Esta frase de Emma Goldman (1869-1940) revela una profundidad crítica que trasciende los debates feministas de su época y continúa vigente en las discusiones actuales.
En ella no niega el valor del amor, el compromiso o la maternidad, sino que llama a descolonizar estas experiencias de las formas de dominación patriarcal que las han tergiversado. Su crítica apunta a una confusión común: asumir que todo vínculo afectivo o reproductivo es automáticamente opresivo. Lo que Goldman propone es más complejo: la opresión no está en el acto de amar o maternar, sino en las condiciones sociales, políticas y culturales que convierten estos actos en deberes, sacrificios o prisiones.
Desde esta perspectiva, nos obliga a ir más allá de la dicotomía simplista entre “libertad” e “intimidad”, “feminismo” y “familia”. Ser madre, ser amada o comprometerse con alguien no debería significar renunciar a la autonomía. Lo que está en juego es quién define esas experiencias, con qué normas, con qué fines y desde qué lugar de poder. Esta crítica conecta con el feminismo latinoamericano actual. Por ejemplo, Rita Segato ha señalado que el patriarcado no se basa solo en dominar a las mujeres, sino en “administrar sus cuerpos, su tiempo y su deseo”. Así el desafío está en repolitizar lo íntimo sin caer en su negación. La ruptura está en defender el derecho a amar sin miedo, a romper con el amor romántico sin renunciar al afecto, a construir maternidades rebeldes y no obedientes.
Emma Goldman, anarquista lituana nacionalizada estadounidense, fue una de las figuras más influyentes del pensamiento libertario y feminista del siglo XX. Su legado desafía no solo al capitalismo y al Estado, sino también al patriarcado, al autoritarismo moral y a las formas tradicionales de organización política. Lejos de ser una figura histórica congelada en su época, sus ideas resuenan profundamente en los movimientos feministas latinoamericanos actuales, que también apuestan por la autonomía, la libertad y la desobediencia como principios fundamentales de transformación.
Goldman no entendía el anarquismo como caos, sino como una propuesta de orden social basada en la libertad individual, la cooperación voluntaria y la abolición de las jerarquías. Para ella, “el anarquismo representa la liberación de la mente humana del dominio de la religión; la liberación del cuerpo humano del dominio de la propiedad; la liberación de las cadenas y restricciones del gobierno”.
Desde esta perspectiva no solo criticó al Estado y al capitalismo, sino también a las estructuras que oprimen desde lo íntimo, como el matrimonio, la moral sexual impuesta y la maternidad obligatoria. Rechazó la idea de que las mujeres debían encontrar su realización en la maternidad o el sacrificio, y defendió con vehemencia el amor libre, el acceso a métodos anticonceptivos y la autonomía sobre el cuerpo.
El pensamiento de Goldman dialoga profundamente con el feminismo latinoamericano que, desde su raíz decolonial y popular, ha cuestionado las formas institucionales del poder y ha hecho de la autonomía un eje político. María Galindo, del colectivo Mujeres Creando, afirma: “No queremos ser iguales al hombre en este mundo de mierda. Queremos otro mundo y otra vida”. Esta frase conecta con la crítica de Goldman al sufragismo reformista que buscaba insertar a las mujeres en un sistema de dominación, sin cuestionar sus bases.
Del mismo modo, Julieta Paredes, feminista comunitaria aimara, señala: “No queremos un feminismo que nos convierta en opresoras de nuestros propios pueblos. Queremos un feminismo que libere desde la comunidad”. Este planteamiento recuerda a Goldman cuando denunciaba que las mujeres que accedían al poder dentro del sistema podían convertirse en nuevas reproductoras de la opresión si no rompían con la lógica del poder en sí misma.
Por su parte, Segato ha sido clara en su crítica al poder punitivista del Estado: “El derecho penal no empodera a las mujeres. No las protege. Solo reproduce el orden patriarcal”. Goldman anticipó esta visión cuando cuestionó las leyes como mecanismos al servicio de las élites, defendiendo que la libertad no se garantiza desde el castigo, sino desde la transformación cultural y ética.
Emma Goldman vivió y militó con una coherencia radical. Fue arrestada en múltiples ocasiones por defender el control de la natalidad, por criticar la guerra, por promover huelgas obreras o por negarse a silenciarse ante las injusticias. Para ella, el feminismo no podía separarse del anarquismo, porque ambos apuntaban a destruir las estructuras de dominación que niegan la autonomía individual.
“Nuestro feminismo no pide permiso. No se acomoda. No espera que el sistema lo apruebe. Es callejero, sucio, contestatario y libre”. En ese sentido, tanto Galindo como Goldman coinciden en entender el feminismo como una praxis que rompe con los moldes, que desobedece, que se inscribe en los cuerpos, las calles y la vida cotidiana.
La lucha por la libertad, el rechazo al poder instituido y la defensa del deseo como motor de emancipación continúan vigentes en los feminismos populares y radicales de América Latina. En tiempos de regresiones autoritarias, fundamentalismos religiosos y represión estatal volver a estas reflexiones es un acto de rebeldía, pero, además, de esperanza. No buscamos reformas parciales, sino revoluciones de la vida.
Por: Soledad Buendía Herdoíza/