Hay límites que no se cruzan. Hay momentos en los que un país necesita parar y decir basta. Basta de chantaje. Basta de cinismo. Basta de esa ambición sin escrupúlos que solo sabe destruir. Y si algo ha demostrado Evo Morales en las últimas horas es que está dispuesto a arrasar con todo por su capricho personal. Bloquear carreteras, cercar ciudades. Provocar escasez de alimentos y combustible no es una protesta, es terrorismo económico. Es golpear directamente a la gente más humilde, a quienes tra- bajan todos los días y no tienen otra forma de vivir que con esfuerzo y paz. ¿Con qué derecho castiga así al pueblo? ¿Con qué moral se atreve a usar a bolivianos contra bolivianos para cumplir su enfermizo deseo de volver al poder?
No le bastó con sabotear desde la Asamblea. No le bastó con aliarse tácitamente con la derecha para inviabilizar créditos que eran vitales para traer divisas, financiar obras y sostener el desarrollo del país. No le bastó con truncar leyes sociales que protegían a las familias más humildes. Ahora, como si todo eso fuera poco, quie- re secuestrar nuevamente Bolivia. Quiere paralizar el país. Quiere generar caos y desesperación. Y todo por lo mismo de siempre: su candidatura. No por la canasta familiar. No por la inflación. No por el pueblo. Evo miente. Y ya no engaña a nadie.
Miente cuando dice que actúa por el bienestar de los bolivianos. Miente cuando intenta disfrazar su plan como una supuesta lucha por la economía. Su entorno lo ha dicho abiertamente: quieren la renuncia del Presidente y de todo el Gobierno. Su objetivo es político, es personal, es sucio. Solo busca habilitar su candidatura inconstitucional por la fuerza, por la violencia, por el miedo. Ya no se molesta en disimularlo. Dice que será candidato “por las buenas o por las malas”. Y cuando alguien dice eso, ya no está hablando de democracia. Está hablando de romper el país.
Evo Morales no respeta la Constitución. No le interesa la ley, ni el voto, ni la institucionalidad. Solo le interesa él. Y para salirse con la suya, está dispuesto a empujar al país al borde del abismo. Sus voceros lo gritan sin vergüenza: “Sin Evo no habrá elecciones”. ¿Y quién les dio ese derecho? ¿Qué clase de dictador frustrado amenaza con sabo- tear un proceso electoral solo porque no puede participar? Esta actitud no solo es antidemocrática, es enfermiza. Es peligrosa. Es el síntoma de una persona que ya no actúa con razón, sino con odio.
Y lo más grave es que no le importa el precio. No le importa el hambre que generan los bloqueos. No le importa la gente que no puede llegar a su trabajo, ni los enfermos que no pueden acceder a oxígeno, ni los camiones con ali- mentos pudriéndose en las carreteras. No le importa la educación, ni el comercio, ni la vida de los bolivianos. Le importa su nombre en una papeleta. Y para eso está dispuesto a todo. A cercar ciudades. A empujar al enfrentamiento. A romper la paz. A incendiar Bolivia.
No es la primera vez que lo hace. Ya antes impidió el paso de alimentos, ya antes sembró terror en las rutas, ya antes amenazó con dejar al país sin oxígeno. Su estilo no ha cambiado: siempre que no se sale con la suya, amenaza, bloquea, chantajea. Evo no busca el bien común. Evo solo busca venganza. Porque no soporta haber perdido el control.
Y mientras tanto sus asambleístas —los mismos que blo- quearon créditos y frenaron leyes— cobran su salario con la cara bien lavada. Hablan de moral cuando son una fábrica de obstrucción. No legislan. No "scalizan. Solo obedecen. Son mankagastos con traje y curul, felices de boicotear al país si eso complace al caudillo. La gente los ve. La gente los conoce. Y la gente está cansada.
Bolivia quiere paz. Bolivia quiere votar. El pueblo no quiere guerra, no quiere incendios, no quiere más bloqueos. Quiere vivir, trabajar, salir adelante. Las elecciones están convocadas para el 17 de agosto. Y tienen que realizarse. Porque eso es democracia. Porque eso es respeto a la voluntad del pueblo. Porque eso es lo que Evo Morales teme: que Bolivia decida sin él.
No se trata de un partido ni de una ideología. Se trata de un país que merece avanzar. Se trata de defender la Constitución. Se trata de no ceder ante el chantaje de un personaje que perdió el juicio y que está dispuesto a incendiarlo todo. Evo Morales no es un líder. Es una vergüenza. Y Bolivia no puede seguir siendo su rehén.
Por: Miguel Clares (Economista)