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(Foto: Archivo)

El amor de Inés Córdova y Gil Imaná revive en su museo y centro cultural

Si esa casa pudiera hablar, seguro contaría cientos de historias. Diría, quizá, que en las mañanas ambos despertaban abrazados, durante el día se refugiarían y entregarían, por completo, a su arte y en las noches acurrucarían sus cuerpos fríos para soñar, de nuevo, juntos.

La Paz, 04 de septiembre de 2023 (AEP).- La magia puede ocurrir en distintos lugares, sucede sin percibirlo y a veces se manifiesta en el arte. A Inés Córdova y Gil Imaná los reunió esa fuerza universal, el amor. Se conocieron en Sucre, él tenía 17 años y ella 23, bastó sólo una mirada y la admiración mutua para que fueran siempre de la mano por los caminos del arte. Ambos dejaron un legado artístico invaluable en la cultura boliviana. Esa armónica energía y obra perdurará en su museo y centro cultural ahora abierto al público en la zona de Sopocachi.

El hogar donde ambos artistas compartieron su vida y arte ahora está dividido en seis salas de exposición, además cuenta con un patio, ambientes administrativos y un espacio para el almacenamiento de obras. Al ingresar al repositorio, las fotos de Inés Córdova y Gil Imaná dan la bienvenida a los visitantes. Al lado de ese cuarto están expuestas las obras de los artistas emergentes Wayna Arte 2023, las cuales están hechas por jóvenes talentos que rinden, a través de su trabajo, un sentido homenaje a la pareja de creadores.

La que fue la casa donde Inés y Gil construyeron sus sueños conserva el amor en el cual se basó su vida y obra artística. Cada uno aportó un sello particular al desarrollo de la plástica boliviana y permitió que sus talentos se fusionaran para generar una nueva propuesta con base en ese universo que juntos crearon y compartieron.

“El amor ha sido y es fundamental en mi vida, el amor al arte, a la pareja. Con Inés Córdova nos hemos complementado casi medio siglo. Porque el amor, yo veo que tiene dos fuentes primordiales, el material y espiritual”, contó Gil Imaná en una entrevista con el canal ATB en 2012.

Gil Imaná nació en Chuquisaca en 1933, durante el gobierno de Daniel Salamanca, año en el que Paraguay declaraba la guerra a Bolivia. Durante su niñez vivió continuos golpes de Estado. Ese periodo conflictivo del país fue el escenario para que el artista desarrolle su talento. A menudo solía jugar con los niños de su barrio, allí dibujaba en papeles, cartones o lo que encontrase. Al notar esa inquietud, sus padres lo impulsaron a estudiar arte junto a su hermano Jorge, pero el destino le tenía una sorpresa, su mayor referente en el arte, Juan Rimsa (pintor lituano), se convirtió en su mentor y maestro.

“Éramos doce alumnos en el taller, estudiábamos pintura al aire libre, sobre la naturaleza muerta, conocimos la anatomía humana en la morgue. Junto a mis compañeros aprendimos a fabricar nuestros propios materiales, aparte de trabajar con carboncillos, pinceles, pinturas al óleo, pasábamos todo el día juntos, era una etapa que me dejó muchas enseñanzas”, relató.

La ternura expresada en las artes

En la segunda década del siglo XX, otra artista iba perfeccionando su arte, primero con la confección de muñecas, obras llenas de abstracciones, pero con colores térreos, propios del paisaje y vestimenta de los andes, dirá la también artista Ligia Siles al referirse a la obra de Inés Córdova, quien rápidamente se interesó por el arte en cerámica, al que cada vez le ponía empeño y delicadeza.

Esa dedicación la llevó a estudiar con el maestro ceramista Llorens Artigas, amigo y creador junto a Joan Miró de la afamada obra Luna y Sol, que se plasma en la sede de la Unesco (1958). Su trabajo artístico también es reconocido por el afamado crítico de arte José Gómez Sicre, fundador de Museo de Arte Latinoamérica de la Organización de los Estados Americanos en Washington, quien la considera como la artista ceramista más prestigiosa de los años sesenta-setenta.

Inició en las artes elaborando juguetes, cosía cada una de sus muñecas, tejía, bordaba, también confeccionaba zapatitos. Todo lo que hacía venía de su creatividad, imaginario, trabajaba con telas, chatarra y otros materiales reciclados, con ellos plasmaba sus obras que estaban inspiradas en su vida.

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El mismo amor y pasión a la creación lo tuvo Imaná, a quien el contacto con el papel, la tela, le daba una sensación de complacencia. “Comencé a amar no solamente los materiales, sino lo que veía. Encontraba belleza en el paisaje, en los troncos viejos, en la textura de las piedras, de los muros. Creo que hay una belleza interna que a veces se manifiesta en una mirada, en una sonrisa, o en un beso”, manifestaba el artista en una entrevista.

A Inés la pasión por la cerámica le vino un día que estaba en la Embajada de Alemania, observaba cómo unos hombres embalaban cerámicas de Tiwanaku. Ella pensó entonces “esta cerámica es lo que más nos representa en el arte y no tenemos en ninguna escuela para aprender aquí en Bolivia y decidí: yo quiero aprender cerámica”, contó a Siles.

Debido a que en el país no encontraba un instituto o casa superior para formarse como ceramista viajó a Uruguay junto con un colega de ese país que estudiaba y daba clases en Montevideo. En la mañana iba a la universidad y en la noche tomaba cursos de cerámica. Después se fue a España con una beca de obrera para estudiar y perfeccionar su cerámica, en el lugar estudió cinco años en la Escuela de Massana, años después volvió al país y fue nombrada jefa del Taller de Cerámica de la Academia de Bellas Artes Hernando Siles.

Inés Córdova y Gil Imaná se conocieron dos años antes de la Revolución del 52, cuando el artista llegó a Sucre a presentar sus acuarelas. El poco tiempo que pasaron les sirvió para establecer un vínculo que los uniría toda su vida. Juntos lucharon, de la mano, por obtener algunas mejoras en la Escuela de Bellas Artes, pero no siendo posible, comenzaron a dar clases particulares de forma independiente, la amistad estrecha se convirtió en amor y decidieron casarse.

Al unir sus vidas hicieron los primeros murales en cerámica en Bolivia, participaron en varias Bienales, expusieron en muchos países y obtuvieron más de un centenar de reconocimientos a lo largo de su existencia. Una serie de homenajes siguió a su carrera y obra artística.

Inés ideó y perfeccionó la técnica de collage en tela, comenzó a cortar con la tijera pantalones, sus chompas y todo lo que tenía, durante su estadía en París, Francia, al verse imposibilitada de crear, así comenzó el collage textil. Cuando ambos volvieron al país, Imaná contó que una vez que salieron a pasear al campo su esposa vio un pedazo de lata con colores muy lindos y se le vino la idea de que podía hacer algún trabajo.

“Trajimos aquel material, lo desinfectamos y comenzó a hacer su arte, recuerdo que diciendo ‘Voy a trabajar con chatarra, con latas, vamos a buscar’, así comenzó en la orfebrería”, sostuvo el artista.

Sueño cumplido, un museo

El sueño de Inés Córdova y Gil Imaná siempre fue abrir su museo con todas las obras que elaboraron durante toda su vida. El amor de pareja los mantuvo unidos e hizo que creciera su pasión por el arte. Fue una vida de amor, al arte y entre ellos.

Su compañera, Inés, manifestó en entrevista con el periódico Presencia, el 16 de octubre de 1987, que el arte debe tener un sentido de permanencia. Para la artista debe ser importante que el lenguaje no sea fugaz. Pero expresó también que la plástica debe siempre abrirse nuevos caminos.

“Les recomiendo trabajar con dedicación, con amor, aunque sea por una lata vieja, eso es importante”, agregó.

Los ojos tiernos, pequeños y alargados de Inés Córdova se apagaron un 19 de mayo de 2010. Fue siempre fiel a su arte, trabajó con cerámica, joyas, collages, murales, tejidos y otras especialidades hasta el fin de sus días. Su compañero dedicó su vida a difundir el trabajo que juntos habían forjado, desde ese espacio que los unía, el arte y el activismo cultural.

En el otoño de su vida, Gil Imaná quedó ciego, pero sus trazos se hacían más certeros, estaban guiados por el amor. Nada le permitió abandonar lo que amaba, quizá porque el arte era la única forma de mantener vivo el recuerdo de su compañera.

“Estoy feliz con la vida, agradecido, qué lindo es ser pintor y tener el sentimiento de amor, solidaridad, comprensión y respeto con los demás. Veo maravillosos colores por dentro, pero en la realidad no puedo distinguirlos, por eso la última obra que tengo es en blanco y negro”, decía en una de sus últimas entrevistas a la cadena internacional CNN.

El 2021, Gil Imaná donó su patrimonio artístico y cultural al igual que el inmueble donde habitaron, que se encuentra en la avenida 20 de Octubre esquina Aspiazu (zona Sopocachi), al pueblo boliviano, a través de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB). La colección consta de 6.843 piezas, de las cuales la mitad corresponde a la obra de su compañera, Inés Córdova.

Ese legado y sueño se hace realidad. El museo y centro cultural ya está abierto al público gracias a las gestiones del Centro de la Revolución Cultural (CRC), dependiente de la FC-BCB, para que quienes visiten ese espacio vean, con los ojos del alma, la exposición Tránsito en el tiempo, dedicada a los artistas y, mediante ella, sientan aquel amor que ahora se hace inmortal.


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