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La primera crónica del Amazonas: el tesoro de la canela y las mujeres guerreras

La narración de la primera crónica del Amazonas está centrada en la expedición que descubrió y recorrió por primera vez el río Amazonas. Se trata de la partida organizada y dirigida al inicio por Gonzalo Pizarro y cuya finalidad era encontrar un fabuloso lugar en medio de la selva, con “interminables bosques de canela”. En ese tiempo la canela y las especias en general tenían casi tanto valor como el oro.

Ansioso por encontrar a un cacique que cubría su cuerpo de oro y por descubrir los inmensos bosques de canela que supuestamente se extendían al otro lado de los Andes, en 1541 Gonzalo Pizarro emprendió desde Quito una ambiciosa expedición con dos o tres centenares de soldados españoles, 4.000 indios y 2.000 cerdos.

La travesía fue penosa desde el comienzo: ni unos ni otros estaban habituados a trepar por riscos nevados, y mucho menos a la humedad y tupidez de la selva que los recibiría al otro lado de la cordillera.

Las mujeres amazonas que describre Carvajal. Foto: RRSS

El oro mantenía su valor, pero la escasez de especias vegetales aromáticas en España, provocada por el corte del comercio con los turcos, hacía de la canela un bien casi tan preciado como el metal. Pero nada de eso apareció, al menos como Pizarro lo esperaba.

Además, los arbustos que encontraron eran diferentes a los de sus expectativas y no tan abundantes como para justificar una expedición de esa envergadura, con infinitos meandros de un río que se ensanchaba a cada paso y que hacía imposible seguir una ruta fija.

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Francisco de Orellana, busto dedicado al descubridor en su localidad natal de Trujillo. Foto: Wikimedia Commons

Las Amazonas

Diezmados, los expedicionarios construyeron un barco con maderas de la misma selva para que un grupo fuera aguas abajo en busca de comida. Al mando de Francisco de Orellana, 57 hombres partieron el 26 de diciembre de 1541.

Contrario a lo acordado, no regresaron y siguieron hasta la desembocadura del río, y flacos y harapientos fueron a terminar su periplo en la isla Cubagua, al sur de isla Margarita, el 9 de septiembre de 1542.

El plantado Gonzalo Pizarro se tardó medio año en regresar a Quito y calificó el acto del capitán del barco como “la mayor crueldad que incluso el hombre más desleal puede demostrar”.

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Gonzalo Pizarro Foto: Wikimedia Commons

Entre los expedicionarios que marcharon con Orellana estaba fray Gaspar de Carvajal, quien se convirtió en el cronista del hallazgo de ese caudal.

Sin embargo, la Relación del nuevo descubrimiento del famoso “río Grande”, que descubrió el capitán Francisco de Orellana, fue despreciada por sus contemporáneos, quienes consideraron que fue un montaje para justificar una traición.

El cronista insistía en que, debido al fuerte caudal, había sido imposible remontar el río. Narraba penurias como que tuvieron que comerse hasta el cuero de los zapatos, hacía énfasis en las asechanzas de los indígenas, describía riberas densamente pobladas y constantes ruidos de tambores provenientes de ellas, e incluso, siguiendo la descripción de un nativo, habló de unas mujeres guerreras que vivían sin hombres, secuestraban a los más fuertes para reproducirse, asesinaban a sus hijos varones y eran las mandamases de la región.

Serían, pues, las mismísimas amazonas de la mitología griega que habían venido a parar a este lado del mundo.

Hechos tan fantasiosos que, además, no describían ninguna conquista hicieron de la Relación un documento indigno de la imprenta.

Por eso permaneció en silencio por más de tres siglos, hasta que el investigador chileno José Toribio Medina lo publicó en 1895 como parte de su obra Descubrimiento del Río de Las Amazonas.

La Relación de fray Gaspar de Carvajal, futuro arzobispo de Lima —y hermano de Francisco de Carvajal, compañero de Pizarro— es la fuente más importante del mito de El Dorado.

Aquí, unos extractos de su relato: “Habiendo ya pasado 11 días de febrero, se juntaron dos ríos con el río de nuestra navegación. Y eran grandes, en especial el que entra la mano diestra... El cual deshacía y señoreaba todo el otro río y parecía que le consumía sí porque venía... furioso y con ... grande avenida...”.

Primer documento literario

La crónica de Gaspar de Carvajal se constituye en el primer documento en español de la literatura hispánica en la Amazonia.

Esta crónica de la selva amazónica, escrita con una obsesión poética por el asunto narrativo —las diarias peripecias de un viaje hacia lo desconocido, la búsqueda de alimentos, la lucha contra los indios, el permanente acoso de éstos, cuyos certeros disparos le hicieron saltar un ojo— es un relato intensamente humano avivado por la emoción de la epopeya.

Se trata de una gran fantasía personal que le lleva a describir ciudades densamente pobladas, de personas con adornos de oro y plata, flotas de embarcaciones, lluvias de flechas enemigas y que le convierten en el único hombre que vio a las mujeres amazonas en el Gran Río.

Derroche de erratas

Eso no significó que ahora sí se les diera pleno crédito a los hechos narrados por el clérigo español, pues, aparte de sus inverosímiles guerreras, el escrito que dejó estaba atiborrado de inexactitudes.

En un libro de 1942 titulado El interés geográfico de las crónicas amazónicas, el autor Pablo Vila anotaba: “El valor geográfico (de la Relación) es casi nulo. La falta de precisión en cuanto a lugares, y aun a veces de fechas, resulta algo rara”.

Luego fueron los ecologistas quienes renunciaron a encontrar alguna verdad en la crónica. Para ellos resultaba inadmisible que ese edén, que es el Amazonas, alguna vez hubiera sido tocado por el hombre, y mucho menos que hubiera albergado sociedades a gran escala como señalaba el autor.

Pero a medida que pasan los años, el relato es menos vilipendiado. A la luz de investigaciones recientes, buena parte de los datos que suministró sobre las costumbres, los utensilios y las tácticas de guerra de las comunidades nativas parecen ser ciertos. Y más aún, también parece que era cierta la afirmación de que la región estuvo habitada por tanta gente que, como escribió el fraile, “no había de poblado a poblado un tiro de ballesta”.

Fray Gaspar Releído

El escritor William Ospina se suma a los que se han tomado en serio a Carvajal. De hecho, en El País de la canela —su exitosa novela— lo convierte en la fuente principal del relato sobre el viaje de Orellana.

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El fray Gaspar de Carvajal. Fotos: Wikimedia Commons

Cada día sentíamos más que la selva nos miraba con millares de ojos —dice el narrador de la novela— porque había pueblos y pueblos y pueblos, y en ciertas partes las aldeas eran tan alargadas que cada sección tenía su embarcadero con muchas piraguas.

No son débiles las razones que tiene Ospina para validar el relato del fraile, en particular en lo referente a la densidad de población del Amazonas y al grado de desarrollo de sus habitantes.

Desde los años ochenta, excavaciones arqueológicas y trabajos antropológicos vienen ofreciendo serios indicios de que la virginidad del terreno y el escaso desarrollo de sus pobladores precolombinos son mitos modernos.

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Los españoles construyeron una nave para adentrarse en el Amazonas.

De hecho, un cálculo realizado en 1989 por el antropólogo estadounidense William Balée plantea que el 11,8 por ciento de la selva amazónica fue creada por la mano del hombre.

A partir de las excavaciones realizadas en Marajó —casi en la desembocadura del río— la arqueóloga estadounidense Anna Roosevelt dio más fuerza a la hipótesis de ese corte en 1991.

La experta planteó que Marajó era “uno de los logros culturales indígenas más extraordinarios del Nuevo Mundo” en la medida que fue un centro neurálgico que existió durante más de un milenio y había llegado a tener más de 100.000 habitantes.

Investigaciones en el mismo sentido han planteado que hace cuatro mil años, los indígenas de la parte más oriental del río tuvieron hasta 138 tipos de cultivos distintos.

Mujeres de la mitología

Orellana y sus hombres cuentan de la presencia de altas y fuertes mujeres, armadas con arcos y flechas, con descomunales mazas de piedra y espinosos troncos, que les amenazaban desde la orilla del gran río.

Estas mujeres comandaban —dicen— a muchos hombres guerreros. Uno de ellos fue hecho prisionero por los españoles y después de interrogarlo supieron del poder de esas atemorizantes mujeres.

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Mujeres guerreras del Amazonas. Grabado de Theodore de Bry, 1599.

Eran señoras de más de sesenta aldeas, donde los hombres pasaban por sirvientes y esclavos y sólo los admitían cerca para ser fecundadas.

El interrogado también les contó que poseerlas sin su consentimiento significaba la castración inmediata.

Nació así el mito de las Amazonas, muy parecidas a las de la mitología griega, pero con el “salvajismo” que se les atribuía a los indígenas. El mito le puso el nombre al inmenso río y a la selva circundante.

La Paz/AEP/Mauricio Carrasco


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