Aunque volvió la presencialidad una vez superada la pandemia, el arte titiritero continúa enfrentando precariedad y desvalorización cultural.
La adaptación a la virtualidad
La pandemia transformó radicalmente las formas de trabajo, y el mundo del teatro de títeres no fue la excepción. Una forma de arte que se nutre esencialmente de lo presencial se vio obligada a adaptarse a espacios virtuales, donde la inmediatez y la superficialidad se convirtieron en la norma. Para muchos titiriteros, especialmente aquellos a quienes les costó acomodarse a estos nuevos paradigmas, mantener sus actividades a flote fue un desafío enorme, lo que impactó no solo en sus trabajos, sino también en su economía familiar.
2. El retorno a la presencialidad y sus limitaciones
Con el fin del encierro, llegó una nueva etapa: la presencialidad con restricciones. La distancia social, la falta de contacto físico y la necesidad de trabajar en espacios abiertos con aforos limitados marcaron esta fase. A esto se sumó la desidia institucional, que ya venía mostrando un claro desinterés por el arte como herramienta de pensamiento. A pesar de las dificultades, muchos creyeron que, con el tiempo, todo volvería a la normalidad y podrían retomar las estrategias que siempre les habían permitido superar obstáculos.
3.La reactivación cultural
Sin embargo, la esperada reactivación cultural nunca llegó. Años después de la pandemia, el desinterés por el arte y la cultura sigue siendo evidente. Los espacios para el arte no se han recuperado, ni se han amplificado y la democratización del acceso a la cultura sigue siendo una promesa incumplida. En un momento en el que más que nunca se necesita del arte para pensar, sentir y conectar, las instituciones parecen ignorar su valor.
4. Los desafíos preexistentes y su agravamiento
Los problemas del teatro de títeres no son nuevos. Antes de la pandemia, los festivales de títeres en Bolivia ya eran escasos, los teatros inaccesibles y las escuelas reacias a abrir sus puertas a este tipo de expresiones artísticas. Las calles y plazas, por su parte, estaban controladas por autoridades que priorizaban el “orden” sobre la creatividad. La pandemia no hizo más que agravar estas condiciones, sin que cambiara la mirada despectiva de los organismos públicos hacia el teatro de títeres.
5.Apoyo institucional: ¿inversión o caridad?
En una ocasión, un funcionario le dijo a un grupo de titiriteros —que venían organizando un festival internacional— que el Estado no era un banco, y, aunque estuvieron de acuerdo, el problema radica en que las autoridades ven a los artistas como mendigos que buscan vivir del Estado. Esto refleja una confusión entre inversión pública y caridad. El Estado no debe ser la fuente principal de ingresos de los artistas, pero sí tiene la responsabilidad de apoyar emprendimientos culturales que generan espacios de divulgación artística y pensamiento crítico.
6. El arte como derecho y su valor social
Los presupuestos asignados al arte siempre han sido insuficientes, pero lo que preocupa es que tienden a desaparecer. Sin embargo, el arte no es un lujo, sino un derecho que la sociedad debe exigir junto con el trabajo, la salud y la educación. El esparcimiento, lo lúdico y el pensamiento son esenciales para formar individuos integrales, críticos y empáticos. El apoyo del Estado no se trata solo de financiar proyectos, sino de reconocer el valor social del arte, un valor que no puede medirse en términos económicos y que, por lo tanto, resulta peligroso para los poderosos.
7. La política cultural y la necesidad de una mirada filosófica
Entender la política cultural solo desde el aspecto económico es no entenderla en absoluto. Los políticos actuales hablan en términos jurídicos y económicos, pero carecen de una visión filosófica que busque la felicidad y el bienestar colectivo. El arte es una forma de felicidad, y eso asusta a quienes detentan el poder, por lo que prefirieren disfrazarlo de banalidad. Es urgente que los políticos comprendan que el arte no es un gasto, sino una inversión en humanidad.
8. El arte por una sociedad más humana
El teatro de títeres, como muchas otras formas de arte, enfrenta desafíos históricos que se han agravado con la pandemia y la falta de apoyo institucional. Sin embargo, su valor como herramienta de pensamiento, conexión y felicidad sigue siendo incuestionable. Es responsabilidad de todos, pero especialmente de las instituciones públicas, reconocer y apoyar este arte, no como un acto de caridad, sino como un derecho esencial para construir una sociedad más crítica, sensible y humana.