Convivir en un mundo en transformación

La política exterior boliviana enfrenta hoy el desafío de redefinir su presencia en un escenario internacional complejo, marcado por tensiones geopolíticas, transiciones económicas y nuevas disputas tecnológicas. En este contexto, las palabras del canciller Fernando Aramayo invitan a una reflexión profunda sobre el rumbo que el país busca construir: “Hay una diferencia sustantiva entre convivir y coexistir, vamos a convivir, vamos a interactuar con quienes compartimos valores y principios, pero eso no significa que dejemos de dialogar y tener algún tipo de entendimiento con quienes no necesariamente comparten estos principios y valores”.

Esta afirmación, lejos de ser un matiz semántico, expresa una visión de Estado que reconoce que la identidad diplomática no se define únicamente por las afinidades, sino también por la capacidad de tender puentes. Convivir implica construir, participar y proyectarse junto a quienes comparten nuestra mirada del mundo, pero también mantener los canales abiertos con quienes piensan distinto. Supone compromiso, coherencia y, sobre todo, voluntad de aportar a la estabilidad global sin renunciar a los principios fundamentales del país.

El canciller Aramayo ha remarcado, además, que esta nueva etapa busca “dar certidumbre”, alejándose de gestiones puramente protocolares o simbólicas. “No a hacer turismo”, dijo con claridad, subrayando que la política exterior debe ser una herramienta real para atraer oportunidades, inversiones y cooperación. En un entorno donde las decisiones internacionales repercuten de forma inmediata en lo económico, lo productivo y lo social, esa orientación hacia los resultados prácticos no es solo deseable; es imprescindible.

Bolivia ingresa así en un momento que exige una diplomacia proactiva, moderna y estratégica. Convivir con quienes comparten nuestros valores significa fortalecer alianzas regionales y multilaterales basadas en la complementariedad, la equidad y el respeto mutuo. Pero dialogar con quienes no comparten esos valores significa reconocer que la interdependencia global no permite aislamientos y que incluso las diferencias pueden convertirse en oportunidades si se gestionan de manera propositiva.

Esta visión esperanzadora no se sostiene únicamente en el discurso, sino en la convicción de que el país tiene mucho que aportar. La riqueza cultural, energética, ambiental y humana de Bolivia ofrece ventajas únicas en temas cruciales para el futuro del planeta, como transición energética, defensa de la biodiversidad, seguridad alimentaria y diplomacia para la paz. Convertir esas fortalezas en proyectos concretos será la prueba más clara de esta nueva era diplomática.

La convivencia, como la plantea la Cancillería, es también una invitación a mirar hacia adentro. Para proyectar certidumbre al mundo, Bolivia debe cultivar cohesión, estabilidad y diálogo interno.

En tiempos en los que la confrontación parece imponerse sobre la cooperación, Bolivia elige un camino distinto, el de la interacción constructiva, el entendimiento y la búsqueda permanente de puntos de encuentro.

La política exterior que hoy se perfila ofrece una hoja de ruta optimista. No exenta de desafíos, pero cargada de posibilidades. En ese horizonte, Bolivia puede convertirse en un actor que, desde su identidad plural y su vocación pacífica, contribuya a un mundo donde convivir —y no solo coexistir— sea una aspiración alcanzable.

AEP

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