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El Alto: de la Revolución del 52 a las luchas sociales del siglo XXI

Población. Según el Censo 2024, la urbe más joven de Bolivia tiene 885.035 habitantes.

En 1985, El Alto se separó administrativamente de La Paz y comenzó su camino hacia la autodeterminación. Dejó de ser una subalcaldía más para convertirse en una entidad autónoma con sus propias autoridades, recursos e institucionalidad municipal.

Antes de esta separación histórica y administrativa, El Alto y La Paz ya estaban divididas geográfica y topográficamente por la Ceja. El Alto, situado a 4.000 metros sobre el nivel del mar, era la capital andina del altiplano y estaba bien conectado al sur de Perú y al norte de Chile, mientras que La Paz se encontraba en una hondonada entre montañas.

Las primeras instalaciones civiles y edificaciones en El Alto datan de principios del siglo XX, vinculadas principalmente al ferrocarril La Paz-Guaqui (1912), la Escuela de Aviación (1923), las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano (1925), el Golf Club de la familia Ormachea (1925) y los galpones de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (1933).

En la década de 1950, mientras La Paz tenía una población de aproximadamente 267.000 habitantes, El Alto ya tenía una infraestructura desarrollada con instalaciones ferroviarias, aeroportuarias y terminales de carga, así como algunos lotes cercados pero no habitados, con una población de alrededor de 3.000 personas según fotografías aéreas de la época.

La participación de los vecinos de El Alto en la revolución del 9 de abril de 1952 fue crucial para que la región ganara relevancia. Este evento allanó el camino para la organización política de los sectores populares mediante las primeras juntas vecinales alteñas.

Para 1962, El Alto ya se acercaba a los 10.000 habitantes, distribuidos en seis villas alrededor de la pista de aterrizaje que la conectaban con la Ceja como punto de enlace con La Paz.

En solo veinte años, de 1956 a 1976, la población de El Alto se multiplicó más de 15 veces, pasando de cerca de 10.000 personas a 95.000 según el censo de población de ese año, reflejando un crecimiento acelerado impulsado por migrantes urbanos, obreros, campesinos y excombatientes de la Guerra del Chaco.

La creación oficial de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) en 1979 subraya el papel activo de las dirigencias de El Alto en los movimientos por un régimen democrático y contra los golpes de Estado de Natusch Busch (1979) y García Meza (1980).

Este desarrollo demuestra que su crecimiento no se limitó a un fenómeno exclusivamente campesino, sino que también incorporó características urbanas modernas, transformándola en una ciudad aymara con una influencia significativa en la política nacional.

JUNTAS VECINALES

Un congreso de juntas vecinales estableció la Federación como la organización encargada de representar a la población de El Alto en temas de servicios e infraestructura a nivel local, además de servir como vínculo con las reivindicaciones democráticas a escala nacional.

El retorno a la democracia en 1982 marcó una nueva etapa para las juntas vecinales, que adoptaron una postura ambivalente de negociación y oposición frente al Estado.

Durante más de quince años de ausencia de políticas públicas, las organizaciones cívicas alteñas interpelaron a las autoridades exigiendo mejores condiciones de vida.

Entre 1983 y 1986, la ciudad de El Alto experimentó uno de los procesos migratorios más intensos de la década, impulsado por sequías, inundaciones, la crisis económica y la relocalización de mineros. Finalmente, en 1986, tras décadas de lucha, El Alto dejó de ser un barrio de La Paz para convertirse en un municipio autónomo.

Siglo Xxi

Uno de los símbolos de la lucha social en El Alto es la iglesia de San Francisco de Asís, fundada en octubre de 1996 en una calle discreta del bullicioso barrio de Senkata, en el Distrito 8.

A diferencia de otras iglesias católicas con retablos antiguos y ornamentación lujosa, este pequeño templo se convirtió en un refugio durante dos episodios violentos: la crisis de 2003, en el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, y la represión de 2019, durante el régimen de Jeanine Añez. En ambos casos, la iglesia sirvió como hospital improvisado para los heridos, morgue para los fallecidos y sala de velatorio para las familias.

2023

Las protestas de 2003 estallaron en rechazo al plan del gobierno de Sánchez de Lozada y su vicepresidente Carlos Mesa de exportar gas natural a Estados Unidos y México a través de un puerto chileno, en condiciones desventajosas para Bolivia.

La elección de Chile reavivó el sentimiento popular alteño, marcado por la demanda histórica de acceso al océano Pacífico, perdida en la Guerra del Pacífico (1879-1884).

“Yo no voy a renunciar”, declaró tajante Sánchez de Lozada el 17 de octubre de 2003, pocas horas antes de dimitir. Para entonces, las protestas en El Alto ya habían dejado más de 60 muertos en tres semanas de conflicto. El punto de inflexión fue un gigantesco operativo militar para trasladar combustible desde la planta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos a La Paz y otras regiones del país.

La represión desatada contra civiles desarmados resultó en una masacre, lo que precipitó la renuncia del presidente. En plena crisis, la iglesia de San Francisco de Asís se convirtió en refugio de heridos y familiares, y en un espacio de duelo y resistencia.

2019

El 15 de noviembre de 2019, tres días después de que Jeanine Añez se autoproclamara presidenta, una intervención militar en Sacaba dejó un saldo de 11 civiles muertos y 120 heridos.

Cuatro días después, el 19 de noviembre, una represión similar en Senkata, El Alto, resultó en la muerte de otros 11 civiles y 78 heridos.

Las protestas exigían la renuncia de Añez. En medio de la crisis, la iglesia de San Francisco de Asís se convirtió en un punto de encuentro para cientos de personas que buscaban a familiares desaparecidos.

En sus instalaciones se realizaron autopsias a los fallecidos y se llevaron a cabo velorios marcados por el dolor y la indignación.

Desde la pequeña parroquia, situada a 4.000 metros sobre el nivel del mar, es posible contemplar el nevado Illimani y sentir el frío viento andino que desciende de los imponentes Huayna Potosí y Mururata.

HABITANTES

Con 39 años de autonomía, El Alto es la ciudad más joven de Bolivia. Su intensa actividad comercial se refleja en miles de pequeñas y medianas empresas, fábricas y plantas de procesamiento de hidrocarburos.

La urbe alberga una de las ferias más grandes del mundo y es un punto clave para la exportación de minerales y materias primas procesadas.

Su rápido crecimiento, según el Censo 2024, posiciona a la urbe con 885.035 habitantes.

AEP


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