Bolivia se encuentra sumida en un caos orquestado por el capricho de un político ignorante. Evo Morales, en su desesperación por regresar al poder y borrar cualquier rastro de sus escándalos judiciales, ha puesto en marcha una estrategia de destrucción y bloqueo que ha paralizado el país.
No estamos ante una simple disputa política; estamos frente a un intento de someter a toda Bolivia en nombre de la impunidad. Lo que debería ser una situación inadmisible para cualquier sociedad se ha convertido en una realidad diaria que somete a millones de bolivianos al miedo y la incertidumbre.
El bloqueo de carreteras, que ha dejado a Bolivia sin acceso a insumos básicos, es un acto criminal que golpea directamente a los hogares, creando una escasez de productos esenciales como alimentos y combustible. Evo Morales y sus lacayos han colocado al país en una trampa despiadada donde el costo lo pagan los bolivianos de a pie. Esta estrategia de presión no es solo un intento de chantaje político, sino una manifestación de desprecio absoluto hacia el bienestar del pueblo.
Lo más alarmante es que, lejos de limitarse a obstruir el libre tránsito, los secuaces de Morales han recurrido a la violencia armada contra la Policía. Esta no es una simple protesta; es un acto de terrorismo interno. El uso de armas de fuego y explosivos en los enfrentamientos con las fuerzas del orden revela una peligrosísima deriva hacia la delincuencia organizada. La integridad física de quienes intentan resguardar el orden está en juego, y Morales parece dispuesto a cualquier cosa con tal de garantizar su retorno a la política.
¿Pero cuál es el verdadero propósito de estas acciones? Es simple: Evo Morales busca borrar su oscuro historial. Los casos judiciales que enfrentaría en cualquier sistema imparcial lo han colocado en una situación crítica. En lugar de someterse a la justicia y responder por las acusaciones que lo persiguen, ha optado por sembrar el caos para comprar su impunidad. La gravedad de este accionar solo encuentra explicación en una mentalidad de arrogancia y desprecio absoluto hacia Bolivia y su gente.
Más preocupante aún es el respaldo que algunos asambleístas le brindan. Estos funcionarios, que deberían ser la primera línea de defensa en la protección de los derechos y la justicia para el pueblo, han elegido volverse cómplices de Morales. Con su defensa, legitiman la violencia y respaldan un modelo de terror y destrucción, traicionando así la confianza de millones de bolivianos. Defender lo indefendible es una burla a los principios de honestidad y justicia, y su comportamiento es incluso más deplorable que el del propio Morales.
Bolivia está pagando un alto precio por el capricho de un exmandatario que no conoce límites en su ambición. Cada día que pasa, el país se adentra en una situación de consecuencias impredecibles. No solo es el costo económico: es la estabilidad y la seguridad de cada boliviano lo que está en juego. Las familias enfrentan desabastecimiento, precios elevados y un temor creciente por el clima de violencia que ha envenenado las carreteras. Morales y su séquito han dejado claro que están dispuestos a sacrificar la paz y el bienestar de Bolivia con tal de asegurar su regreso al poder y evitar las consecuencias de sus propias acciones.
¿Hasta cuándo permitirá Bolivia que esta situación continúe? Las acciones de Morales son las de un hombre que ha perdido toda conexión con el pueblo. Es hora de exigirle cuentas, de poner un alto a su abuso de poder y de recordar que Bolivia merece líderes que trabajen para el progreso y no para la destrucción. Morales debe enfrentar la justicia y responder por todos los daños que ha causado, tanto los del pasado como los que sigue generando.
Los bolivianos merecen un país libre de aquellos que, en nombre de la ambición, han convertido el bienestar de millones en un peón de sus juegos de poder. La historia no será indulgente con quienes han puesto sus intereses personales por encima del futuro de toda una población. Morales y sus aliados han demostrado ser el mayor obstáculo para una Bolivia próspera y en paz. Es momento de abrir los ojos y actuar, de dejar claro que Bolivia no se someterá a los designios de un político que ha perdido toda legitimidad y toda humanidad.
La Paz/AEP