Miguel Clares

El precio de ceder

Cada tanto, como un mal recuerdo que vuelve disfrazado de promesa, aparece el Fondo Monetario Internacional (FMI). Algunos lo presentan como la solución mágica: el que trae plata, el que da “confianza”, el que “corrige desequilibrios”. Pero lo que no dicen —porque prefieren olvidarlo— es que el precio de esa plata es siempre el mismo: el hambre del pueblo.

El FMI no viene solo con dólares. Viene con recetas. Viene con ideas que no conocen el mercado, ni el campo, ni la calle. Viene con condiciones que suenan técnicas pero que se traducen, una y otra vez, en despidos, recortes, privatizaciones y sacrificios para los de abajo. Nunca para los de arriba.

En Bolivia ya sabemos lo que es vivir bajo su sombra. Sabemos lo que es obedecer programas de ajuste que destruyen lo que se ha construido. Y también sabemos lo que es salir de su tutela y empezar a crecer con soberanía, con políticas propias, con un modelo que prioriza a la gente, no a los acreedores.

Por eso alarma que algunos políticos y analistas, cada vez más abiertamente, propongan que Bolivia vuelva a caer en sus manos. Lo hacen con un discurso maquillado, hablando de “credibilidad”, “normalización”, “señales al mercado”. Pero en el fondo, lo que buscan es lo de siempre: entregar el país para que otros decidan por nosotros.

No se trata de ideología, se trata de memoria. Argentina, con el reciente acuerdo de USD 20.000 millones, es el ejemplo más claro. ¿Qué vino con ese dinero? Incremento de precios, colapso social, entre otros. Mientras algunos aplauden la “libertad cambiaria”, los pobres pagan el costo de cada ajuste.

En Bolivia, eso no puede repetirse. La economía puede tener tensiones, como todas. Pero se la defiende con decisiones firmes, con producción, con medidas que cuidan el bolsillo de la gente y fortalecen la industria nacional. No con imposiciones que vienen desde Washington, firmadas con letra chica y cobradas con dolor.

Soberanía económica no es solo un eslogan. Es decidir qué producir, cómo distribuir, a quién proteger. Es no hipotecar el futuro por soluciones rápidas. Es entender que las condiciones del FMI son una trampa: primero te prestan, luego te imponen. Y cuando reaccionas, ya es tarde.

No se trata de cerrar las puertas al mundo. Se trata de negociar desde la dignidad, no desde la sumisión. Bolivia tiene derecho a crecer con su propio modelo, a construir desarrollo con justicia social. Lo fácil es pedir prestado. Lo valiente es producir, innovar y resistir sin rendirse.

Hoy más que nunca hay que defender la soberanía económica como un principio. No como un capricho. No se trata de estar solos, se trata de no estar de rodillas. Porque cuando el Fondo mete la mano en la política económica de un país, lo primero que se pierde es el control. Y lo último que se recupera, es la dignidad.

Bolivia no necesita recetas ajenas. Necesita confianza en lo propio. Porque el futuro no se negocia en una oficina extranjera. Se construye aquí, con trabajo, con decisión y con un rumbo que no dependa del aval de quienes nunca han entendido lo que es vivir con dignidad en el sur del mundo.

Por: Miguel Clares/

Tribuna
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