiento Al Socialismo (MAS) y, en el extremo, la pérdida de su personería y sigla.

La izquierda llegó dividida a las urnas el 17 de agosto: el MAS postuló a Eduardo Del Castillo, exministro con nula intención de voto según encuestas cuestionadas por todos los frentes, mientras Andrónico Rodríguez, de Alianza Popular, fue perdiendo tracción en la recta final.

En ese cuadro, con ocho candidaturas y un voto fragmentado —siete no superaron el 30%, según los resultados preliminares de Red UNO y Unitel—, el país se encamina a una segunda vuelta el 19 de octubre, salvo que el cómputo final modifique ese escenario. Para evitar el balotaje, un postulante debía lograr 50% + 1 o 40% con 10 puntos sobre el segundo. La posesión está fijada para el 8 de noviembre y el mandato se extenderá hasta 2030.

El quiebre del MAS se explica por la disputa abierta entre sus dos principales liderazgos: Evo Morales y Luis Arce.

Desde el Legislativo, Morales impulsó acciones para debilitar la gestión de su sucesor, bloqueando la aprobación de créditos internacionales ya gestionados y promoviendo bloqueos de carreteras que derivaron en pérdidas millonarias para el país.

Estas tensiones fracturaron la bancada oficialista en tres facciones y profundizaron la ruptura entre el expresidente y el mandatario en ejercicio.

Luego de años de victorias consecutivas, el oficialismo entró en una pugna estratégica y territorial que dejó al electorado progresista sin una candidatura de consenso.

Morales —que mantiene como bastión el trópico de Cochabamba— no compitió por restricciones constitucionales y legales; sobre él pesa una orden de aprehensión por presuntos delitos sexuales que los niega.

Desde el Chapare promovió el voto nulo y, en la víspera de la elección, declaró a AP que desconoce qué hará ante la posibilidad de una detención si triunfa la derecha: “Estoy en la mira del imperio y de la derecha”, dijo.

En paralelo, Arce apostó por renovar el liderazgo, pero el MAS no consiguió articular un mensaje unificado ni retener su histórico voto duro.

PUGNA

La trayectoria electoral del MAS ayuda a dimensionar el punto de inflexión.

En 2005, Morales ganó por primera vez la Presidencia con 53,7%; en 2009, ya con la nueva Constitución, fue reelecto con 64,2%; y en 2014 obtuvo 61,3%.

La crisis de 2019 derivó en la anulación del proceso y la salida de Morales del poder, asumido de forma inconstitucional por la senadora Jeanine Añez.

Con nuevas elecciones en 2020, Luis Arce devolvió al MAS al Gobierno con 55,1%.

En todas esas citas, el oficialismo superó con holgura los umbrales que ahora activan el balotaje.

En ese contexto, de confirmarse esa posibilidad, será la primera vez que Bolivia defina su presidencia en segunda vuelta desde la vigencia de la Constitución  de 2009.

El presente ciclo, sin un polo dominante y con una izquierda rota, marca el tránsito del MAS desde la hegemonía a la competencia abierta solo entre facciones políticas conservadoras y ninguna progresista.

El Tribunal Supremo Electoral convocó a 7,94 millones de ciudadanos a votar en un clima de polarización, con el oficialismo defendiendo su legado y la oposición buscando capitalizar el desgaste.

El desenlace del 19 de octubre —entre las dos candidaturas más votadas— no solo definirá quién gobernará hasta 2030, también ordenará el mapa progresista rumbo a las elecciones subnacionales del próximo año y dirá si el MAS logra recomponerse o confirma su declive.

SIN PROTAGONISMO

En el verificativo electoral de ayer, según proyecciones preliminares, las fuerzas progresistas quedaron relegadas a un segundo plano en el escenario político.

Entre los ocho binomios presidenciales en competencia, ninguno de los postulantes de izquierda logró ubicarse entre las cuatro primeras fuerzas con mayor votación.

La fragmentación de candidaturas y la pugna interna entre el Movimiento Al Socialismo (MAS) y las corrientes disidentes terminaron dispersando el voto que históricamente les garantizó protagonismo.

El resultado marca un hecho inédito desde el triunfo del MAS en 2005: por primera vez las siglas progresistas no forman parte del bloque principal de competencia rumbo a la segunda vuelta.

La imposibilidad de consolidar una propuesta unitaria debilitó su peso electoral y abrió paso a partidos de centro y derecha, que se ubicaron en las posiciones de vanguardia en esta elección decisiva.

AEP

Política
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