La inclusión financiera se considera como uno de los pilares estratégicos para el desarrollo sostenible, la reducción de la pobreza y la mejora de las condiciones de vida.
En Bolivia, el acceso y uso de servicios financieros, como cuentas de depósito, créditos, medios de pago, entre otros, constituyen no solo un derecho, sino también instrumentos para fortalecer la estabilidad de los hogares, fomentar el emprendimiento y facilitar la participación activa de la ciudadanía en la economía formal.
En un contexto donde la innovación tecnológica y los cambios estructurales modifican dinámicamente las reglas y procedimientos del sistema financiero, la inclusión financiera adquiere una nueva dimensión, ya que se convierte en la llave que permite a las personas no quedar al margen del proceso de transformación que define el siglo XXI.
El reciente Premio Nobel de Economía 2025, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, por su “Teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa”, explica cómo la innovación impulsa el crecimiento económico mediante un proceso de constante innovación que genera nuevas oportunidades, mientras transforma estructuras económicas obsoletas y tradicionales.
El desarrollo económico, por lo tanto, no es lineal ni pasivo, sino un ciclo dinámico de renovación, destrucción y creación, donde las tecnologías emergentes, los modelos de negocio innovadores y las formas de organización más eficientes sustituyen a las que han quedado atrás, por lo cual, este proceso de transformación también puede generar rupturas y desigualdades: sectores que desaparecen, empleos que cambian radicalmente y brechas que se amplían cuando la innovación no va acompañada de políticas inclusivas.
Es precisamente en este punto donde la inclusión financiera centrada en las personas adquiere un papel fundamental. En un entorno de destrucción creativa, las economías que prosperan son aquellas que logran que su población participe activamente del cambio y no que lo sufra. No se trata solo de acceder al sistema financiero para adaptarse a nuevas tecnologías, sino de diseñar productos y servicios desde las necesidades y capacidades de las personas, asegurando un acceso efectivo, un uso responsable, conocimiento financiero y confianza en las instituciones.
La inclusión financiera, concebida desde esa perspectiva, se convierte en el vehículo que traduce la innovación financiera en bienestar tangible. Así, la “destrucción creativa” debe entenderse como una oportunidad a ser aprovechada en Bolivia para que la incorporación de las Empresas de Tecnología Financiera al ámbito de la regulación, la interoperabilidad de los sistemas de pago y la digitalización de los servicios financieros se conviertan en motores de desarrollo, mediante líneas de acción dentro de una Estrategia Nacional de Inclusión Financiera (ENIF).
No obstante, si estos avances no se acompañan de políticas públicas con enfoque en las personas, el riesgo es crear nuevas brechas de exclusión financiera-digital. Por ello, el desafío no es frenar la innovación, sino orientarla hacia la equidad, diseñando una ENIF que sea inclusiva, solidaria y basada en las necesidades de la población en situación vulnerable.
Sólo así, Bolivia podrá aprovechar plenamente el potencial de la innovación para construir un sistema financiero más justo, accesible y sostenible, en el que el progreso tecnológico se traduzca en oportunidades reales y bienestar compartido para todos los bolivianos.
Por: Maria Ximena Rodríguez Calderón/



