Por fin, una noticia que da esperanza, que ilusiona y que nos hace mirar al futuro con orgullo. YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos) ha anunciado que las tres plantas de biocombustibles en construcción —dos en Santa Cruz y una en El Alto— producirán el 80% del diésel que demanda el país. ¡Y no puedo más que aplaudir de pie!
Este anuncio no es solo una cifra técnica. Es una verdadera señal de que Bolivia se está levantando con dignidad, con visión de futuro y con un gobierno que, por fin, pone a la patria por delante de todo.
Durante años hemos sido dependientes del diésel importado, viendo cómo una parte significativa de nuestras divisas se escapaba por el simple hecho de no producir nuestro propio combustible. Pero eso se está acabando. Las tres plantas —la de Santa Cruz para etanol, otra también en esa región para diésel renovable, y la tercera en El Alto para HVO (diésel vegetal)— marcan un antes y un después.
Estas obras no solo están en marcha, sino que ya tienen un avance físico conjunto del 23%. Y, si todo va según lo proyectado, para fines de 2025 estaremos viendo cómo la Bolivia del presente deja atrás la dependencia para abrazar la autosuficiencia.
Y aquí quiero detenerme un momento para agradecer, sin medias tintas, al presidente Luis Arce Catacora. No es casualidad que bajo su liderazgo se estén concretando estos proyectos históricos. Luis Arce no solo es un economista brillante, sino un estadista comprometido con el pueblo y con el desarrollo soberano del país.
Bajo su administración, la industrialización de los recursos naturales ya no es un sueño lejano, sino una política en ejecución, palpable, con cronogramas, inversiones y resultados.
No olvidemos que estamos hablando de biocombustibles, una alternativa más limpia, sostenible y que genera empleo local. Bolivia no solo ganará autonomía energética, sino que reducirá su huella de carbono y fomentará un nuevo ecosistema productivo alrededor de los cultivos energéticos.
Y como si fuera poco, la inversión en estas plantas no es menor: más de 1.250 millones de bolivianos (alrededor de 180 millones de dólares). Esto también significa empleo, tecnología, formación y crecimiento regional.
En un mundo donde los países que dependen del petróleo extranjero se ven cada vez más vulnerables, Bolivia está dando un salto cualitativo. ¡Y cómo no emocionarse con esto!
Con este proyecto, YPFB vuelve a ser un símbolo de esperanza nacional, y el Estado recupera su papel como impulsor del desarrollo.
Por: Fernando Quispe Ayala