En la vida cotidiana abundan relatos de seres sobrenaturales y almas en pena vinculados a lugares específicos, y la ciudad de La Paz no es la excepción. Especialmente cuando se trata de la muerte de personajes históricos, quienes, según las leyendas, aún se manifiestan en calles, carreteras y sitios que frecuentaban. Uno de los relatos más conocidos es el del célebre Pedro Domingo Murillo.
Por años, la calle Jaén ha sido un lugar que guarda historias, leyendas y misterios. Con apenas cien metros de longitud, es una vía muy pequeña en el centro de la ciudad de La Paz, que conecta a las vías Indaburu y Sucre. Esta pintoresca y antigua calle peatonal, más conocida como el callejón ‘Cabra Cancha’, fue una de las más famosas en la época colonial del siglo XVI, por ser un importante mercado de compra y venta de camélidos.
Este callejón peculiar y llamativo, hecho de piedras y adornado con casas coloridas, balcones sobresalientes y faroles chapados a la antigua, ofrece un agradable paseo por el corazón de la antigua Colonia española.
La calle Jaén es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Conserva los rasgos de épocas pasadas como si las piedras y paredes hubieran congelado su historia. En su atmósfera se respira, con el afable viento, la rica herencia cultural de aquellos días de llanto y alegría.
Los bares y cafeterías, que mantienen su encanto antiguo, evocan una nostalgia por tiempos lejanos. Entre ellos destaca el famoso bar Etno, ubicado en la puerta 722, que rinde homenaje a las últimas palabras del mártir Pedro Domingo Murillo: “¡Nunca se apagará!”.
Murillo nació en La Paz en 1757 y fue uno de los principales impulsores de la revolución de 1809. Un mestizo de origen humilde que profesó en su juventud los ideales de la Ilustración y desde 1805 promovió la causa de la independencia enfrentando al ‘dominio’ colonial español. También fue reconocido como un talentoso pintor.
Cuando cae la noche…
Cuando el anochecer envuelve la emblemática calle Jaén, su ambiente cambia completamente, impregnado de una bohemia que parece clamar por contar aquellos días oscuros en los que la sangre de combatientes y héroes nacionales, como Pedro Domingo Murillo y Apolinar Jaén, marcó su historia.
La calle fue testigo de frías noches de invierno en las que Murillo organizaba reuniones secretas con afamados personajes comprometidos con la lucha por la libertad. Aquí nacieron las primeras ideas libertarias y reuniones secretas conspiradoras en contra del gobierno español, preparando la célebre revuelta del 16 de julio de 1809, una fecha decisiva para la independencia, donde cada momento era crucial para pasar a la historia.
Poco después, en 1810, el callejón fue escenario de profunda tristeza y desolación tras la ejecución de Murillo y Jaén, quienes fueron ahorcados en la Plaza de Armas. Sus cabezas fueron cruelmente separadas de sus cuerpos y exhibidas públicamente, un trágico recordatorio del sacrificio que ambos hicieron por la libertad.
Desde aquel día nada volvió a ser igual…
Con el tiempo, la calle Jaén se convirtió en un residente de misterios y leyendas que hasta hoy nadie ha logrado explicar por completo. Los pocos testigos de estos fenómenos no vivieron para contar sus experiencias. Lo cierto es que, al caer la noche, la gente prefiere evitar la calle, rodeándola en lugar de atravesar el callejón. Muchos dicen que provoca miedo y terror pasar por allí.
Las leyendas hablan de fantasmas y ruidos extraños en esta antigua calle colonial. Se dice que un alma errante deambula por el lugar; que a veces se escuchan gritos y otras noches, brindis, discursos y aplausos que parecen provenir de la casa de Murillo.
En el siglo XVIII, vecinos y caminantes aseguraban haber sido víctimas de presencias malignas: fantasmas de carruajes de caballos caídos, almas en pena que arrastraban consigo cadenas. Y cuando el reloj marcaba la medianoche, se decía que todo el inframundo salía a pasear por el callejón ‘Cabra Cancha’, sumiendo la calle en un ambiente tétrico y sobrenatural.
Calle de mitos y leyendas
Una de las leyendas más inquietantes de la calle Jaén habla de un alma en pena que deambula por las noches y encuentra su refugio bajo la denominada ‘Casa de la Cruz Verde’. Se dice que, a medianoche, esta entidad a veces se aparece y comienza a hablar con quienes se aventuran a subir por la calle a medianoche.
Otros hablan de una mujer bella ante los ojos de cualquier hombre, que lleva puesta un hermoso vestido negro tradicional que resalta su figura y, sobre todo, su contorneo de caderas. A primera vista, es imposible no sucumbir a la atracción de sus labios rojos y ojos penetrantes, que hacen querer caer en la lujuria de la noche. Pero, al observarla detenidamente a detalle, desde la cabeza hasta los pies, se descubre un detalle escalofriante: no tiene pies, flota como un espectro.
Esta mujer, una viuda condenada a vagar eternamente por la calle Jaén, busca a su esposo, quien fue asesinado por los españoles en aquel mismo callejón. Vecinos afirman que utiliza su belleza para seducir a hombres solteros que salen de los bares pasados de copas a altas horas de la noche.
La leyenda asegura que ella extiende su mano delicadamente, como una dama en busca de su caballero. Si alguien decide tomarla, no hay vuelta atrás. El hombre enamorado desaparece sin dejar rastro, y más tarde es encontrado sin vida en los alrededores, víctima de una maldición que nadie ha podido romper.
Otra leyenda relata el misterio de un hombre mestizo que, en tiempos de la Colonia, dejó a su doncella una caja haciéndole prometer que jamás la abriera. Movida por la curiosidad y la ansiedad, la joven no pudo resistir y, algún tiempo después, decidió desobedecer la promesa. Al abrir la caja, descubrió algo macabro: huesos y trozos de brazos profanados.
Desde esa misma noche, fue atormentada por la aparición de un hombre en una carroza de fuego, cuyas visitas la consumieron poco a poco. La joven vivió bajo el tormento de esa visión hasta que la locura se apoderó de ella, llevándola al borde de la desesperación hasta el final de sus días.
Estos mitos y leyendas se entrelazan con la realidad en la calle Jaén, como el relato del aquel hombre que, vestido con un traje fino, deambula por las noches. Algunos aseguran que es el mismísimo espíritu de Pedro Domingo Murillo, que regresa a visitar su antigua casa, y se dice que después de su aparición se oyen ruidos inquietantes dentro de la vivienda.
La atmósfera de la calle, impregnada de historias de demonios, almas errantes y fantasmas, generó tal temor entre los vecinos que buscaron protección frente a las constantes noches de tormento. Las apariciones inquietantes y el miedo a lo sobrenatural llevaron a los residentes a erigir una cruz verde en la entrada del callejón, con la esperanza de contener a las entidades que perturbaban la tranquilidad del lugar.
Esta combinación de leyenda y superstición ha alimentado el misterio que rodea a la calle Jaén, convirtiéndola en un símbolo vivo de la rica tradición oral paceña y un punto de referencia para aquellos que buscan experimentar el lado más enigmático de la historia boliviana.
La cruz verde
La cruz verde fue colocada como solución y símbolo para ahuyentar a los demonios, malos espíritus y almas en pena, con la bendición de un padre. Los vecinos de hace mucho tiempo, alarmados por las constantes apariciones, buscaron medidas desesperadas, y una de ellas fue la instalación de esta cruz al inicio de la calle Jaén, con la esperanza de que las almas atormentadas finalmente encontraran descanso. Algunos también creen que su verdadero propósito era liberar a la viuda condenada, aquella que seducía y aterrorizaba a los hombres solitarios durante las noches.
Al caminar por la calle Jaén en la oscuridad, se distingue la cruz en una esquina, iluminada por cuatro focos verdes, uno en cada extremo. En el centro, una pintura de Jesús recuerda el tiempo que ha pasado y el aislamiento de este lugar cargado de historia. Debajo de la cruz, una placa verde porta un mensaje inquietante para quienes se atrevan a detenerse y leer:
“La calle Jaén en tiempos de la Colonia ‘Era un lugar tenebroso por la aparición constante de seres y fenómenos sobrenaturales (fantasmas, duendes, almas en pena, ruidos infernales y carruajes tirados por los caballos y cadenas arrastradas por el suelo, pero sobre todo por la presencia de una viuda condenada)”.
Este testimonio queda como una advertencia y un recordatorio del legado misterioso que aún persiste en este emblemático rincón paceño.
Leyenda de la cruz verde
En el libro La Cruz Verde, escrito por Nemesio Iturri, se narra la historia de esta emblemática cruz en tiempos de la Colonia. Se cuenta que la cruz tenía una imagen de Cristo crucificado en alto relieve, aunque solo mostraba la cabeza, los pies y las manos ensangrentadas, sin el cuerpo. Este relato se entrelaza con un asesinato ocurrido en 1830 en el barrio de ‘Hjichju Kjatu’, hoy conocido como la calle Loayza.
La noche del Martes Santo, el señor Palacios caminaba por la zona cuando vio con asombro a una persona que huía desesperadamente. Al intentar atraparla, fracasó y se dio cuenta de la trágica realidad: un conocido prestamista yacía muerto en el suelo. En su intento de auxiliarlo, su ropa se manchó de sangre, y, lamentablemente, su presencia en el lugar lo convirtió en el principal culpable. Sin alegato que lo pueda salvar, fue condenado a la pena de muerte.
Palacios fue trasladado a la cárcel del puente La Merced, pasando por la Plaza de Armas, con grilletes y sostenido por dos reverendos al son de un tambor. Al pasar por la calle Jaén, se detuvo ante la cruz verde, se arrodilló y clamó a Dios:
“No hay ser que no vele por mí, y el culpable ha de quedar riendo de mí. ¿Acaso no se te caería la cara al suelo al ver a un hombre inocente como vos, infamado, deshonrado y muerto sin culpa?”. El rostro que colgaba de la cruz cayó sobre aquel señor que había sido sentenciado, mientras el pueblo que asistió exclamó: “el hombre es inocente”.
Doña Arminda, una de las vecinas que vende artesanías en el lugar, comentó: “Los ruidos aún se escuchan hasta el día de hoy. Pasan muchas cosas, pero uno se acostumbra; solo nos encomendamos al Altísimo”.
En diciembre de 1967, mediante el decreto supremo promulgado por el entonces presidente René Barrientos Ortuño, se declaró como monumento y patrimonio nacional a varias construcciones en el territorio nacional, entre ellas la calle Jaén. La normativa tiene como objetivo proteger el patrimonio arquitectónico y los inmuebles de estilo colonial, republicano y ecléctico. Además de la casa del famoso arquitecto Juan Carlos Calderón y el Café Bar Etno.
La calle Jaén sigue siendo un lugar lleno de encanto e historia, donde el pasado se fusiona con la realidad. Durante el día, se respira historia, pero al caer la noche las leyendas empiezan a susurrarse en el aire.
Escrito por Ana Ninachoque para el suplemento Crónicas del Periódico Ahora El Pueblo.