El país vive una paradoja dolorosa. En días recientes, marchas organizadas por distintos sectores reclamaron mayor dinamismo económico, un pedido legítimo en apariencia, pero profundamente contradictorio en la práctica.
¿Cómo exigir reactivación cuando las mismas protestas paralizan actividades productivas y golpean una economía que ya enfrenta serias dificultades? En un contexto global de incertidumbre económica, donde los países luchan por mantener su estabilidad, Bolivia no puede darse el lujo de sabotearse a sí misma.
Este panorama se agrava con un ingrediente aún más corrosivo: el sabotaje económico sistemático liderado por Evo Morales. Desde el refugio de su discurso incendiario, Morales no solo aviva la división, sino que utiliza marchas y bloqueos como herramientas para desangrar el país. Su retórica busca justificar lo injustificable: sacrificar el bienestar de millones de bolivianos por satisfacer sus obsesiones enfermizas de poder.
Las acciones de Morales no son aisladas; forman parte de una estrategia destructiva. Su reciente anuncio de organizar una nueva marcha es la continuación de un patrón que ya le ha costado al país millones de dólares en pérdidas económicas. Las huelgas, bloqueos y protestas que promueve no buscan reivindicaciones sociales reales, sino alimentar un proyecto personalista que desprecia las necesidades colectivas.
Cada marcha impulsada por Morales es un golpe al trabajo honesto de los bolivianos. Sectores que dependen del transporte, el comercio y la producción ven truncadas sus actividades mientras las calles se llenan de consignas vacías y exigencias insostenibles.
No es casualidad que Morales haya hecho del conflicto su principal herramienta política. Este es un político que no construye, sino que destruye. En lugar de promover el diálogo y el entendimiento, opta por la confrontación, utilizando a sus seguidores como peones en un juego donde el único ganador siempre es él mismo.
El contraste es evidente. Mientras otros países redoblan esfuerzos por adaptarse a los desafíos globales, Bolivia sigue siendo rehén de un pasado que se niega a desaparecer. Morales y sus marchas representan una Bolivia que no avanza, que prefiere el caos al progreso. Una Bolivia que debe ser superada para que el país pueda mirar hacia adelante.
Lo más indignante es la falta de autocrítica de quienes siguen a Morales. ¿No es suficiente el daño económico acumulado en bloqueos y protestas? ¿Cuántas empresas deben cerrar, cuántos empleos deben perderse y cuántas familias deben sufrir para que entiendan que el camino del caos no lleva a ninguna parte?
El momento exige decisiones responsables. Bolivia necesita estabilidad, unidad y visión. No hay espacio para políticos que apuestan por la destrucción como método de control. Morales debería ser un recuerdo del pasado, no un obstáculo para el futuro.
Los bolivianos tienen la capacidad de superar estos desafíos, pero solo si dejan de lado las divisiones que figuras como Morales fomentan. Es hora de decir basta a las marchas de la contradicción y al egoísmo de un ignorante que no merece la atención ni el sacrificio de este país. Bolivia debe recuperar su rumbo y dejar atrás las sombras de quienes insisten en sabotear su desarrollo.
La Paz/AEP