A través de la voz de un anciano sabio, se relatan los sucesos relacionados con el khari khari, un espíritu que acecha desde las sombras del altiplano, infundiendo miedo y a la vez reforzando las tradiciones de una comunidad profundamente unida por sus leyendas y creencias.
Una noche nublada de octubre, cuando las nubes cubrían las estrellas, el sonido del teléfono interrumpió el silencio. Era don Florencio, un anciano de la comunidad de Santa María, ubicada en la provincia Omasuyos del departamento de La Paz. Su voz, temblorosa, pero llena de sabiduría, me invitó a adentrarme en las profundidades del enigma del khari khari, o también llamado kharisiri, esa figura enigmática que, según los relatos, atormenta a los comunarios del lugar.
La leyenda de este espíritu, descrito como un ente maligno que se alimenta de grasa humana, ha circulado en estas tierras a través de la tradición oral durante generaciones. Sentí que me sumergía en un mundo donde lo sobrenatural se entrelazaba con la vida cotidiana, donde el miedo y la cultura se mezclan de manera inextricable en torno a este ser.
El khari khari, cuya traducción literal del español al quechua es “el que corta” y del aymara “el que sabe cortarse”, pero significa “el que sabe cortar a sus víctimas como si de ganado se tratara”, de acuerdo con el libro Mitos, supersticiones y supervivencia popular de Bolivia, publicado en 1920, de Manuel Rigoberto Paredes, ha sido descrito por varios estudios de la cultura local y tradiciones de los pueblos andinos.
Con la esperanza de desentrañar los secretos del kharisiri, me dirigí por la mañana a la terminal interprovincial de la ciudad de El Alto. En un minibús repleto de personas, visiblemente originarias de pueblos de las tierras altas, el aire vibraba con conversaciones en castellano y aymara, creando un ambiente de cercanía y tradición que invitaba a explorar más sobre las leyendas que conforman la cultura local.
A medida que el vehículo se adentraba en las montañas, los campos de cultivo se dibujaban entre los majestuosos cerros bajo un cielo azul profundo. Entre los pasajeros, el murmullo de historias sobre el khari khari hacía eco en el aire, aunque su nombre se mantenía en silencio. Un aura de respeto impregnaba el ambiente, como si el mismo espíritu estuviera presente en el viaje.
Después de un largo trayecto, llegué a uno los municipios de la provincia Omasuyos. La plaza bulliciosa, llena de colores y risas, contrastaba con la calma que esperaba. Consulté a un taxista sobre la comunidad Santa María. Con una mirada cálida, asintió y me invitó a subir.
El taxi se adentró por caminos menos transitados, donde el polvo se alzaba como un velo entre el cielo y la tierra. Cada curva del camino me acercaba a mi destino, mientras conversaba con el chofer, quien compartía su conocimiento sobre la región.
Al llegar a la comunidad, el sol comenzaba a descender, tiñendo el horizonte de dorados y anaranjados. La brisa era agradable, pero de repente un frío intenso surgió de entre los árboles, como un aviso de lo que estaba por venir. La neblina densa y misteriosa comenzó a descender desde las montañas, envolviendo el paisaje y transformando la realidad en un sueño.
Busqué rápidamente a don Florencio, uno de los ancianos más venerados de la comunidad. Su hogar, sencillo y acogedor, estaba adornado con objetos que contaban historias del pasado. Al entrar, la calidez del interior me envolvió, mientras el aroma de hierbas aromáticas secas impregnaba el aire.
Al mirarlo, contemplé su rostro surcado por las arrugas que el tiempo le había dejado. Me recibió con una sonrisa que iluminaba su mirada, reflejando una calidez que transmitía confianza y sabiduría.
—¡Bienvenida, señorita! —exclamó invitándome a pasar a su humilde pero confortadora morada.
Nos sentamos en una pampita de pasto seco, y don Florencio comenzó a relatarme la leyenda del kharisiri. Según cuentan en las comunidades rurales, este ser puede adoptar la forma de un humano, un animal o incluso de figuras que no son fácilmente visibles. Se desplaza entre las sombras, acechando a sus víctimas no solo durante la noche, sino también durante el día, lo que intensifica el temor que provoca entre los habitantes.
El devorador de grasa humana
Con su voz profunda, explicó que el kharisiri se alimenta de la grasa de las personas mientras duermen, o cuando caminan solas en la oscuridad. Aquellas víctimas, muchas veces, no logran recordar con claridad lo ocurrido. Solo saben que se sienten débiles y enfermas, como si algo les hubiera sido arrebatado en secreto, sin dejar rastro visible.
A medida que la conversación avanzaba, el sol comenzaba a ocultarse y el crepúsculo envolvía el paisaje en sombras. Decidimos resguardarnos en la cocina de su hogar, donde el crepitar del fogón acompañaba el relato, dándole un aire casi místico. En ese entorno, don Florencio compartió que, durante su infancia, los ancianos de la comunidad solían narrar historias sobre encuentros con el kharisiri.
Mientras hablábamos, la noche se tornaba más oscura y las sombras que danzaban en las paredes creaban un ambiente cargado de suspenso. Pero, lo que más me intrigaba era cómo esta leyenda influía en la vida cotidiana de los habitantes de las comunidades cercanas.
La leyenda del Kharisiri
El anciano narró la historia de un poblador que hizo aún más tangible la leyenda del kharisiri. Según don Florencio, una noche, el hombre había ido solo a las montañas a buscar agua. Días después, cayó enfermo sin causa aparente.
Al principio, los vecinos creyeron que se trataba de un simple resfriado, pero su salud se deterioró rápidamente. En poco más de una semana, falleció, dejando a todos desconcertados. No fue hasta el último momento, poco antes de morir, que el hombre mencionó haber visto una sombra extraña en las montañas, algo que no recordaba con claridad, pero que sintió que lo seguía hasta su hogar. Solo entonces, algunos comenzaron a sospechar que había sido víctima del kharisiri.
La charla fluyó entre la sabiduría del anciano y mi insaciable curiosidad; mientras su voz, impregnada de años de experiencia, revelaba la importancia de la tradición oral en la preservación de la cultura local.
La noche avanzaba y la fogata crepitaba más, creando un ambiente propicio para la reflexión. A medida que el calor de las llamas nos envolvía, comprendí que la historia del kharisiri es mucho más que un simple relato; representa un reflejo de la memoria colectiva.
Don Florencio mencionó que, durante un tiempo, la desconfianza se apoderó de la comunidad. La sospecha recaía sobre los propios comunarios, a quienes se señalaba por muertes misteriosas e inexplicables. Con el paso de los años, muchos de los pobladores emigraron a diversas ciudades en busca de nuevas oportunidades; mientras que otros fallecieron por su avanzada edad. Hoy en día, solo unos pocos permanecen en el lugar, testigos silenciosos de una tradición que parece desvanecerse junto con ellos.
El “santo remedio”
Recordó que, según los ancianos de la comunidad, la única manera de curar el mal provocado por el kharisiri era consumiendo el hígado o el corazón de una oveja negra. Este órgano debía ser cocido y, lo más importante, comido sin ninguna muestra de asco, ya que el éxito del remedio dependía de ello.
El anciano afirmó, con convicción, que había sido testigo de personas que mejoraban notablemente después de probar este “santo remedio”, demostrando el poder de la medicina ancestral, profundamente arraigada en las creencias y prácticas de la comunidad.
También destacó otra forma de curar esta aflicción: una medicina específica que se vende en pequeñas botellitas. Aseguró que es eficaz, siempre y cuando no haya pasado mucho tiempo desde que la persona comenzó a sentirse mal. Sin embargo, advirtió de que, si la dolencia ya se ha vuelto grave, el remedio puede no tener el efecto esperado.
—¿Cómo se usa esa medicina? —pregunté.
—Hay que calentarla en un vaso y aplicarla en todo el cuerpo de la persona afectada. Luego, debe abrigarse bien y meterse a la cama para que el remedio sea más efectivo. Si la causa era el kharisiri, la mejora era evidente poco después, explicó don Florencio con seguridad.
Además mencionó a una comunaria del pueblo, famosa por elaborar ese remedio. Justo ese día estaba presente su hija, quien había heredado la tradición de su madre y solía elaborar y vender esa preciada medicina, que muchos consideraban esencial para curar a aquellos que creían haber sido atacados por el khari khari.
Ya había oscurecido completamente y apenas se lograba percibir algunas luces a la lejanía. El anciano me indicó dónde vivía la comunaria, le pedí que me acompañara, a lo cual accedió. Llegamos a la casa de la señora que elaboraba las medicinas. La hija de la mujer explicó que, para muchos, el preparado no solo es un remedio, sino un símbolo de esperanza en la lucha contra el miedo que representa el kharisiri.
—Antes, cuando era más joven, me acuerdo que venían desde comunidades más lejanas para comprar la medicina —explicó.
Le pregunté de qué productos se preparaba, pero ella me respondió que desconocía los ingredientes, solo había escuchado rumores de su fabricación, además argumentó que ya no elaboran esa medicina.
—Se dice que para protegerse del khari khari tienes que llevar un ajo en el bolsillo, eso los aleja, expresó.
Su entusiasmo me hizo reflexionar sobre cómo las tradiciones y la sabiduría ancestral se transmiten de generación en generación, manteniendo vivas las creencias que forman parte del tejido social.
Cuando la luna brillaba en lo alto, quise retirarme, pero la señora me sugirió quedarme. Explicó que, como el pueblo es alejado, no había vehículos de transporte público a esa hora. Decidí pernoctar en el lugar y al día siguiente me fui muy temprano, en la primera movilidad que encontré.
De retorno a la ciudad de La Paz, tuve tiempo para reflexionar sobre lo aprendido. La historia del khari khari resuena en mi mente, recordándome la fuerza de la memoria colectiva y la manera en que cada comunidad preserva su identidad a través de la unidad y sus mitos.
Al final, no solo obtuve un conocimiento más profundo sobre el kharisiri, sino que también experimenté una conexión más íntima con un mundo donde las leyendas y las realidades coexisten. Cada historia, por más sencilla o mística que sea, se convierte en un testimonio de lo que esas comunidades han vivido y superado.
Escrito por Vilma Condori Loza para el suplemento Crónicas del periódico Ahora El Pueblo.