En la cosmovisión andina, agosto es el mes para las ofrendas a la Pachamama, la Madre Tierra, porque marca el fin de la primera temporada agrícola. Ella “abre la boca” para recibir ofrendas en agradecimiento por los frutos dados y en anticipación de un futuro con prosperidad.
En las calles empedradas del centro colonial de La Paz, el aroma a incienso y hierbas aromáticas se mezcla con el bullicio de los compradores que abarrotan la famosa "calle de las brujas".
Agosto es el mes de la Pachamama, la Madre Tierra, y en la cosmovisión andina el país vibra con una energía especial.
Entre los puestos coloridos que adornan la calle, los fetos de llama cuelgan rodeados de una otras ofrendas a la Madre Tierra.
Margarita, una vendedora local, explica con orgullo: "La gente busca prosperidad económica, fertilidad en los campos, felicidad, salud, amor y dinero".
Sus ojos brillan mientras habla, reflejando la profunda conexión que mantiene con estas tradiciones ancestrales.
El antropólogo Juan Aguirre ofrece contexto a esta celebración que ha trascendido del campo a la ciudad: "Es un acto de reciprocidad con la Madre Tierra que practicaban pueblos prehispánicos. Se origina en el campo, donde se agradece por los frutos que da la tierra y se pide por buenas cosechas. Las migraciones afincaron la costumbre en las ciudades".
En los comercios, los dueños de negocios atizan pequeñas hogueras frente a sus locales. El humo se eleva en espirales, llevando consigo las plegarias y agradecimientos a la Pachamama.
En las zonas rurales, estos rituales presiden la siembra y la cosecha. La Pachamama despierta con hambre tras los meses secos y hay que alimentarla antes de que inicie un nuevo ciclo agrícola.
Para los más devotos, el ritual no está completo sin una peregrinación a las apachetas, lugares sagrados en las alturas donde se realizan las ofrendas más solemnes.
Allí, el feto de llama, considerado una ofrenda mayor debido al carácter sagrado del animal, es el protagonista de complejas ceremonias.
Lo que comenzó como una tradición rural ha permeado todos los aspectos de la vida boliviana.
Desde la aprobación de la Constitución de 2009, que reconoció oficialmente estas creencias andinas, es común ver cómo las celebraciones estatales son precedidas por ofrendas a la Pachamama.
En agosto, de sol a sombra, el ajetreo en la "calle de las brujas" será intenso.
Familias enteras, empresarios y funcionarios públicos se mezclarán en una colorida procesión, cada uno llevando sus ofrendas y esperanzas.
Mientras concluye la primera temporada agrícola en el mundo andino, Bolivia entera se une en un acto de gratitud, fe y conexión con la tierra y con las tradiciones.
AEP/Mac