Foto: Soledad Buendía Herdoíza

Las verdades

La búsqueda de la verdad ha sido una preocupación central en la filosofía desde sus inicios. Sin embargo esta búsqueda, tradicionalmente formulada desde un punto de vista universal, ha estado marcada por las estructuras de poder y las desigualdades sociales, incluidas las de género.

Desde un punto de vista socioconstruccionista, la verdad no es un concepto objetivo y neutro, sino un producto de las relaciones de poder dentro de una sociedad. Michel Foucault, en su análisis del poder y el conocimiento, argumentó que lo que se considera verdadero está íntimamente relacionado con los discursos dominantes y las instituciones que los sostienen. En este sentido, las verdades históricas y culturales han sido moldeadas en gran medida por las estructuras patriarcales que han definido las normas y valores de lo que se considera universalmente válido. Estas estructuras patriarcales han excluido las voces de las mujeres y las identidades no binarias de los discursos sobre la verdad. La historia del conocimiento está plagada de ejemplos de mujeres que fueron ignoradas o descalificadas, como en el caso de Hipatia de Alejandría o las científicas que contribuyeron al desarrollo de teorías fundamentales pero cuyas aportaciones fueron eclipsadas por sus colegas hombres. Este silenciamiento tiene implicaciones profundas: al restringir qué y quién puede hablar sobre la verdad, también se restringe lo que se puede conocer y comprender como verdadero.

Las epistemologías feministas han desempeñado un papel crucial en la deconstrucción de las ideas tradicionales sobre la verdad. Filósofas como Sandra Harding y Donna Haraway han criticado la pretensión de neutralidad y universalidad del conocimiento científico, señalando que todo conocimiento está situado y es parcial. Haraway, en particular, propone la “opción por la perspectiva situada”, que reconoce que todas las verdades se construyen desde un contexto específico y están influenciadas por las experiencias y posiciones sociales de quienes las producen.

Desde esta perspectiva, la verdad no debe entenderse como una única entidad objetiva, sino como un mosaico de perspectivas interconectadas, en este orden de ideas deberíamos hablar de verdades en plural. Esto desafía la concepción cartesiana de un sujeto cognoscente universal y neutral, sustituyéndola por una red de voces diversas que contribuyen a un entendimiento más inclusivo y enriquecido del mundo.

En contextos de opresión, la verdad puede convertirse en un acto de resistencia. Las feministas interseccionales, como Bell Hooks y Audre Lorde, han destacado cómo las mujeres, especialmente aquellas de comunidades marginadas, han utilizado sus experiencias personales como una forma de desafiar las narrativas dominantes. De manera similar, feministas latinoamericanas como Julieta Paredes y Rita Segato han enfatizado cómo las mujeres indígenas y de contextos populares en América Latina han articulado verdades desde sus propias experiencias colectivas, desafiando las imposiciones coloniales y patriarcales. Paredes, a través de su enfoque de la “filosofía comunitaria”, propone una forma de resistencia basada en la recuperación de saberes ancestrales y prácticas solidarias. Por su parte, Segato destaca cómo las estructuras patriarcales se perpetúan mediante violencias sistémicas, subrayando la importancia de desafiarlas desde narrativas situadas y emancipatorias.

En los movimientos feministas el lema: “lo personal es político”, subraya cómo las experiencias individuales de desigualdad y violencia de género reflejan estructuras sistémicas más amplias. Estas verdades personales, aunque frecuentemente deslegitimadas por las estructuras patriarcales, tienen el poder de transformar la comprensión colectiva de la verdad y catalizar el cambio social.

En este sentido, hablar desde la experiencia vivida no solo es una afirmación de la propia verdad, sino también una manera de cuestionar las estructuras de poder que intentan suprimir esas voces, para imaginar nuevas formas de construir conocimiento. Esto requiere una metodología inclusiva que valore las contribuciones de todas las identidades y reconozca la interseccionalidad como una herramienta clave para comprender cómo las distintas formas de opresión interactúan para dar forma a lo que se considera verdadero.

En este contexto, la verdad deja de ser un monolito universal para convertirse en un proceso dialógico y colaborativo. Este enfoque no solo enriquece nuestra comprensión filosófica, sino que también tiene implicaciones prácticas en ámbitos como la educación, la ciencia y la política, donde la inclusión de voces diversas puede conducir a soluciones más justas y equitativas.

La verdad, lejos de ser un concepto neutro y universal, está profundamente influida por las estructuras sociales y de poder, incluidas las relacionadas con el género. Analizar desde el género nos permite cuestionar las bases patriarcales de las concepciones tradicionales de la verdad y avanzar hacia un entendimiento más inclusivo y diverso. Al reconocer podemos hablar de verdades en plural como una construcción situada y colectiva, abrimos nuevas posibilidades para la construcción de una sociedad más equitativa.

Por: Soledad Buendía Herdoíza

Tribuna
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