La guerra en Gaza ha traspasado todos los límites de lo humanamente aceptable. Más de 45.000 personas asesinadas en 14 meses representan no solo una cifra escalofriante, sino la evidencia de un exterminio sistemático contra la población palestina que desafía cualquier principio de derecho internacional.
Las cifras son desgarradoras. Cada número representa una vida, una historia interrumpida. 45.028 muertos, 106.962 heridos y aproximadamente 11.000 personas sepultadas bajo escombros constituyen una marca de horror que la humanidad no puede ignorar.
Los bombardeos indiscriminados han convertido Gaza en un cementerio a cielo abierto. Un ataque contra una escuela en Jan Yunis, que dejó al menos 20 cuerpos sin vida, resume la crueldad de una estrategia militar que no distingue entre combatientes y población civil, entre adultos y niños.
La dimensión humanitaria alcanza niveles de catástrofe absoluta. Según el Consejo Noruego para los Refugiados, casi un millón de palestinos enfrentarán el invierno sin refugio, expuestos a hipotermia y enfermedades, en un escenario donde las autoridades israelíes sistemáticamente bloquean la entrada de materiales básicos.
El asedio israelí no es una guerra convencional, es un proceso de eliminación planificada.
La estrategia de desplazamiento forzoso, obligando a miles de personas a moverse constantemente sin posibilidad de seguridad, configura una política de limpieza étnica que viola todos los convenios internacionales.
La comunidad internacional observa este horror con una complicidad que roza la vergüenza. Las potencias que predican derechos humanos guardan un silencio ensordecedor frente a la masacre más documentada de la historia contemporánea.
Gaza se ha convertido en un laboratorio de crueldad, donde se experimentan nuevas formas de destrucción masiva. Cada bombardeo, cada niño asesinado, cada familia desplazada representa un crimen contra la humanidad que merece ser juzgado en tribunales internacionales.
No se trata de un conflicto, se trata de un genocidio. Un exterminio premeditado que busca borrar no solo vidas, sino la memoria, la cultura y la existencia misma de un pueblo.
La humanidad está siendo testigo de un crimen que superará cualquier marca de horror en los anales de la historia contemporánea. Gaza no es solo un territorio bombardeado, es un grito de dolor que interpela la conciencia mundial.
Mientras el mundo mira hacia otro lado, cada segundo cuenta. Cada vida importa. La barbarie no puede ser normalizada.
