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Miguel Clares

Vuela alto, Pepe

Se fue Pepe Mujica, pero no se fue del todo. Un hombre como él no muere, trasciende.

Porque hay vidas que, lejos de apagarse, se convierten en fuego lento que alumbra generaciones. Uruguay lo llora, pero América Latina lo recuerda de pie. No como un político más, sino como un ejemplo raro y necesario: el del líder que no necesitó lujos, escoltas ni discursos vacíos para dejar una huella.

Pepe fue la rebeldía honesta, la coherencia viva, la humildad hecha gobierno. Dormía en una chacra, conducía su viejo escarabajo y vivía con lo justo. No como pose, sino como convicción. Mostró que se puede ejercer poder sin perder la decencia, y que ser presidente no significa alejarse del pueblo, sino parecerse más a él.

Pero si algo lo hizo inolvidable, fue su mensaje a los jóvenes. A los que están hartos del cinismo, de las máscaras, del ego que intoxica la política. Mujica les habló sin manuales, sin fórmulas, sin promesas huecas. Les dijo que la vida es corta, que hay que pelear por una causa, que vale más una utopía con sentido que una carrera sin alma.

“Los jóvenes no nacieron solo para pagar cuentas”, repetía. Les pedía que no se convirtieran en esclavos del consumo, que no se vendieran al mercado ni al miedo. Les hablaba como quien ya lo vivió todo, pero aún cree que el mundo puede cambiar. Y ese es, quizás, su mayor legado: creer, incluso cuando parece ingenuo.

Pepe no fue perfecto. Tampoco lo pretendió. Era humano, intenso, terco. Pero siempre auténtico. No hablaba de revolución desde la comodidad, sino desde la experiencia, desde el barro de la cárcel, desde la historia vivida en carne propia. Su autoridad no venía de un cargo, sino de su coherencia.

A los jóvenes les dijo que el tiempo es el recurso más valioso que tienen. Que no lo malgasten. Que se enamoren, que militen, que se equivoquen, pero que no vivan como zombies. Que tengan pensamiento crítico, pero también compasión. Que sueñen, aunque les digan que no se puede. Que vivan con alegría, aunque el sistema los quiera grises.

En un mundo lleno de pantallas, de influencers de plástico, de líderes que se compran como productos, Mujica era lo opuesto: verdad sin maquillaje. Un viejo sabio que, desde su rincón de Montevideo, le hablaba al planeta como un abuelo que cuida, que enseña, que advierte.

Hoy vuela alto, libre como siempre fue. Y deja un vacío que no llenarán ni los discursos ni las estatuas. Porque lo que se va con él no es solo una persona: es una forma de estar en el mundo. Una forma de hacer política sin cinismo, de vivir con sencillez, de decir la verdad, aunque duela.

A los jóvenes que hoy se sienten perdidos, confundidos o decepcionados, que recuerden a Pepe. Que lean sus frases, que escuchen sus charlas, que miren su vida. No como una postal del pasado, sino como un faro que aún puede guiar. Mujica no fue un político más: fue un maestro de humanidad.

Descansa en paz, viejo luchador. Tu vida fue un canto a la libertad, una lección de coraje, una semilla que ya germinó en miles de corazones. Que la tierra te sea leve, Pepe. Y que tu voz siga viva en cada joven que se atreva a soñar con un mundo más justo.

Por: Miguel Clares/


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