El medio de comunicación internacional El Periódico narra el estado crítico en el que está este espejo de agua compartido por Bolivia y Perú.
La Paz, 07 de agosto de 2023 (AEP).- El lago Titicaca separa a Perú de Bolivia. A ambos lados de esa zona de los Andes centrales sobrevive un credo común. Se dice que en tiempos inmemoriales Wiracocha, el dios del Sol, emergió de sus profundidades. Luego creó a la Luna y a la misma humanidad, protectora del imperio Inca. Pero esas aguas asombrosas, las de la superficie navegable de 8.490 km2, ubicada a una altitud de 3.812 metros, se están secando.
Alerta por nivel del agua
Las imágenes casi desérticas del lago han provocado espanto. Las autoridades bolivianas han declarado una alerta por la disminución crítica del nivel del agua. El Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi) del Perú calculó el descenso en más de 40 centímetros promedio. “Estamos llegando a un punto crítico”, previno Juan José Ocola, de la Autoridad Binacional a cargo del Titicaca. Ninguna autoridad ejecutiva se ha pronunciado al respecto desde que se hizo visible la imagen desoladora de ese enorme espejo acuático.
Una frondosa vegetación circunda el lago. En sus bordes se destacan el junco o totora. Unas 80 pequeñas islas flotan en su interior, entre ellas la famosa Isla del Sol, en el lado boliviano, donde la cosmogonía sitúa el nacimiento de Viracocha y en la actualidad es un punto de asidua visita porque allí se encuentra la “roca de los orígenes”, entre varios sitios arqueológicos. El pasado mítico se mezcla por estos días con un presente inquietante y un futuro incluso más sombrío. Las proyecciones de la Unidad de Hidrología de la Armada Boliviana no son auspiciosas. Existe una “alta probabilidad” de que el lago llegue a estar 64 centímetros por debajo del nivel de alerta de sequía.
“Punto de no retorno”
Desde hace años, el altiplano se ve afectado por el déficit de lluvias que alimentan los nevados, principal fuente de suministro de agua del lago. A eso se le suman los efectos de otros fenómenos como La Niña y, desde marzo, El Niño. El horizonte se puebla de nubes oscuras para las comunidades rurales aymaras que están históricamente ligadas al lago: es la fuente esencial de su agricultura y la supervivencia de la flora y la fauna de la región.
Los peligros no son nuevos. Ocho años atrás, miles de ranas gigantes, peces y aves habían aparecido muertas. Fue un llamado de alerta. En aquel 2015, el lago Poopó, que se une al Titicaca por el río Desaguadero, se secó en su totalidad. “Nuestros abuelos decían que el clima iba a cambiar y también que algunas especies se extinguirían, pero nunca lo creímos”, señaló entonces la arquitecta Vilma Paye Quispe, una de las 50 lideresas indígenas de la Red de Mujeres Unidas en Defensa del Agua, creada para sanar el Titicaca de la contaminación.
Por entonces ya se había convertido en un lugar común hablar de desastre ecológico y “punto de no retorno”, al menos para los ambientalistas. El Titicaca se está quedando si una de sus especies nativas emblemáticas, como el zambullidor, un ave acuática. Su gradual desaparición, advirtió en su momento el biólogo Jhazel Quispe, es resultado del “cambio en la calidad del lago”.