Días de viaje, horas de caminata, traslados en bote en ríos picados, a caballo, atravesando puentes colgantes, todo sacrificio es válido con el fin de educar, así es el profesor rural, así ellos hacen patria.
La Paz, 06 de junio de 2023 (AEP).- Días de viaje, horas de caminata, traslados en bote en ríos picados, a caballo, atravesando puentes colgantes, todo sacrificio es válido con el fin de educar, así es el profesor rural, así ellos hacen patria.
El joven profesor Cervando Moye Cueva se interna en la selva para llegar a su pequeña escuelita La Capital, en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) del Beni.
Inicia la solitaria caminata a finales del lluvioso mes de enero. En tres jornadas enfrenta al río Mamoré, cuyas aguas bravas discurren por las llanuras amazónicas del Beni, y recorre los senderos que llevan a la remota aldea Yuracaré.
De día, evita con habilidad la furia del caimán y de noche teme enfrentar la mirada de fuego del tigre. Admira y teme al rey de la selva. Él es el dueño del río y la tierra —les recuerda siempre a los niños—, de los monos, del taitetú y el tapir; duerme en los árboles, cruza las aguas a nado, mata de un salto y es invisible cuando caza.
Cervando Moye Cueva llega a la aldea con el primer día de clases. Es un día de fiesta para el pueblo Yuracaré, que canta patriótico el Himno Nacional al pie de una tricolor.
Un profesor utiliza el ingenio para enseñar en el campo.
La escuelita tiene 12 alumnos multigrado, de primero a sexto de primaria, pupitres y una pizarra, material de escritorio, pero tiene una dificultad: los textos de enseñanza están escritos en aymara.
El profesor que ha vencido al monte y sus peligros no tiene textos de enseñanza en Yuracaré para sus alumnos. Los niños, que nunca han salido de la selva, ven fantástica la existencia de la oveja, la llama y la alpaca, de las montañas de hielo y de nieve.
Cervando Moye Cueva, con su amplia sonrisa, señala con el dedo los dibujos del texto escolar en aymara de una solitaria alpaca en el inagotable altiplano y en el horizonte un hermoso nevado. Los niños, divertidos, sonríen y aplauden.
Una vida como profesor
A sus 27 años, Andrés Huayta Álvarez inició su carrera como profesor rural, con el firme compromiso de llegar donde la educación lo requiriera, con el brío de la juventud que no teme y la implacable devoción al saber.
Hace 40 años fue destinado a la localidad de La Asunta, aquel tiempo donde no había camino carretero y para llegar a su destino debía sortear los peligros de la selva, caminar días y cruzar ríos encima de puentes colgantes.
“Viajaba un día o dos porque el camino era muy escabroso, muy peligroso en ese entonces. Cuando yo empecé viajábamos en camión y si había derrumbes incluso unas dos o tres veces hemos ido a pie desde Chulumani, durante un día y una noche para llegar a nuestra unidad educativa”, explica el profesor.
Recuerda el primer día muy emocionado, ilusionado de trabajar en la unidad educativa Quinuni con sus 13 alumnos, que como él hacían muchos sacrificios para llegar desde comunidades lejanas, cada día caminatas de hasta tres horas para aprender.
Aquel entonces el río Boopi, que forma parte de la cuenca del río Beni, formado por la confluencia de los ríos La Paz y Tamampaya, era su mayor desafío, cruzarlo sobre un puente colgante casi lo mata.
“La primera vez que crucé el puente me dio un mareo y casi me entro al río”, recuerda. Sus reflejos lo salvaron de la muerte.
Tiempo después por la noche, al finalizar una jornada de enseñanza y retornar a su residencia, se topó de frente con un jaguar, el felino más grande de América y el tercero de mayor tamaño en el mundo. Afortunadamente el animal le perdonó la vida y continuó su camino.
Donde hay unidades educativas de difícil acceso el maestro llega, pero con la diferencia de que se queda meses. Ingresan al monte y empiezan las clases el primer día y salen en vacaciones de invierno; esa es la mayor dificultad, pero tienen el compromiso de cumplir con sus estudiantes y con la sagrada misión de educar.
El profesor rural tiene una de las profesiones más nobles, es un apostolado, ya que tiene sobre sus espaldas la tarea de formar integralmente, científicamente y tecnológicamente a sus alumnos, financiando muchas veces la enseñanza de su salario.
Amor de madre
La profesora de Educación Física del área urbana Lucero Ortiz Saavedra decidió trabajar en el área rural y hoy presta sus servicios en Charazani. Deja a su hija en La Paz con sus abuelos, para darle cariño y comprensión a sus alumnos.
Para llegar a Charazani la profesora debe viajar los domingos desde La Paz, a las 16.30, para llegar casi a la medianoche, mientras que sus colegas de unidades anexas deben caminar dos horas más.
Ese trajín hace que los maestros deban trabajar de lunes a viernes, y vuelvan a la ciudad para estar con sus familias el sábado y parte del domingo, cuando retornan nuevamente a enseñar.
Ortiz espera los viernes para terminar la jornada y retornar a La Paz para ver a su hija de nueve años; tiene día y medio para estar con ella y luego retornar a enseñar con amor.
“Estamos aquí haciendo patria, lejos de la familia, viajando casi 15 horas a la semana. El trabajo en provincia a veces es un poco más sacrificado”, asegura la profesora.