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Miguel Clares

Trabajo sí, circo no

Mayo es mucho más que el quinto mes del calendario. Es el mes del trabajador, de quienes se levantan cada mañana para mover el país con su esfuerzo.

El pasado 1° de mayo nos volvió a recordar que trabajar no es una carga, es un acto de dignidad. Quien trabaja no solo construye su sustento, también aporta al progreso colectivo. Es una forma de amar al país.

En un mundo que aplaude el facilismo y la viveza, trabajar con honestidad es casi un acto de rebeldía. El trabajo es compromiso, constancia, entrega. Es una expresión concreta de responsabilidad social. Porque cada médico, cada obrero, cada agricultor, cada maestro, cada servidor público que cumple su deber, está sosteniendo algo más grande que su salario: está sosteniendo a Bolivia.

No todos piensan así. En este mismo país, donde miles de bolivianos madrugan para ganarse la vida, existen personajes que han hecho del Estado su botín y del tiempo su desperdicio. Asambleístas que no legislan, que no fiscalizan, que no hacen nada. Solo estorban. Son el retrato perfecto del mankagasto: no producen, no suman, no resuelven. Pero cobran, y lo hacen con una sonrisa hipócrita.

El contraste es obsceno. Mientras un obrero trabaja diez horas para alimentar a su familia, hay parlamentarios que pasan semanas sin aprobar un crédito, sin tratar una ley, sin aportar una sola idea útil. La parálisis que imponen desde sus bancas tiene consecuencias. Retrasan obras, frenan proyectos, obstaculizan financiamiento externo.

El país no puede seguir tolerando este abuso con indiferencia. El que no trabaja, no merece cobrar. Y menos aún en el Estado. El que no cumple su deber público, debería renunciar. No hay dignidad en estancar al país desde un curul. No hay honor en sabotear el desarrollo mientras se vive del dinero de los contribuyentes.

Este mes, en vez de discursos vacíos, deberíamos mirar a los verdaderos protagonistas: los trabajadores. Los que sí madrugan, los que sí cumplen, los que sí producen. Bolivia camina gracias a ellos. Sin su esfuerzo, nada se sostiene. El desarrollo no nace en las oficinas del parlamento. Nace en los mercados, en las fábricas, en los hospitales, en las aulas y en cada rincón donde alguien da lo mejor de sí.

Es tiempo de recuperar el orgullo por el trabajo bien hecho. De recordar que trabajar no es una carga, es un privilegio. Porque a través del trabajo, cada uno aporta a algo más grande que sí mismo. Y eso debería ser motivo de honor. Bolivia necesita más gente que sume, no que reste. Más personas que aporten, no que obstruyan.

Los jóvenes deben ver que el camino no está en la trampa ni en el acomodo, sino en el esfuerzo. En las manos limpias, no en los bolsillos llenos de dietas inmerecidas. Deben saber que trabajar con honestidad es el legado más grande que se puede dejar. Los malos ejemplos abundan, pero los buenos también existen. Y es momento de hacerlos visibles.

En este mes del trabajador, que el país rinda homenaje a quienes sí merecen reconocimiento. Y que también exija cuentas a quienes, amparados en cargos públicos, solo demuestran cómo no se debe vivir del Estado. El salario no es una recompensa automática. Es el reflejo de un compromiso. Y si no hay compromiso, no debería haber pago.

Trabajar es una forma de honrar a los que vinieron antes y de abrir camino a los que vendrán. Que mayo no sea solo una efeméride. Que sea un llamado a rescatar la dignidad de quienes hacen grande a Bolivia con el sudor de su frente y la frente en alto.

Por: Miguel Clares/


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