La escritora cruceña Claudia Peña en esta ocasión desplaza sus inquietudes y apunta más bien a lazos intersubjetivos en condiciones adversas donde descubren sus impotencias.
La Paz, 10 de diciembre de 2023 (AEP).- ¿Cómo fluye el lenguaje entre los secretos y las impotencias?, ¿desde dónde es posible mirar a la madre como a una rival en las lides de la seducción?, ¿cómo se aprende el deseo desde la violencia, cómo se transforma esta en venganza y en silencio? La escritora cruceña Claudia Peña se confirma como una de las importantes cuentistas actuales con el volumen Antes, en cualquier parte, publicado por PARC editores y que se presentará mañana.
Si en el cuento Mundo, incluido en su anterior libro Los árboles, Peña había explorado la morosidad, la micropolítica, la problemática relación entre humanos y seres vegetales y animales, en esta ocasión desplaza sus inquietudes y apunta más bien a lazos intersubjetivos en condiciones adversas donde descubren sus impotencias. El tema del cuidado que debieran dar progenitores a hijos/as y estos luego devolverles en la vejez es uno de los ejes cuestionados en por lo menos cinco de los siete relatos.
Por un lado, “La ciencia médica” pone en escena la condición de imposible agenciamiento de una hija dividida de sí y que a veces se unifica con la madre ante el cuerpo enfermo de esta. No le alcanza ni el amor ni la precariedad por la que ese cuerpo no puede cuidar de sí mismo. Lo insoportable reside no solo en la herida y la dependencia materna, sino en algo quebrado dentro del lazo mismo, algo que, por fuera del cariño, aparece físico, orgánico, como una herida que la separa de ese sitio corporal del que nació y que no deja de convocarla y de repelerla. Por otro, dos niñas invaden una propiedad y su dueño las agrede; los padres ignoran tanto su paradero como su capacidad de defensa (“Libélulas”).
La ira por parir y el dolor ante el cuerpo sexuado de la madre toman los relatos “A Second-Hand Emotion”, “Lo que llamamos niño o madre o lealtad”. En el primero se acusa tanto la verdad física del parto (lejos de todo ideal) como la revelación de que maternar equivale a atarse a la vida, aunque la protagonista desee y habite más bien el lado mortuorio de la existencia. Esa obligación de vivir se cobra, se odia, ¿se hereda? En el segundo, una adolescente descubrirá junto al dolor de separarse del padre, dado el divorcio de sus progenitores, la potencia seductora de su madre-mujer. La violencia, la rivalidad y el aprendizaje del deseo por medio del dolor recorre no solo la relación filial y la herida intergeneracional, sino también la diferencia clasial y la llegada al mundo adulto en tanto sitio del daño y de la ley del más fuerte.
Los relatos “Nada malo se espera en un día de sol”, “A quién culpar” y “Chuqil Qamir Wirnita” escapan de las temáticas anteriores. El primero, magistral, trabaja desde lo que podría leerse como una metáfora social, clasial y existencial, la historia de una mujer que va perdiendo el lenguaje y la facultad de salir de un atolladero de tráfico. Ambos “embotellamientos” la aíslan, la menoscaban y la apartan de lo que fue como una mujer plena y capaz. El segundo retoma el aire rural y de relación intempestiva con la naturaleza que vimos en Los árboles, para enfrentar nuevamente la falta de comprensión de los seres humanos respecto de las fuerzas del entorno.
El tercero se desplaza a una zona nueva en el imaginario y obra de Peña, retomando el mito de las relaciones con serpientes y renovaciones rituales de ciclos temporales, trata una de las escenas de las revueltas de 2019 en el país.
Formalmente, el juego de perspectivas de narración, los silencios de los narradores o personajes, las interrupciones de la diégesis refuerzan desde los recursos narrativos esa pregunta por la violencia como condición de mundo y de la posibilidad o no de agenciamiento de cualquier subjetividad para cambiar las cosas en personajes acosados de un hiato entre el deseo de hacer/cuidar y la imposibilidad de actuar en consecuencia. Salvo las niñas del segundo cuento, que sí hacen, los demás personajes, mayoritariamente femeninos, activan apenas una reacción menor ante la fuerza con que son heridas o rebasadas, sea por un familiar, una enfermedad, una rivalidad inesperada o una inundación mortífera.
Como un gesto ya recurrente en su escritura, Peña vuelve a jugar en los límites que separan/unen al deseo con la ira, al cuerpo propio con el ajeno, a la impotencia con la herida, pero también al mito con la historia, al relato de ficción con la leyenda. ¿Qué puede paralizar a alguien más allá de su decisión o su voluntad?, ¿qué puede alterar los sentidos que damos por hechos y garantizados solo por la posición relacional que ocupamos (madre/hija, por ejemplo, pero también lenguaje/comunicación)?
Desde el silencio implicado en el título de este libro (antes de qué, dónde), el tiempo y el espacio quedan en suspenso cuando los desordena en sus hábitos aquello que o no debió pasar (madres que violentan, hijas que obligan a vivir, lenguaje que se olvida) o que, pasando, no logra explicarse sino recurriendo a mitos que alteran la disposición del sentido de mundo (algo que parece un acabamiento podría ser, en verdad bajo otra lógica subyacente, un inicio de nuevo ciclo vital colectivo).
Si la escritura puede dar a pensar por medio de la incomodidad, estos relatos descolocan cualquier ilusión de cobijo y nos interpelan a si somos capaces de cuidar, de luchar, de hacer y decir o si, por el contrario, delegaremos en otros nuestra capacidad/obligación de estar en el mundo de manera activa y corresponsable de/con lo vivo.