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Empresas mineras de Uncía y Llallagua a principios del siglo XX

A comienzos del siglo XX, Uncía y Llallagua fueron escenario de una feroz disputa entre tres poderosas empresas mineras. En medio de litigios, innovaciones tecnológicas y conflictos laborales, Simón I. Patiño se consolidó como el ‘Rey del Estaño’.

En esta edición del Taller del Historiador analizamos el rol de tres empresas que compitieron en una guerra sin cuartel para controlar el espacio minero de la provincia Bustillo. Una a una, las concesiones mineras de pequeña envergadura de la región fueron absorbidas, hasta que una sola alcanzó el título de ‘El Rey del Estaño’, Simón I. Patiño.

EMPRESA LA SALVADORA

Ubicada en el cantón Uncía, capital de la provincia Bustillo, fue adquirida por Simón I. Patiño de su antiguo socio Sergio Oporto, el 16 de agosto de 1897, en una operación poco transparente, aunque debidamente legitimada, pues se hizo con la respectiva escritura pública. Patiño bregó sólo, agotando sus reservas económicas por cinco años más, hasta que sus trabajadores, indígenas en su generalidad, encontraron la fabulosa veta.

La leyenda cuenta que “una tarde de 1902 corrió gran alarma y regocijo entre los trabajadores; se había cortado una veta que brillaba como plata, era la veta Salvadora, como señala Arce (1975). Otra versión refiere que fue más bien “el capataz Menéndez (quien) venía corriendo... dando grandes voces...: Don Simón, venga a ver lo que hemos encontrado... Debe ser plata pura. ¡Es una veta ancha!”, según Querejazu (1978).

Escuela de niños en Catavi.

La Salvadora no estaba perfeccionada y se superponía con varias concesiones mineras: La Realenga (vendida después a la Compañía Estañífera Llallagua); Demasías Intermedia, de Pastor Sainz; y especialmente con La Negra, una concesión de 12 hectáreas reclamada por Artigue, quien mantenía un litigio con Simón I. Patiño. Este último ganó el juicio en los tribunales. Ante el fallo adverso, Artigue libró a tiros el derecho propietario que detentaba Patiño, a quien todos consideraban “el iluso de la montaña”, hasta que descubrió la fabulosa veta de La Salvadora, en cuatro insignificantes hectáreas.

En 1910, La Salvadora estaba en actividad plena, dotada de tecnología de punta, con perforadoras eléctricas de percusión sistema Linners Luehkett, que dieron excelente resultado en el nivel 250 de la mina. La extracción de la carga se hacía por medio de dos cuadros verticales. Por entonces aún no existían chime- neas, las que se hallaban estaban en plena preparación. Patiño había adquirido maquinaria moderna para la extracción del mineral desde los cuadros. Contaba con dínamos eléctricos que obtenían fuerza del Ingenio Miraflores, donde se hallaban los motores Diésel. 

En 1910, Patiño instaló jaulas guiadas que se emplearían tanto para el transporte de mineral como para los trabajadores. Se habilitó una amplia canchamina para concentración del mineral, desde donde bajaba al ingenio por medio de los baldes de un andarivel de 3.800 metros de longitud, con capacidad para transportar entre 1.500 y 2.000 quintales españoles.

La fuerza motriz empleada en La Salvadora provenía de los generadores instalados en el Ingenio de Miraflores. Inicialmente contaba con una máquina de vapor de 110 HP dedicada a la concentración del mineral y una máquina a gas de 100 HP que accionaba generadores eléctricos. En 1910 se instaló un tercer motor a gas con una potencia de 350 HP, destinado a reforzar las labores del ingenio y aumentar la producción de energía eléctrica. La mina empleaba luz eléctrica con una tensión de 220 voltios, que se transformaba hasta 500 voltios, nivel requerido para operar las perforadoras y ventiladores.

empresasminerasPulperias mineras.

Las vetas de la mina eran fabulosas. Explotaba un promedio de 1.700 quintales españoles mensuales, con 65% de ley, pero de esa producción 3.000 quintales españoles provenían de la guía, es decir de la veta pura que hizo célebre a Patiño, a su mina y al distrito de Uncía, cambiando el curso de la historia mundial.

La mina fue trabajada como una obra de arte de la ingeniería de la época. Las galerías eran anchas y altas, trabajadas en traquita, que le otorgaba total resistencia. En las partes ya rellenadas, el sostén de las paredes estaba hecho en base a piezas de madera sólida, y en algunos tramos con bóvedas de piedra labra- da. La obra se completaba con el sistema de ventilación, tanto naturales como eléctricos, de tal forma que los accidentes por inhalación de gases tóxicos eran sumamente raros.

La Salvadora empleaba al mayor número de fuerza laboral en el distrito. En 1910 tenía una nómina de 1.120 trabajadores, de los cuales 700 eran empleados en la mina y 420 en el Ingenio Miraflores. La dramática falta de brazos para las labores mineras había determinado una fuerte competencia entre las empresas mineras de Uncía, con elevados jornales, mismos que fluctuaban entre Bs 3, 6 y 10, dependiendo si se trataba de obreros corrientes, especializados o contratistas, quienes percibían los salarios más altos, “por metro corrido”.

La empresa construyó el moderno hospital Albina Patiño y una botica bastante surtida, dirigida por el doctor Jaime Mendoza, quien había renunciado a su cargo de médico general de la provincia para enrolarse con Patiño.

A las cuatro hectáreas de La Salvadora, en ocho años, Patiño había sumado otras 246 hectáreas, muchas con títulos perfeccionados y algunas en litigio, entre ellas las demasías Juan del Valle y Espíritu Santo; Tres Socias (4 Has.); Protectora (20 Has.); Resguardo (50 Has.); Dos Amigos (6 Has.); Dolores (20 Has.); California (20 Has.); Santa Rosa (20 Has.); Ver- dadera Llallagua (60 Has.); Inca (20 Has.); Be- tina (4 Has.); y Eduardo (22 Has.).

En 1914, La Salvadora alcanzó un nivel de gran expectativa. Su nómina de trabajadores alcanzaba a 2.528, de los cuales 70 eran empleados. Tenía cuatro bocaminas principales: Juan del Valle, Animas, Bismarck y el hermoso Socavón Patiño, destinado a servir de socavón principal para el trabajo de todas las demás propiedades de la empresa. Se había ampliado a 329,08 hectáreas sobre veneros y 50 hectáreas en la superficie destinada a ingenios y edificios complementarios. Contaba con dos andariveles que transportaban minerales a los ingenios Victoria y Miraflores, donde procesaba una carga mensual de 120.000 quintales, de la que se refinaban 14.000 quintales en el Ingenio Victoria y 4.000 en el Miraflores. En 1913 exportó 250.000 quintales, con ley promedio de 60%.

La Salvadora se equipó con tecnología de punta y mecanizó los trabajos mineros y de refinación, gracias a una fuerza motriz de 250 HP en la mina y 300 HP en los ingenios, proporcionada por tres motores diésel de 250 HP, de las que se empleaban 30 HP para el servicio de alumbrado público en la ciudad. Contaba con “5 molinos de bola Krupp, 3 molinos de péndulo Humboldt, para pulverización de carga. 

22 Gigger’s automáticos, 18 mesas Humboldt y Krupp y 20 buddles, para la concentración”.

COMPAÑÍA MINERA UNCÍA

John B. Minchín y sus “compartes” habían desarrollado su mina que formaba una próspera compañía. Era el principal accionista de la Empresa Minera Uncía, que explotaba las vetas Animas y San Miguel, y tenía las concesiones El Carmen, Industria, San Antonio, Pizarro, San José, Demasías de Pizarro y la concesión La Colorada, ubicada en el cerro de Challma, en Uncía, de Sergio Oporto, con un total de 71,5 hectáreas.

En el socavón Animas trabajaban 400 obreros, y explotaba una solitaria veta de estaño. Contaba con un cuadro de extracción vertical, dotado de un motor a vapor, que subía el mineral extraído en sacos de cuero. En San Miguel trabajaban 200 mineros, que explotaban las vetas Candelaria, Gonzales, Reyes, San Eduardo, San Miguel y Bismark, que contaban con un cuadro vertical de extracción de minerales, descargando los sacos de cuero en baldes de un andarivel automotor monocable de 3.300 metros de longitud, capaz de transportar 8 toneladas por hora hasta el Ingenio Victoria para su concentración. En 1910, Minchín construía el Socavón Waters, para comunicar ambas minas. En 1909 exportó 34.500 quintales españoles. 

La mina de Minchin no se había mecanizado del todo. Aparte del motor a vapor y el andarivel, solamente contaba con ventiladores manuales. Sostenía a su cargo un médico, pero no contaba con un hospital, implantó a su costo una escuela de niños en el Ingenio Victoria, a cargo de un profesor. Los ricos yacimientos de Minchin fueron vendidos a la Empresa de Simón I. Patiño en 1910, en 150.000 libras esterlinas, como afirma Ibañez (1943). Estaban incluidos equipos, mercaderías y maquinarias, mediante inventario y avaluación de “maquinarias eléctricas, aparatos y útiles existentes en las dependencias de la empresa, mercaderías en camino (...) arrojando un valor total de quince mil ciento cuarenta y siete libras esterlinas, ocho chelines y seis peniques”.

COMPAÑÍA ESTAÑÍFERA DE LLALLAGUA

El Gral. Pastor Sainz era propietario de la Empresa Llallagua, que fue vendida a accionistas chilenos y bolivianos, en 1906. La administración chilena estaba registrada en Santiago de Chile, y todas las decisiones se tomaban en esa capital. Al principio cometió una serie de errores que provocaron la decadencia de la mina, “debido a derroches considerables, hasta el extremo de provocar una verdadera crisis”, que fue rápidamente remontada.

El Socavón Azul era una de sus principales bocaminas, por donde se extraían los minerales de las vetas La Blanca y San Fermín. Era un “socavón espacioso, bien ventilado, recorrido por un decauville, permitiendo el fácil escurrimiento de las aguas que filtran en tiempo de lluvias; y con transmisión de fuerza eléctrica, para la instalación de perforadoras destinadas a avanzar notablemente los trabajos”.

Exportación de barrilla de alta cabeza de ley de La SalvadorajpegExportación de barrilla de alta cabeza de ley de La Salvadora.

El Socavón Maestro Cancañiri, el más importante, era el orgullo de la Compañía, de “2,50 metros de ancho por 2.20 metros de alto y a un nivel de 120 metros más abajo que el del Socavón Azul, tiene un largo de 150 metros y el frontón se sigue con dos perforadoras de percusión de la Electric Drill Co., las que trabajan con fuerza eléctrica y aire comprimido, combinado, dando un rendimiento de un metro diario”. Era un portento de tecnología. El Socavón Maestro estaba destinado a servir de única salida para toda la explotación, concentrando las labores mineras. ¡Era otro alarde de los chilenos, esta vez de administración minera! 

Existían otros socavones menores como el San José, que se hallaba comunicado con el Azul, por donde se extraían minerales oxidados (‘pacos’); La Blanca, que era recorrido por un decauville enrielado; y los socavones Encantada y Carnavalito.

Los minerales se concentraban en el Ingenio Chile, desde donde eran llevados por un andarivel de 5.000 metros de longitud, con capacidad para 70 baldes por hora, con una carga de 3,5 quintales cada uno. El ingenio Chile era un establecimiento bien equipado, con capacidad para tratar hasta 5.000 quintales de mineral en 12 horas de trabajo. Estaba destinado a tratar minerales oxidados, de baja ley y había logrado procesar también los minerales sulfurosos de buena ley. La producción de la empresa era de 7.000 quintales mensuales con una ley promedio del 66%.

En 1914 ya se había apoderado de los yacimientos de los cerros Chayaqueña, Inti Jaljata, Challma, Rosario Pucro, Verdadero Llallagua. Su fuerza motriz era superior a la de Patiño, pues contaba con dos motores de gas Deutz, con 120 HP c/u, dos motores Diésel de 160 HP, c/u, tres turbinas en El Tranque, con 150 HP c/u, haciendo un total de fuerza producida de 1010 HP.

mirafloresPlaza Diésel de Miraflores.

Tenía en su planilla 1.667 trabajadores, de los cuales 48 eran empleados. La carga extraída era transportada por un andarivel de 4.000 metros de extensión, llevando los trozos a los molinos de cilindro, y de estos a los giggers de clasificación y a las mesas Wiffley y Vanners de concentración, y finalmente a los buddles. El material piritoso era calcinado en 5 hornos mecánicos de tipo Kauffmann. Su producción media mensual alcanzaba a 9.000 quintales con ley de 66% de barrilla de exportación.

La maravilla tecnológica de esta empresa era la represa de El Tranque, de la que obtenía fuerza suficiente para sus minas y su ingenio (1). Esta empresa tenía serios problemas con sus trabajadores. Si bien es cierto que pagaba el mismo jornal de Bs 3 (trabajadores regulares), Bs 6 (trabajadores especializados), y Bs 10 (contratistas), no lograban cancelar de manera regular sueldos y salarios, provocando airados reclamos de los obreros “por la considerable alza de precio en los artículos de primera necesidad que expende en sus pulperías arrendadas y que no guardan ninguna relación equitativa con la de las otras empresas y además que el pago de saldo de jornales (‘chancelos’) se acostumbra hacer muchas veces después de transcurridos cuarenta días, desde el día en que está comprometido a trabajar un jornalero”. A estos problemas se sumaba el trato autoritario del administrador general Emilio Díaz, lo que constituyó el germen de la protesta social, que se agudizaría con la vigencia de los sindicatos y otras formas de asociación.

La empresa chilena implantó una escuela de niños en Catavi para atender a los hijos de los trabajadores del ingenio Chile con un profesor competente. Contaba con un médico encargado del cuidado de los enfermos de la empresa, cuyos gastos de curación eran cubiertos íntegramente por la compañía.

Sin duda, Patiño habrá quedado asombrado y esperaba, con paciencia y astucia, la hora de apoderarse de esas instalaciones. De eso dependía su propia supervivencia. 

1 Informe del Subprefecto Rodolfo Lizarazú, del 10 de junio de 1914, ya citado.

* Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas. Docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.

Por: Luis Oporto Ordóñez 


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