Desde la poesía hasta el activismo social, Jaime Mendoza González dejó una marca indeleble en la historia de Bolivia, entrelazando su pasión por la medicina y la literatura con un firme compromiso hacia la justicia social y la educación.
En el sesquicentenario de su nacimiento, Jaime Mendoza González, un hombre cuya vida fue un tejido de pasión por la medicina, la literatura y el activismo social, sigue siendo una figura trascendental en la historia de Bolivia. Nacido el 25 de julio de 1874, Mendoza González no solo se destacó como médico, sino también como escritor prolífico y periodista comprometido.
Como amante de las letras, Jaime Mendoza cultivó la poesía, la novela, el cuento, el ensayo. Como médico, escritor y periodista escribió una variedad de temas sobre medicina, literatura, historia, geopolítica, geografía regional, educación, costumbres, entre otros. A continuación, Crónicas rinde homenaje a su legado a través de los aportes recolectados por su hijo, Gunnar Mendoza Loza (1914-1994) (1), quien dejó una huella significativa en la archivística, bibliotecología e historiografía boliviana.
Constreñido, por la limitación de los estudios universitarios de entonces, a optar entre la abogacía, la medicina y el sacerdocio, Jaime Mendoza ingresó en la Facultad de Medicina (USFX). En 1901, recibió su título de médico con una tesis sobre La tuberculosis en Sucre. Sus servicios fueron contratados por una compañía minera estannífera de Llallagua (Potosí).
Uno de los momentos que marcó la vida de este destacado personaje boliviano fue, en 1902, cuando su madre murió asesinada por los ‘indios’ de Yanani. Mendoza, preso de tremenda crisis afectiva, se incorporó a un contingente militar en la guerra con el Brasil (1903-1905). Allí en el Acre, oficia de médico de soldados y de siringueros (trabajadores de la goma). Como escritor, recoge el material para su novela Páginas bárbaras, donde retrata el paisaje y la gente de aquellas regiones, así como para su poema El toque de silencio, y envía a la prensa de La Paz correspondencias sobre temas médicos, como Proyecto de organización de milicias coloniales en el Noroeste y La sanidad en el territorio de colonias. Escribe también sobre geografía regional, política internacional, costumbres, etc.
En 1905 retorna a Llallagua. “No había olvidado las tierras y gentes entre las cuales inicié mi carrera”, cuenta. “Apenas libre después de la expedición al Acre y cuando bien pude escoger otras mejores situaciones que se me ofrecían, preferí regresar modestamente a Llallagua, a seguir trabajando entre seres anónimos y ‘desheredados’”.
Con el predicamento que su condición de médico le da ante las autoridades industriales y políticas de aquellos minerales, inicia una esforzada labor de promoción social, que se prolonga por diez años, hasta su restitución a Sucre en 1915. En este lapso, interrumpido por tres viajes al extranjero hechos con fines de estudio (Chile en 1907, Francia, Alemania e Inglaterra en 1911 y 1913), íntimamente compenetrado del drama espiritual y material del minero, da de sí cuanto puede para aliviarlo.
Prestigio literario
Como escritor, en 1911 edifica de un solo golpe su prestigio literario con su novela En las tierras del Potosí, intenso cuadro de la vida de los seres desheredados en las regiones mineras. Pero antes aún, 1907, en el periódico La industria de Sucre, Mendoza había publicado ya, en forma de folletín, su novela breve Los estudiantes, que pinta el ambiente universitario de La Plata, hoy Sucre, en los últimos días de la colonia.
Restablecida su residencia en Sucre, Mendoza ingresa como profesor de la Facultad de Medicina en las cátedras de Patología y de Pediatría (1916-1920). Luego pasa a las de Psiquiatría y Medicina legal (1924-1929). Fruto de esta labor son sus trabajos: Lecciones de patología general, Lecciones de Medicina legal y Estudios psiquiátricos. Su inclinación a estos estudios le había hecho ya publicar en 1908, en la Revista del Instituto Médico Sucre (N° 20), sobre La degeneración. Sus trabajos psiquiátricos lo llevaron necesariamente a los dominios de la psicología misma, tema sobre el cual publicó su ensayo El trípode psíquico (1930).
Tampoco descansó en su labor de solidaridad social. En 1916 fue invitado a ofrecer una conferencia en la Universidad Femenina bajo el título Por los niños. Posteriormente, en la Revista del Instituto Médico Sucre, publicó un trabajo titulado Una indicación en favor de los hijos de las clases obreras, donde detalló la precaria situación de los niños en las regiones mineras y propuso la creación de organizaciones similares a los kinder Krippen alemanes.
Mendoza abordó el problema infantil no solo desde una perspectiva médica, sino también pedagógica. Su interés en la educación infantil se refleja en sus trabajos inéditos sobre temas como El scoutismo en Bolivia, La militarización escolar y El factor místico en la educación del niño. Su obra principal en este campo, El niño boliviano (1928), es un estudio psicopedagógico que examina a fondo las realidades de los niños bolivianos en sus tres contextos socioeconómicos: indio, mestizo y blanco.
Reivindicación social
Los problemas obreros, como otro aspecto de la cuestión social, fueron también motivo preferente de la preocupación de Mendoza. Entre su numerosa producción bibliográfica hay que mencionar sus conferencias Por los obreros, estudio inédito de los dos ejemplares típicos del proletariado boliviano, el minero y el siringuero; El comunismo y Temas sociales bolivianos, sobre los problemas emergentes de la crisis minera de 1928 y 1929 en Bolivia.
Otro intenso capítulo en la actividad intelectual de Mendoza es el periodismo. De 1912 hasta su muerte, no cesa prácticamente de exponer sus ideas en toda la prensa boliviana. A más de fundar en Sucre los periódicos Nuevas Rutas (1916) y La República (1917), colabora activamente en La Mañana, La Capital, La Industria, La Prensa, La Tribuna, El País, El Tiempo, etc., de la misma ciudad; en El Norte, El Hombre Libre, El Diario, La Razón, La República, de La Paz; La Patria, de Oruro; El Sur, de Potosí.
Es por el camino del periodismo que Mendoza entra de lleno en el problema de la integración territorial de Bolivia, o sea la coordinación de las diversas zonas geográficas del país apartadas unas de otras. En esta cuestión, sus conclusiones son quizá lo más rico de contenido porvenirista que su esfuerzo ofreció a la patria. En su periódico Nuevas Rutas, lanzó la consigna de “dar las espaldas al Pacífico” para emprender la obra de conexión con los territorios del oriente como un paso previo para la edificación de la unidad boliviana que traerá como resultado su fortalecimiento interior, sobre la base del cual podrá, llegado el caso, encararse la solución del enclaustramiento mediterráneo del país.
Mendoza se hace presente en la historiografía boliviana con su estudio La Universidad de Charcas y la idea revolucionaria, sobre la influencia del pensamiento universitario de La Plata, hoy Sucre, en la revolución emancipadora americana (1924). Posteriormente, publica La creación de una nacionalidad, estudio de los antecedentes sociológicos de la emergencia de Bolivia como república independiente (1925); Ayacucho y el Alto Perú (1926), Figuras del pasado: Biografía de Gregorio Pacheco (1925), etc.
En su afán de penetrar en el problema boliviana, Mendoza debía ir por fuerza, junto a la rebusca del pasado, a la consideración del substrato telúrico de la nacionalidad. De ahí nace su estudio El factor geográfico en la nacionalidad boliviana (1925), obra clave para la explicación de su doctrina boliviana, donde se plantean nuestros problemas nacionales e internacionales básicos: el del Pacífico y el del Atlántico. El primero había de estudiarlo concienzudamente luego en El mar del sur (1926), y el segundo en La ruta atlántica (1927), además de una profusión de artículos en periódicos y revistas. El factor geográfico en la nacionalidad boliviana, El mar del sur y La ruta atlántica, complementados diez años después por El macizo boliviano (1935), constituyen la exposición sistemática y completa de la doctrina de la “reintegración territorial” preconizada por Mendoza.
En el campo literario, a su primera novela, En las tierras del Potosí (1911), había seguido Páginas bárbaras (1917), sobre la vida en las remotas comarcas del bosque amazónico (noroeste de Bolivia). Estos dos libros son de los primeros en la literatura social del continente. Luego vienen Memorias de un estudiante (1918); El desertor, sobre un episodio de la guerra del Pacífico en 1879 (1926); Los héroes anónimos (1928). En cuanto a la poesía, desde 1915 publica sus poemas: Tihuanacu, Poema rojo, El huérfano, El toque del silencio, Oruro, El cabo de la vela, etc.
Promulgada la ley de autonomía universitaria (1930) se le designa, a pedido de los estudiantes, rector de la Universidad Central de Bolivia. Comienza a organizar el régimen autónomo, pero antes de coronar su obra tiene que interrumpirla. Los universitarios de Sucre proponen su candidatura como senador por Chuquisaca en las elecciones nacionales de 1930. Concurre a las legislaturas de 1931 a 1936. En el parlamento, Mendoza trata de llevar a la práctica las ideas que había expuesto como escritor en diversos problemas bolivianos, especialmente el de la “reintegración territorial”, el social, el infantil, el sanitario.
El pacifismo de Mendoza
En 1932 estalla la guerra con Paraguay. En pocos días, Bolivia es arrasada por la ola belicista. Solo una voz vibra discordante en medio del coro guerrero: la de Mendoza. Como mentor estudiantil, periodista, historiador y parlamentario, desde la iniciación de las hostilidades y en cuanta coyuntura se presenta, Mendoza reclama una solución transaccional del conflicto. Pero el pacifismo de Mendoza no era ñoño ni derrotista. Sabía, sencillamente, que Bolivia no estaba preparada para la guerra y que, por consiguiente, esta le traería más desastres que ventajas.
“Bolivia —clamaba Mendoza en el Parlamento y en la prensa— empieza por carecer de lo más esencial en una guerra: vías de comunicación rápidas y seguras para hacerse presente en el campo de operaciones”. Y —curiosa ironía—, la divisa de “ir a pisar fuerte en el Chaco”, que él había propuesto con un sentido constructivo (“con la picota y el riel”) hacía más de un lustro, ahora, atribuida al hombre que había sido el apóstol de aquella guerra —Salamanca— era cantada por miles de voces como un grito de destrucción.
Mendoza marchó a la guerra. Tenía a la sazón 58 años; su cuerpo era todavía ágil y todavía se mostraba erguido, pero ya estaba maltrecho. Con todo, él era médico y entendía que, como tal, “se debía en primer lugar a la humanidad”. Mendoza fue en el Chaco director de los hospitales militares de Macharetí y Charagua. Fruto de su permanencia en aquellas regiones son sus estudios sanitarios sobre Las micosis, La fiebre amarilla; geográficos como Charagua, El Parapetí, Las ruinas de Ihuirapucuti; y, por último, un libro de memorias, inédito.
Para los periódicos de Sucre, Oruro y La Paz escribe en todo este tiempo crónicas de viaje, artículos sobre caminos, cuadros bélicos, cuestiones políticas. En el terreno bibliográfico enriquece su ya nutrida contribución con dos nuevos libros: La tesis andinista, Bolivia-Paraguay (1933) y La tragedia del Chaco (1933), ambas obras histórico-geográficas.
Concluida la guerra, y luego de su concurrencia a la legislatura de 1935, Mendoza permanece en Sucre, entregado del todo a su labor de escritor. Todavía en 1937, grupos de estudiantes y obreros quieren señalarlo como candidato a la presidencia de Bolivia.
Tampoco descuida la novela y la poesía. En 1936 sale a luz su novela de ambiente altiplánico El lago enigmático y en 1938 una recopilación de poesías, Voces de antaño. Y así habían de proseguir otros libros y otras iniciativas, ya iniciados o proyectados.
Pero no fue más, Mendoza cayó enfermo en noviembre de 1938, enfermedad que, complicándose gravemente, determinó su muerte el 26 de enero de 1939. Pocos días antes había dictado las últimas líneas de su ensayo sobre La hipocondría, como relator oficial del tema, en representación de Bolivia, para las Jornadas Neuropsiquiátricas Panamericanas de Lima.
Su influencia ha dejado una huella profunda e indeleble en la vida cultural y educativa del país, desempeñando un papel crucial en la preservación y difusión de la memoria histórica boliviana.
1 Gunnar Mendoza Loza (1914-1994), hijo de Jaime Mendoza, fue director del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (1944-1994).
La Paz/AEP