Este ensayo provocativo es un lamento a la pérdida de interés en la lectura. Una comparación audaz entre el desvanecimiento del deseo por los libros y la disminución del interés en el erotismo. Utiliza la metáfora de los ladrones de libros para ilustrar la necesidad de revitalizar el placer de la lectura y el valor de los lectores apasionados.
Este texto viene con un toque retroactivo en honor al Día Internacional del Libro, conmemorado cada 23 de abril, como cada año. Y por qué digo: ¡qué falta nos hacen los ladrones de libros! Pues, parafraseando a la novela de Marcus Zusac (1), pienso que buena falta nos hacen. Bueno, vamos, no me malinterpreten. Un buen lector de libros. De esos como el personaje de la novela que roba el libro y lo devuelve.
Ya no hay. Se han extinguido. Si tú dejas un libro en algún lado, no te preocupes, nadie lo va a robar. Si lo dejas en algún lugar vuelves y ahí está. Bueno, ¿pero a dónde quiero llegar con esto por el Día del Libro? Pues a que nadie ya le interesa leer (estoy exagerando para impresionar y causar una reacción) y eso es muy triste.
Pongámoslo así: si en un pasado hipotético hubiera sido delito violar y ahora ya no lo fuera porque los violadores o potenciales infractores han perdido el apetito de cometer tal atrocidad, todos podríamos alegrarnos y vivir sin temor, pero nadie creería que esto fuera a pasar en un futuro ulterior. Sería una sorpresa desquiciada. Hasta una mujer se sorprendería de que un hombre ya no le lance un piropo noble o galante u obsceno. Casi se podría decir que una dama estaría esperando con súplica que uno de esos albañiles le lance injurias y groserías, insinuaciones con gestos lascivos. Y a pesar de que una mujer salga a la calle, casi desnuda, no conseguiría más que una mirada de soslayo, más fría que una lápida en invierno. Hasta se indignaría de haberse arreglado para nada.
El erotismo de la lectura venido a menos
Pues bien, eso es lo que está pasando con los libros. Han perdido su seducción, su lasciva seducción, y los lectores han perdido esa mirada lujuriosa con que hojeaban las páginas, dije páginas, cuidado, de un libro. Por eso pienso que Ray Bradbury (2) estaría triste en este momento por este fenómeno inaudito, pues su libro caería en saco roto. Fahrenheit 451.
¿Sería posible en el futuro una civilización en la que el gobierno queme los libros? Para qué, si no habría interés por leer. Por más tapas seductoras con ‘escotes’ atractivos. Nada despertaría el interés por leer. Es más, cometerían el delito de omisión de socorro al dejar un libro cerrado. Las ciudades llenas de muertos, llenas de cementerios en las bibliotecas. Ahí están las mejores ediciones del Bicentenario en los anaqueles de los colegios, pero ni si quiera la profesora de literatura se toma la molestia de leerlos.
En lo que a mí me respecta, ejercen un influjo y un exorcismo irresistible.
Conviértete en el doctor Frankenstein de los libros, dale vida a los muertos
En el Día del Libro quiero felicitar a los lectores irreductibles que inclaudicablemente queman sus pestañas en los libros de muchos autores. Que beberán de esa fuente inagotable de felicidad sin dejarse tentar por el oropel de artefactos modernos y baladíes. Beodos consuetudinarios del libro, que roban un libro y lo devuelven o no lo devuelven, que intercambian rehenes, que serían capaces de matar por uno y entrar a su habitación sudorosos, como si hubieran cometido un crimen atroz, como la ladrona de libros. Como si fuéramos una raza maldita, judíos a punto de ser quemados en la cámara de gas o pertenecientes a una élite casi desaparecida, pero de estirpe masónica de círculo cerrado, orgullosos de leer hasta la muerte o como diría Sartre: “… de morir entre libros”.
Por mi parte, seguiré siendo un ‘exhumador de cadáveres’, un ‘sepulturero’ que desentierra libros y les da vida. Un Víctor Frankenstein que reanima la carne muerta, realiza injertos y concibe su abominable criatura que es el libro abierto listo para ser leído.
1.- Markus Zusak. Escritor australiano autor de la novela La ladrona de libros.
2.- Ray Bradbury. Extraordinario escritor de ciencia ficción. Autor de Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas.