El resultado preliminar de la segunda vuelta de las elecciones generales 2025 obliga a referirse al nuevo presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, que por el art. 168 de Constitución Política del Estado (CPE) ejercerá sus funciones durante cinco años, para cuyo ejercicio hay que tener el poder político de mandar para luego cumplir las promesas hechas públicamente.
El presidente elegido, durante su campaña y debate, no planteó nada concreto al pueblo boliviano, solo promesas sin claridad, limitándose a decir que van a cambiar las cosas y Bolivia será diferente; al respecto, monseñor René Leigue dijo: “No nos dejemos engañar con promesas que sabemos que no se van a alcanzar”.
Poder es, según la RAE, tener expedita la facultad, potencia y facilidad de hacer algo. Ese poder se tiene cuando se es elegido con más del 60% de los electores habilitados. En consecuencia, cualquier porcentaje inferior al 60% referido que eligió al nuevo presidente, no constituye una mayoría importante como lo es cuando se es elegido por más del 70%, porque democracia es el gobierno de las mayorías. ¿Qué poder puede tener el presidente para gobernar si no tiene más del 70% en la Asamblea Legislativa?
El nuevo presidente es tal, porque ganó la elección; pero no tiene poder para modificar la Constitución Política del Estado, privatizar las empresas e industrias del Estado, solucionar los problemas entre el Tribunal Supremo de Justicia y el Tribunal Constitucional Plurinacional, suprimir la subvención de los combustibles, prestarse 12.000 millones de dólares del FMI, del BM y del BID, devaluar la moneda boliviana para que un dólar cueste 14 bolivianos, solucionar la corrupción en la administración de justicia donde asesores jurídicos redactan autos supremos para que firmen los magistrados, erradicar la inseguridad jurídica, frenar el incremento de la delincuencia, obligarles a pagar impuestos a los mineros auríferos y otras promesas públicamente hechas. No tiene poder, por no haber leído ni un solo libro de ciencia política, derecho político ni El contrato social de Jean-Jacques Rousseau. Así, no se puede decir que el nuevo presidente tiene poder para gobernar con el pueblo y para el pueblo; porque su elección carece de poder y por ende no le beneficia a él ni al pueblo que quiere un presidente para solucionar todas las crisis que atraviesa.
Ser elegido presidente con 3.330.233 votos del electorado habilitado que es de 7.937.138 ciudadanas y ciudadanos (casi 8 millones). Puede entenderse que es un presidente ilegítimo; en consecuencia, nada raro sería que haya inconformidad del pueblo, hasta podría haber una desobediencia civil porque el nuevo presidente no representaría a la mayoría del pueblo boliviano, porque su elección no sería fruto de una verdadera democracia, sino de una democracia manipulada; al respecto conviene leer El Estado y la revolución de Vladimir Ilich Lenin. ¿Qué es lo que vale más en la vida política del Estado, el poder del presidente o el poder del pueblo?, sumando a ello el rechazó de la Central Obrera Boliviana (COB) y demás organizaciones sociales, no hay dudas de que fracasará lo que pensó el nuevo presidente y los que lo apoyaron. El pueblo no quiere que los de la derecha fascista los gobiernen, porque sabe que los pobres que apoyan a la derecha fascista son víctimas de la manipulación.
Por su parte, el vicepresidente del Estado nada bueno puede hacer, porque por mandato del art. 153 de la CPE solo “presidirá la Asamblea Legislativa Plurinacional”, y presidir es ejercer el cargo de presidente como jefe sin poder de decisión, porque los que tienen atribuciones para hacer proyectos de ley, aprobar y sancionar leyes buenas o malas, favorables o desfavorables para el pueblo son los diputados y senadores conforme prevén los arts. 162,163 y 158.3) de la CPE, en cuyos trámites no hace nada importante el vicepresidente: no puede obligar a los diputados y senadores que actúen y voten como él quisiera, pues ellos votan obedeciendo las instrucciones de sus “jefes de bancada” y/o según su criterio personal. El vicepresidente no puede lograr consensos, si a los opositores no les da la gana; por ello, Juan Lechín Oquendo, refiriéndose al vicepresidente dijo: “Es la quinta rueda del carro…”, considerando que era un cargo decorativo sin poder político alguno, sino simplemente administrativo para presidir la Asamblea Legislativa; así también se colige del libro ¿A la sombra del poder? de Mariano Baptista Gumucio.
La realidad hace ver que, a medida que pasa el tiempo, el nuevo presidente carecerá de poder y no cumplirá lo que prometió —por estar desconectado del pueblo— y todo pasará al olvido, pese a que no cumplir promesas políticas es estafa política (mentir para hacerse elegir y no cumplir). En ese sentido, conviene leer El poder frente a la fuerza de David R. Hawkins, El poder y la gloria de Graham Greene y las obras de Miguel de Unamuno, que centran su filosofía en el “fracaso del pensamiento”.
Por: Armando Aquino Huerta/



