Miguel Clares

El k’encha eterno de la política

Hay personajes en la política boliviana que parecen no entender la lección que el pueblo ya les dio incontables veces.

Uno de ellos es Samuel Doria Medina, ese empresario convertido en político que, elección tras elección, insiste en aparecer en la boleta como si no se diera cuenta de que la ciudadanía lo considera un verdadero k’encha, un político que nunca gana nada, pero que tampoco se cansa de perder.

Porque seamos claros, si hasta hoy Samuel no pudo conquistar la confianza de la mayoría, no es por mala suerte ni porque Bolivia sea “ingrata” con él. Es porque el pueblo conoce bien su historia, sus negocios turbios y cómo se aprovechó de la patria para levantar su fortuna. El fracaso electoral no es casualidad, es consecuencia.

Decir que Samuel es k’encha no es solo por sus derrotas en las urnas. Es k’encha porque representa todo lo que Bolivia ya no quiere, políticos empresarios que usaron al Estado como trampolín para enriquecerse, que entregaron empresas estratégicas y que hoy se presentan como si fueran salvadores. El país tiene memoria y por eso lo rechaza una y otra vez.

En los últimos años, lo vimos intentar aliarse con todos y contra todos, con la derecha, con los “independientes”, con quien sea. Y, aun así, nada. Samuel es el ejemplo perfecto de cómo se puede tener dinero, medios y recursos, pero seguir siendo un completo k’encha en política porque carece de lo más importante: credibilidad.

Bolivia no quiere más ladrones de la patria disfrazados de candidatos. No quiere más caras conocidas que lucraron con el esfuerzo del pueblo y que hoy se pasean como si fueran una opción real. Lo que Samuel no entiende es que ya no vivimos en los tiempos donde bastaba una billetera gorda para comprar la conciencia del pueblo.

Cada elección es la misma historia: él aparece con alguna propuesta supuestamente “innovadora”, se presenta con aire de empresario exitoso y termina nuevamente en el rincón del fracaso. Y claro, el país entero vuelve a recordar lo mismo: su fortuna no nació del esfuerzo limpio ni del sudor honesto, sino que se aprovechó de la patria.

El pueblo boliviano no es tonto. Puede perdonar errores, pero no perdona el saqueo. Por eso Samuel no logra ganar nada. Porque la gente sabe que no se puede confiar en quien una vez se aprovechó de los bienes del Estado, en quien construyó su riqueza a costa de lo que era de todos. Su condena es la derrota eterna.

Y aunque él mismo no lo quiera aceptar, el título ya lo tiene asegurado: el k’encha eterno de la política boliviana. Ese que nunca gana, que siempre pierde, y que, lo peor de todo, no se da cuenta de que ya nadie lo toma en serio.

Bolivia merece nuevos liderazgos, gente comprometida con el pueblo, no viejos lobos de la política que ya demostraron de qué madera están hechos. Samuel Doria Medina no es opción, es pasado, es fracaso y es sinónimo de oportunismo.

El país debe cerrar la puerta a los ladrones de la patria, a los que se enriquecieron con lo ajeno, y a los que todavía creen que pueden engañarnos. Samuel seguirá insistiendo, pero Bolivia ya lo decidió hace mucho que ese k’encha no tiene cabida en el futuro.

Por: Miguel Clares/

Tribuna
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