El presidente Luis Arce no solo ha puesto al descubierto las contradicciones del “eterno candidato” Samuel Doria Medina, uno de los políticos más oportunistas de la historia reciente boliviana, sino que ha planteado una disyuntiva fundamental para el futuro del país: elegir en las elecciones de 17 de agosto entre un liderazgo comprometido con el pueblo boliviano o sucumbir ante las promesas vacías de un multimillonario que pretende aplicar la misma receta neoliberal que sumió al país en la crisis de principios de siglo.
La denominación de "eterno candidato" que el presidente Arce aplica a Doria Medina es el reflejo de una realidad política que los bolivianos conocen bien.
Samuel Doria Medina representa la esencia del político oportunista que cambia de discurso, según las conveniencias electorales, pero que mantiene invariablemente su esencia neoliberal y su compromiso con los intereses de las élites económicas.
La contradicción señalada por el mandatario es tan evidente que resulta casi insultante para la inteligencia del pueblo boliviano. ¿Cómo puede alguien que ordenó "paralizar la aprobación de créditos" presentarse ahora como el salvador de una crisis económica que él mismo contribuyó a crear? ¿Cómo puede criticar al Gobierno por solicitar financiamiento externo y luego admitir que sin financiamiento externo es imposible avanzar?
Esta no es solo una inconsistencia política, es la demostración de que Doria Medina carece de cualquier principio coherente más allá de su ambición personal de llegar al poder. Su alianza con sectores evistas para sabotear la gestión gubernamental y, luego, presentarse como alternativa revela una mentalidad maquiavélica que antepone el cálculo electoral al bienestar nacional.
En contraste con el oportunismo del multimillonario empresario, el presidente Luis Arce ha demostrado una coherencia en su visión de desarrollo para Bolivia. Su experiencia como arquitecto del llamado "milagro económico boliviano" no es un slogan, sino una realidad histórica documentada que contrasta con las promesas vacías del empresario.
Cuando Arce señala que "luego de los 100 días veremos quién es el incapaz", expone la frivolidad de quienes pretenden resolver problemas complejos con soluciones de marketing político.
La gestión económica no es un espectáculo de 100 días, sino un proceso sostenido que requiere visión estratégica, coherencia política y, sobre todo, compromiso genuino con el pueblo boliviano.
La advertencia de Arce sobre la "receta neoliberal a costa de miles de desempleados e ingresos congelados" no es retórica política, sino la voz de la experiencia histórica.
Los bolivianos ya conocieron lo que significa entregar el país a los multimillonarios que prometen eficiencia empresarial, pero que, en la práctica, aplican políticas que benefician exclusivamente a las élites económicas.
El neoliberalismo que representa Doria Medina no es una opción técnica neutra, sino un proyecto político que implica la privatización de empresas públicas, la flexibilización laboral, la reducción del gasto social y la subordinación de la economía nacional a los intereses del capital transnacional.
Sus "100 días" no serían de recuperación económica, sino de demolición sistemática de los avances sociales y económicos conquistados por el pueblo boliviano.
La propuesta de Doria Medina de resolver la crisis económica en 100 días no solo es técnicamente imposible, sino que revela una comprensión superficial de los desafíos económicos bolivianos.
Los problemas estructurales que enfrenta el país no surgieron de la noche a la mañana ni pueden resolverse con medidas cosméticas diseñadas para impresionar a la opinión pública.
El hecho de que el mismo candidato que saboteó la aprobación de créditos externos ahora prometa soluciones milagrosas basadas en financiamiento externo evidencia no solo su hipocresía, sino también su incapacidad para comprender las complejidades de la gestión económica.
Esta contradicción no es un simple error de comunicación, es la demostración de que Samuel Doria Medina carece de cualquier plan coherente más allá de llegar al poder.
La elección del 17 de agosto es clara: continuidad en el modelo de desarrollo que ha demostrado su efectividad, o retorno a las políticas que sumieron al país en la crisis y la exclusión.
AEP