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Morales, solo y repudiado

La IV Cumbre por la Democracia ha dejado un mensaje cristalino: Bolivia entera se pronuncia a favor de las elecciones del 17 de agosto y en contra de los métodos violentos y antidemocráticos de Evo Morales. Este encuentro histórico no solo confirmó el compromiso con la institucionalidad, sino que puso en evidencia el aislamiento político total de quien fuera tres veces presidente y que hoy se ha convertido en el principal enemigo de la democracia boliviana.

Pocas veces en la historia republicana de Bolivia se ha visto una demostración tan contundente de unidad institucional.

Los cuatro poderes del Estado, la Fiscalía General, las organizaciones políticas y el sistema institucional en su conjunto cerraron filas para defender la democracia. Esta no fue una reunión protocolar ni un acto de mera formalidad; fue una declaración contra quienes pretenden destruir el orden constitucional.

El compromiso asumido trasciende las diferencias partidarias y las rivalidades políticas naturales. Cuando toda la institucionalidad boliviana se pronuncia unánimemente por la realización de elecciones en la fecha establecida, cuando garantiza recursos para el voto en el exterior y cuando se compromete a crear las condiciones necesarias para un proceso electoral transparente, está enviando una señal inequívoca: la democracia boliviana no se negocia.

Si esta cumbre pudiera resumirse en una frase, sería efectivamente "todos contra Evo". Pero no se trata de una persecución política ni de un capricho partidario; es el resultado natural del repudio que genera quien ha elegido la violencia como método político y la sangre como precio de sus ambiciones.

Morales se ha quedado completamente solo en el escenario político nacional. Ni siquiera sus antiguos aliados, ni las organizaciones que una vez lo respaldaron, ni los sectores que se beneficiaron de sus políticas están dispuestos a acompañarlo en esta aventura criminal.

Su aislamiento es tan absoluto que resulta patético: un hombre que gobernó durante 14 años reducido a depender de un grupo de fanáticos radicales dispuestos a matar por mantener viva su ilusión de retorno al poder.

La transformación de Evo Morales es uno de los fenómenos más dramáticos de la política boliviana contemporánea. De líder indígena respetado se convirtió en promotor de masacres, destructor de instituciones, causante de sufrimiento. Esta metamorfosis no es casual ni repentina, es el resultado inevitable de quien antepone sus ambiciones personales al bienestar de la patria.

El hecho más revelador de esta degradación moral es su silencio ante el asesinato de cuatro policías bolivianos. Mientras el país entero llora a Carlos Enrique Apata Tola, Brayan Jorge Barrozo Rodríguez, Jesús Alberto Mamani Morales y Christian Calle Alcón, Morales no ha expresado ni una sola palabra de condolencia a sus familias.

Este silencio no es solo insensibilidad, es complicidad.

El pueblo boliviano, ese mismo pueblo que una vez lo llevó al poder, hoy lo repudia.

Este repudio popular se manifiesta en el rechazo masivo a sus llamados violentos.

La IV Cumbre por la Democracia demostró la fortaleza de las instituciones bolivianas. Cuando enfrentan la prueba de fuego, cuando deben elegir entre la conveniencia política y la defensa de principios, las instituciones bolivianas han elegido el camino correcto. Este es el triunfo de la madurez democrática sobre el caudillismo personalista.

El compromiso institucional con las elecciones del 17 de agosto no es solo una fecha en el calendario; es la reafirmación de que en Bolivia manda la Constitución, no los caprichos de un líder en decadencia. La garantía de recursos para el voto en el exterior y las condiciones para el desarrollo electoral son la prueba de que las instituciones están a la altura de las circunstancias históricas.

La Bolivia que emerja de las elecciones del 17 de agosto será una Bolivia sin Evo Morales en el panorama político nacional. No porque se lo haya prohibido arbitrariamente, sino porque él mismo eligió el camino de la violencia y la subversión. Su ausencia no será una pérdida para la democracia boliviana; será una liberación.


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