Mauricio Carrasco
Estas cuatro mujeres se suman a una estadística escalofriante: 49 feminicidios en lo que va del año. Son el eco silencioso de la violencia que se infiltra en los hogares y arranca vidas con una crueldad que desafía la comprensión.
Sus familias pronuncian sus nombres pero que ya nadie responderá. Se trata de Helen, Lourdes, Andrea, Carlota.
Cuatro mujeres, cuatro historias truncadas en apenas siete días. Bolivia se estremece ante una ola de violencia que no cesa, que se infiltra en los hogares y arranca vidas con una crueldad que desafía la comprensión.
La Paz, a la sombra del Illimani con sus cuatro cumbres de nieve perpetua, se estremece con la noticia de Helen. A sus 42 años, su cuerpo fue encontrado marcado por la furia de quien decía amarla. Los golpes, múltiples y despiadados, cuentan una historia de terror doméstico. La ironía cruel: su verdugo, un policía, ahora ocupa una celda que debería haber sido para otros.
No lejos de allí, en otro punto de la ciudad, el llanto de un niño huérfano rompe el silencio. Es el hijo de Lourdes, de 31 años, cuya vida se apagó bajo la sombra de una relación tóxica. Su expareja, el hombre que juró protegerla, ahora enfrenta acusaciones por arrebatarle el futuro.
El drama se extiende a Cochabamba, donde el río Rocha guarda secretos oscuros. Allí, después de 13 días de angustiosa búsqueda, Andrea emergió de las profundidades de un desagüe.
A sus 29 años, su cuerpo maniatado cuenta una historia de terror que la policía no duda en calificar como feminicidio.
Y en Santa Cruz, la muerte llegó disfrazada de veneno para Carlota. Con 36 años, su agonía terminó en la puerta de un hospital, abandonada por quien le quitó la vida. Su expareja, ahora tras las rejas, dejó tras de sí el eco de un sufrimiento indescriptible.
Estas cuatro mujeres se suman a una estadística escalofriante: 49 feminicidios en lo que va del año.
La Paz encabeza esta lista macabra con 13 casos, seguida de cerca por Cochabamba y Santa Cruz, cada una con 10. Es una guerra silenciosa que se libra en las sombras de los hogares bolivianos.
El Fiscal General del Estado, Juan Lanchipa, recita las cifras y trata de mitigar el drama: "El 98% de los autores están identificados".
Pero la aprehensión de los verdugos no alivia el dolor de las familias destrozadas porque la justicia, por rápida que sea, llega siempre tarde para las víctimas.
Y como si la tragedia no fuera suficiente, 19 niños se han sumado a la lista de víctimas de esta violencia desenfrenada. La inocencia arrebatada, vidas que apenas comenzaban y ya fueron segadas.
En Bolivia, las voces de Helen, Lourdes, Andrea y Carlota se han unido al coro silencioso de las que ya no están. Sus historias, dolorosamente similares, son un grito de auxilio que resuena en cada rincón del país.
La prevención, esa palabra que el fiscal Lanchipa repite siempre, se convierte en una súplica desesperada a una sociedad que parece mirar hacia otro lado.
De momento, en algún lugar de la amplia geografía nacional, otra mujer tiembla, otra niña sueña con un futuro que podría ser arrebatado.
AEP/Mac