El panorama político en Bolivia sigue manchado por la figura de Evo Morales, un hombre que ha demostrado, una y otra vez, que su enfermizo deseo de poder supera cualquier interés por el bienestar del país. A lo largo de los años, Morales ha dejado claro que no está dispuesto a ceder el control, aunque eso implique el sufrimiento de los bolivianos.
Sus acciones recientes, como la promoción de marchas y bloqueos, no son más que una continuación de su ambición desenfrenada, sin importarle las repercusiones económicas y sociales que estas generan.
Los bloqueos impulsados por Morales no solo paralizan al país, sino que son una muestra clara de su falta de respeto por la ciudadanía. A este hombre no le interesa el daño que sus acciones causan, ni la escasez que provoca cuando amenaza con cercar las ciudades para impedir la llegada de alimentos. Su objetivo es uno: conseguir el poder a toda costa, por las buenas o por las malas. La amenaza constante de forzar su candidatura presidencial refleja su desprecio por la democracia y el voto popular, especialmente después del 21F, cuando el pueblo boliviano le dijo categóricamente que ya no lo quería como presidente.
El desprecio de Evo Morales por la voluntad del pueblo es evidente. No respetó el voto popular en 2016, y todo indica que no tiene intenciones de hacerlo ahora. Su obstinación por regresar al poder a cualquier precio, pasando por encima de la Constitución y la voluntad popular, revela la naturaleza antidemocrática de su liderazgo. Pero la ambición de Morales no solo se limita al poder político, sino que también está estrechamente relacionada con el narcotráfico, uno de los grandes flagelos que azota a Bolivia.
Recientemente, se vio a Morales movilizándose en un automóvil vinculado a personas implicadas en el tráfico de drogas. Este hecho no es aislado, sino parte de un patrón que confirma lo que muchos ya sabían: estamos ante un narco político. Los vínculos de Morales con el narcotráfico no son nuevos, pero cada vez son más evidentes. Y ante este panorama, la pregunta es inevitable: ¿realmente queremos a un hombre así liderando Bolivia? ¿Un individuo cuyas relaciones con el crimen organizado ponen en riesgo el futuro del país?
No podemos olvidar tampoco los oscuros episodios de corrupción que marcaron su gobierno. Nemesia Achacollo y Gabriela Zapata son solo dos de los muchos nombres que se beneficiaron económicamente durante su mandato, mientras Morales miraba hacia otro lado. Estos escándalos no fueron simples errores; fueron el resultado de una cultura de corrupción que permitió que sus aliados se enriquecieran a costa del pueblo boliviano. Esos tristes capítulos del pasado no deben repetirse.
Morales representa todo lo que Bolivia no necesita: ambición desmedida, falta de respeto por la democracia, vínculos con el narcotráfico y corrupción rampante. Es inaceptable que, con todos estos antecedentes, siga buscando regresar al poder. Sus acciones ya no sorprenden, pero continúan generando daño. Cada marcha, cada bloqueo, cada amenaza de violencia son un recordatorio de que su proyecto político es destructivo para el país.
Bolivia merece un futuro sin las sombras del pasado. Morales y sus lacayos deben enfrentar la justicia. Evo ‘Drogales’ debería estar tras las rejas. Solo así se podrá garantizar que su círculo cercano no continúe dañando a Bolivia. Su caída, al igual que la del perro rabioso, pondría fin a la plaga que él y sus seguidores representan para el país. Al final del día, muerto el perro, se acaban las pulgas. Bolivia necesita liberarse de ese lastre. Es momento de mirar hacia adelante, sin las cadenas que Morales ha intentado imponer durante tantos años.
Escrito por Miguel Clares.