Un golpe de Estado tiene características comunes que son fundamentales para su definición. En primer lugar, se trata de una toma forzada del poder que involucra la participación de actores clave, incluyendo fuerzas armadas, policiales y actores políticos dentro de las élites oligárquicas, quienes desempeñan roles cruciales en la ejecución de estos golpes.
En segundo lugar, el uso de la fuerza, ya sea militar, policial o paramilitar, y en algunos casos específicos hasta con el respaldo de determinadas facciones de la sociedad civil de forma individual o en asociación, son de hecho características para asegurar el control del Estado mediante un golpe. Esta acción demanda una inmediata sorpresa ante las personas que estén a cargo del Gobierno y de la sociedad.
Otra característica importante es la remoción de autoridades existentes, lo que implica la destitución de líderes y la disolución de instituciones, como el Parlamento y los ministerios. Los golpistas imponen un nuevo orden mediante decretos y leyes de emergencia que suplantan la Constitución en beneficio de sus intereses. Este proceso se acompaña de la violación de normas democráticas, la falta de legitimidad y la represión a la oposición. A su vez, los golpistas justifican sus acciones a través de la propaganda, buscando apoyo entre la sociedad civil.
Los golpes de Estado pueden clasificarse en varios tipos según sus características y métodos. Entre ellos podemos tener el golpe palaciego, el golpe de fuerzas de seguridad entre otros, pero me dedicaré a explicar y analizar los tipos de golpe que más se asemejan al intento de golpe del general Zúñiga el 26 de junio.
El tipo de golpe cívico-militar-policial implica la colaboración de civiles, militares y policías. Un ejemplo de esto fue el golpe contra Evo Morales en Bolivia en 2019, donde los actores principales fueron líderes de los movimientos cívicos tradicionales y conservadores, buscando velar por los intereses de las grandes oligarquías que financiaron con “maletines negros” al Alto Mando Militar y policial para que se amotinen y abandonen la institucionalidad de las fuerzas del orden, concretando el golpe y obligando a renunciar y a escapar al entonces presidente.
Hay que denotar particularmente que hasta ese momento no existió ningún muerto, y las masacres se dieron cuando el golpe se concretó en la resistencia. La memoria histórica de algo tan fresco está siendo ignorada hasta por quienes fueron golpeados en el gobierno de Evo, llegando al paupérrimo análisis de que si no existen muertos no se puede gestar un golpe de Estado.
Por eso también analizamos los tipos de golpes parlamentarios, que utilizan manipulaciones legales para destituir a líderes, como ocurrió con Dilma Rousseff en Brasil en 2016. O también los tipos de golpes suaves o blandos, que se caracterizan de igual manera por el uso de estrategias no violentas para desestabilizar y eventualmente derrocar a un gobierno, utilizando medios judiciales, mediáticos y políticos, como ocurrió con Fernando Lugo en Paraguay en 2012. Esto es mencionado especialmente porque algunos elementos y características particulares de cada uno de estos tipos de golpe se ven replicados en la coyuntura boliviana dentro de la Asamblea, provocando una ingobernabilidad para el Presidente y, a su vez, causando crisis económica y judicial en Bolivia.
Dichas crisis podrían haber dado inicio al tipo de golpe militar, que es liderado por las Fuerzas Armadas y se justifica como una salvación del país ante las crisis. Un claro ejemplo de esto es el golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende en Chile en 1973, caso que particularmente tiene muchas similitudes con el intento de golpe del Gral. Zúñiga, ya que Pinochet igual fue el hombre de confianza y que juraba lealtad incondicional a Allende y a la democracia. Como dato curioso, también fue escolta personal de Fidel Castro en su visita a Chile y al final terminó traicionando sus propios juramentos, concretando un golpe de Estado con un discurso similar con características fascistas que explicaremos más adelante.
Antes de pasar al último tipo de golpe del análisis, es un deber con la historia recordar ahora más que nunca que el golpe de Estado orquestado contra Allende el 11 de septiembre de 1973 fue un segundo intento, fue el definitivo después del fracaso del intento de golpe de Estado denominado “tancazo” o “tanquetazo” el 29 de junio del mismo año. Esto presenta similitudes demasiado análogas al caso boliviano, señalando principalmente la falta de apoyo de mandos militares, frustrando el ataque por falta de coordinación, apoyo y una duración muy breve.
Finalmente, un autogolpe ocurre cuando el líder en el poder centraliza el control, disolviendo instituciones. Un ejemplo notable de esto es el caso de Alberto Fujimori en Perú en 1992, donde el único órgano del Estado que tenía poder de decisión era el Ejecutivo, bajo su liderazgo. Esto no pasó en Bolivia este 26 de junio, ya que no se decretó ningún estado de sitio o excepción por parte de Luis Arce Catacora, por lo cual los demás poderes del Estado aún desarrollan sus funciones.
Pero para comprender mejor la situación en Bolivia, es útil comparar experiencias pasadas de golpes de Estado en el propio territorio nacional, ya que la despolitización por parte de algunos diputados inmersos en la vergonzosa ignorancia histórica hace comparaciones con el golpe de Humberto Urriolagoitia en 1951, que es un ejemplo de un tipo de golpe cívico-militar. Urriolagoitia entregó el poder a las fuerzas armadas para evitar las reformas populares impulsadas por el MNR, protegiendo así los intereses de las oligarquías de la época. Este golpe se conoce como el ‘Mamertazo’ y tuvo un impacto significativo en la política boliviana, tratando de retrasar las reformas sociales que el país necesitaba.
El gobierno de Luis Arce Catacora, al contrario, proviene de un voto popular y democrático. Otra diferencia importante es que estamos a más de un año de las elecciones presidenciales de 2025 y el ‘Mamertazo’ se dio en un periodo electoral. Tal vez por su misma obviedad no es tomada en cuenta, pero hay que remarcar que las oligarquías son oposición natural del gobierno por sus posturas ideológicas, al contrario de Urriolagoitia.
Por otro lado, el golpe de Luis García Meza en 1980 contra Lidia Gueiler Tejada se caracterizó por una severa represión y violaciones a los derechos humanos. Resaltaremos especialmente en la gesta de este golpe el asalto armado en la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), donde se secuestró y atentó contra la vida de Marcelo Quiroga Santa Cruz y dirigentes del bloque popular minutos antes del mediodía. El intento de golpe de Estado de Zúñiga se dio en los horarios de la tarde, alrededor de las tres de la tarde. Esto nos indica que, si bien existen características diferenciadas para determinar los tipos de golpe, no existe un manual estricto para que este se concrete, ya que es un dibujo libre la forma en que se ejecuta cada uno, dependiendo de sus circunstancias y particularidades. En otras palabras, un golpe de Estado no siempre se gesta a las tres de la madrugada.
Ambos golpes también se justificaron con la necesidad de restablecer el orden, resolver las crisis políticas y económicas, además de devolver la supuesta democracia que ellos mismos arrebatan y, claro, de evitar el ascenso de gobiernos populares. Sin embargo, el golpe fallido del general Zúñiga en 2024, aunque por conclusiones obvias se caracteriza como un golpe militar, se diferencia en que no se dio en un contexto electoral, sino durante la gestión de un gobierno ya elegido democráticamente.
Esta sintomatología es clásica de las insurrecciones fascistas. Estas crisis son aprovechadas para nutrir el discurso de los golpistas y así prometer estabilidad y orden a costa del autoritarismo y la fuerza excesiva, vulnerando derechos humanos. Este discurso es profundamente anticomunista y utiliza una retórica populista para lograr una falsa legitimidad en los medios de comunicación.
En este contexto, frente a la insurrección golpista del fascismo, los ya fragmentados bloques populares, liderados principalmente por Evo Morales y los movimientos sociales, ahora encabezados por Luis Arce Catacora, tendrán que dejar esta tensión dialéctica dentro de la interna del partido del MAS-IPSP para volver a unirse contra el principal e histórico antagonista de la revolución, que es el fascismo, imperialismo y la derecha más conservadora del país.
Esta coalición debe buscar defender las conquistas democráticas y populares frente a las fuerzas que intentan restaurar un régimen dictatorial, autoritario y oligárquico. La unidad, resistencia y solidaridad entre los movimientos de izquierda es crucial para contrarrestar las insurrecciones fascistas y mantener la estabilidad democrática en el país. Esperemos que los líderes populares, en especial Evo Morales, recapaciten y se den cuenta de que los verdaderos enemigos están al frente de la vereda.