Un viaje sublime a través de formas y figuras. La obra relata las historias de mujeres, posiblemente kurdas, palestinas, mapuches o birmanas, que se enfrentan al conflicto que niega la existencia de su pueblo. Explora su respuesta ante esta agresión colonial y capitalista.
La Paz, 11 de febrero de 2024 (AEP).- La escritura del cuerpo, la visión de un recuerdo, la crudeza de la guerra, la rabia, el miedo, la impotencia, la sangre que fluye, la que huye y la que inyecta vida, todo eso en gráciles movimientos, tan fluidos, naturales y leves. Una historia y cientos de vidas es lo que narró Mariana Behoteguy Chávez durante su presentación titulada: Mayaymara, danza política, desarrollada durante dos noches de presentación en El Bunker, casa de creación, los días 26 y 27 de enero.
Los asistentes tuvimos una revelación o quizá muchas variadas, un viaje que pareció breve, pero sublime, los ojos pasearon sobre las formas y figuras que Behoteguy plasmaba en el escenario, mientras, en algún momento, la música narraba por sí; en otro, era su voz que completaba el argumento y todo integrado en viajes a través del planeta, dos sitios particularmente especiales, Palestina y América.
A través de la danza se rememoró a las mujeres víctimas de los feminicidios, la pobreza, las diferencias sociales, raciales, de culto, la tierra herida, un relato musical; el arte en movimiento que no invitó, como generalmente lo hace, a huir de la realidad, sino a sumergirnos en ella, a sentir la vibración de los pies, de los dedos, recorrer las huellas, sentir el sudor frío que produce el arsenal de instrumentos de guerra cuyas víctimas en masa son niños y mujeres.
Comprender por qué algunos optamos por la formación política de izquierda frente al capitalismo, acelerado monstruo frenético que sediento de sangre y de bosques acaba con miles para potenciar el poder de pocos, de esos psicópatas que engañan conciencias, que se alzan para flamear su poderío sobre los cuerpos vejados de inocentes.
¿Creías que escaparías? ¿Creías, de manera indiferente, que escucharías como un día cualquiera de noticias y de fake news sobre los bombardeos en la Franja de Gaza o sobre la contaminación en el lago Titicaca? Imposible. La bailarina Mariana Behoteguy desnudó la realidad como quien te desnuda la piel para darte un beso sutil, pero en este caso, la desnudez fue cruda, fría y dolorosa, la dicotomía entre la espina y la rosa.
Un cuerpo envuelto en tela, uno que dialoga con el aire y con la tierra, con el ser concretado en el centro de un universo que aún respira, aun, pese a toda la destrucción ocasionada y ordenada por poderosos oscuros. Con Mayaymara el público estuvo en México, en Chile, Argentina sintiendo el anhelo de la sobrevivencia por el que a diario luchan los mapuches, un pueblo herido despojado de sus tierras, perseguido como otros en América.
El público estuvo en la tierra boliviana con su sabor a coca pijchada y por supuesto, estuvo en el cuerpo de la mujer palestina, cubierta de temibles creencias, envuelta cual sombrío espectro, retorcida en la desesperación por el hijo parido a una vida incierta, parido para ser tempranamente hombre y apuntar el arma sobre la cabeza de la mujer que lo parió.
Las ansias de llorar llegaban al rostro de los espectadores, el deseo de abrazar la tierra y bañarse en ella, como lo hizo Mariana Behoteguy, también se cruzó por la cabeza, lo mismo que la impotencia, la rabia porque pocas veces existen presentaciones tan armónicas y tan necesarias para el alma y la razón.
El arte en movimiento no solo es estética, sensualidad, no solo habla de belleza, es también una consigna política, es también esa energía renovadora que inyecta fuerza a los militantes de la justicia, de la vida sin enfrentamientos irracionales, a los militantes de la existencia humana con amor por la tierra.