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El arte de interpretar las hojas requiere años de aprendizaje. Foto RRSS

Un secreto ancestral de la cosmovisión andina y la Pachamama: El futuro en las hojas de coca

La efectividad de estas lecturas, comprobada según la tradición oral durante siglos, ha consolidado esta práctica en la cultura andina.


En los 4.000 metros de altura de la ciudad de El Alto, la más importante del mundo andino, caótica, bulliciosa e industrial con sus más de un millón de habitantes, se encuentra un rincón peculiar.

En la Ceja, en pequeñas casetas azules que salpican una callejuela de tierra, los amautas o brujos andinos practican un arte ancestral: la lectura del futuro en las hojas de coca.

Paulino Quispe, un hombre de 50 años con la sabiduría de generaciones en sus ojos, es uno de estos videntes.

Cada día, excepto los lunes, es su día de descanso, Quispe instala su 'oficina' en la planicie que ofrece una vista panorámica de La Paz, con el imponente Illimani y sus cuatro picos de nieve perpetua de fondo.

"Las hojas de coca no se equivocan", afirma Quispe con una convicción forjada por 35 años de práctica. Su don, asegura, es una herencia de su tatarabuelo, un hombre que según cuenta, aún vive con más de 100 años.

La Erythroxylum coca, nombre científico de esta planta milenaria, es mucho más que un simple estimulante para los pueblos andinos. Desde Venezuela hasta Argentina, pasando por Colombia, Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia, la hoja de coca ha sido durante siglos una compañera inseparable en la vida cotidiana, el trabajo y la espiritualidad.

En el campo, se mastica para combatir el hambre, la sed y el cansancio. En las minas, ayuda a soportar las duras condiciones de trabajo. En las alturas, mitiga los efectos del soroche o mal de altura. Pero en manos de kallawayas, yatiris y amautas como Quispe, se convierte en un puente hacia lo desconocido.

"Leer el futuro en las hojas de coca es un asunto secreto, oculto y reservado a unos pocos", explica.

La práctica, lejos de ser un simple acto de adivinación, está profundamente arraigada en la cosmovisión andina y la conexión con la Pachamama o Madre Tierra.
Las sesiones en estas 'oficinas' improvisadas pueden costar entre Bs 50 y 100, dependiendo de la complejidad de la consulta.

Los clientes, una mezcla de locales y curiosos, buscan respuestas sobre el amor, la salud, los negocios o simplemente un vistazo al misterioso futuro.

La efectividad de estas lecturas, comprobada según la tradición oral durante siglos, ha consolidado esta práctica en la cultura andina.

Sin embargo, Paulino Quispe advierte: "No cualquiera puede hacerlo".

PACHAMAMA

Los amautas, yatiris, kallawayas o brujos son los que se encargan de leer estos vaticinios y afirman que invocan al alma de la planta, una parte sagrada que tiene vida infinita.

Para poder conocer el futuro de alguien mediante este ritual no sólo se invoca al espíritu de la planta, sino también al de la persona, a la que se le considera una semilla cósmica. Ambos espíritus se muestran y le es revelado al brujo las proyecciones que emanan de la persona.

Como el ser humano es considerado semilla cósmica sagrada, el yatiri recurre a la hoja de coca porque ésta es el fruto de la diosa máxima: la Pachamama.

La Pachamama no sólo es capaz de adivinar el futuro, sino también de guiar y sanar física y espiritualmente. Las propiedades de esta hoja son infinitas y al invocar al espíritu de la planta se llama también a la salud, la abundancia, la fertilidad y la prosperidad.

Estas hojas son capaces de purificar el espíritu, que ha podido ser dañado por personas externas. Además, brinda protección y seguridad al alejar a los malos espíritus.

ARTE

El arte de interpretar las hojas requiere años de aprendizaje y una conexión especial con las energías ancestrales.

Mientras la modernidad avanza implacable en las ciudades bolivianas, en las casteas de El Alto el tiempo parece detenerse. Aquí, entre el aroma del incienso y el murmullo de antiguas plegarias, las hojas de coca siguen susurrando secretos a quienes saben escuchar, manteniendo viva una tradición que desafía el paso de los siglos.

Mauricio Carrasco/AEP


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