Criado en la simplicidad de la vida altiplánica, este héroe de la independencia adoptó las costumbres y vestimentas indígenas, rechazando los privilegios de su ascendencia española.
En el tumultuoso escenario de la Guerra de la Independencia boliviana, surge la figura de Juan Wallparrimachi (1793- 1814), un joven poeta y guerrero cuya corta vida estuvo marcada por la pasión, la rebeldía y un destino trágico.
Nacido de la unión entre dos mundos —hijo de una princesa inca y un gobernador español— Wallparrimachi encarnó las contradicciones y esperanzas de una nación en ciernes.
Según relata el historiador potosino Wilson Mendieta, Juan era descendiente directo del Inca Huáscar por parte de su madre, María Sahuasara, y del rey Carlos III por su padre, Francisco de Paula Sanz. Esta dualidad en sus orígenes parece haber sido el crisol que forjó su espíritu rebelde y su sensibilidad poética.
Criado en la simplicidad de la vida altiplánica, Juan adoptó las costumbres y vestimentas indígenas, rechazando los privilegios de su ascendencia española.
Su hogar era un humilde rancho de barro y paja; sus armas, la honda y la macana; su música, la melancólica quena. Esta elección de identidad fue su primera declaración de rebeldía contra el dominio colonial.
Un amor prohibido en su adolescencia marcó profundamente su vida y su obra. Vicenta Quiroz, una joven casada con un acaudalado minero, se convirtió en su musa y tormento.
Descubierto el romance, Vicenta fue recluida en un convento en Arequipa, inspirando algunos de los primeros versos apasionados de Juan.
A ella dedicó Juan uno de sus primeros poemas, titulado Adiós:
Paloma del alma, verdad es que dices
que a tierras lejanas por siempre te vas,
echando al olvido tus horas felices.
¿Es cierto que nunca jamás volverás?
me dejas en esta honda pena,
¡ay! ¿Quién en mi pecho te puede igualar?
Te ruego me enseñes cuál es el sendero
que toman tus ligeros pies
pues antes que te vayas, cruzarlo yo quiero,
y con llanto, de hinojos, irlo a regar.
La lucha por la independencia encontró en Wallparrimachi a un ferviente defensor. Se unió al batallón "Leales" bajo el mando de los esposos Padilla, Manuel Ascencio y Juana Azurduy.
Sus compañeros de armas se convirtieron en su audiencia, escuchando atentamente los versos que componía en los intervalos entre batallas, a menudo acompañados por el sonido de su quena.
Mientras te encuentres en este mundo
Harás huir la pena, y donde
Me encuentre, tú sola harás
Latir mi corazón.
Se rumorea que Juan albergaba sentimientos no correspondidos hacia Juana Azurduy, sublimando este amor imposible en poemas dedicados a un ser anónimo.
Sus versos, nacidos en medio del fragor de la guerra, eran un canto a la vida, al amor y a la naturaleza, contrastando vívidamente con la violencia que lo rodeaba.
La poesía de Wallparrimachi abarcaba más que el amor romántico. Sus versos exaltaban la belleza del altiplano, las montañas majestuosas, los arroyos cantarines y, sobre todo, al Inti, el dios Sol, a quien imploraba continuar brindando sus dones a la tierra.
Mañanera, suave brisa,
si está mi amada despierta,
llévale este hato de besos,
que en mi boca tengo presos.
En cuanto llegas, amigo sol,
lo que la noche esfuma con su oscuridad,
se llena de vida, luz y calor.
¡Buen día, Apu-Inti! ¡Buen día, mi Dios-Sol!
No te vuelvas ardiente,
no la hieras quemante.
Torna tu luz tan suave,
que hasta su rostro llegue,
cuál tímida caricia, como ese beso leve,
¡qué mis labios ansiosos,
a darle no se atreven!
¡Apu-Inti, del mundo todas las maravillas
con ti despiertan y ellas son mis amigas!
¡Buenos días, aurora clara!
¡Buenos días, quieta montaña!
¡Al sol, toda de oro, y en la noche, de plata!
Buen día, cielo limpio con sol recién nacido,
Pasto flor, río calmo, arroyo cristalino...
A ti arroyo, te hablo:
Corriente de agua clara, tú que copias su imagen
y la llenas de besos, cuando la baña tu agua.
El destino, sin embargo, tenía reservado un final prematuro para el joven poeta-guerrero. A los 21 años, Juan Wallparrimachi cayó en combate en Las Carretas, el 7 de agosto de 1814.
Su muerte temprana añadió un halo de misterio y romanticismo a su figura, consolidando su lugar en la historia como el poeta de la Independencia boliviana.
Hoy, más de dos siglos después, los versos de Wallparrimachi continúan resonando como un testimonio de la lucha por la libertad. Su legado poético, forjado en el crisol de la guerra y el amor, permanece con la fuerza del espíritu humano en tiempos de adversidad.
AEP/Mac