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(Foto: RRSS)

Más allá de Nutbush

“Cada uno de nosotros nace, creo, con una misión única, un propósito vital que solo uno mismo puede cumplir. Nos une una responsabilidad compartida: ayudar a que nuestra familia humana crezca más amable y feliz”. (Tina Turner)

La Paz, 10 de septiembre de 2023 (AEP).- Las líneas que siguen a continuación podrían ser parte de una novela de ficción, no lo es. El mundo está lleno de historias de mujeres que sobreviven a la violencia, a otras las consume el silencio, ese espacio que no suele ser llenado con nada más, algunas no viven para contar.

¿Quieres casarte conmigo?, le dijo él por segunda vez, la primera propuesta la hizo hace 23 años. Ambos se conocieron en el aeropuerto de Düsseldorf, Alemania, él era 16 años menor que ella, todo lo demás se parecería a una novela, no es necesario escribirlo, ella diría más tarde que fueron dos almas las que se encontraron aquella mañana, era amor.

Pero le dijo que no, a pesar que lo amaba. No, era la respuesta más correcta para lo que en ese momento sentía. Años después, otro tiempo, otra ciudad, otra gente, le haría decir que sí.

Pasaron un día entero en un barco, bajo una noche de luna llena y brisa suave, era el momento. Él se acercó a ella, se arrodilló, llevaba una cajita en la mano y le dijo: “Te lo he pedido antes. Ahora te lo vuelvo a preguntar: ¿Quieres casarte conmigo?”, ella acababa de cumplir 73 años, le dijo que sí.

Nadie, excepto ella, sabía que ese momento era especial en su vida porque jamás se había sentido una novia de verdad, a pesar que ya estuvo casada. Ike, su primer esposo, había cambiado todo en ella, incluso su nombre. Pero esa era la historia detrás, la que después se animó a contar.

Como una flor de loto

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Nació en una pequeña granja de Nutbush (1939) durante los últimos días de la Gran Depresión y los primeros de la Segunda Guerra Mundial, desde pequeña percibía una fuerza universal invisible, mientras caminaba por los pastos completamente abiertos todos los días y recogía algodón en los campos de Tennessee. Ante ese paisaje blanquecino que se asemejaba al cielo mismo soñaba con algún día estrecharle la mano a la reina de Inglaterra, entre otras cosas inverosímiles.

 “Los arcoíris más brillantes aparecen tras las tormentas más intensas. Magníficas mariposas surgen de los capullos más apagados. Y las flores de loto más bonitas nacen del lodo más profundo y espeso”, escribió en su diario, que después se convirtió en un libro.

El arcoíris, las mariposas y las flores de loto le recordaban que el mundo es una obra de arte mística, un lienzo en el que todos vamos pintando nuestras historias día a día. Lo recordaba, para mitigar en algo aquel racismo incontrolable de aquellos años, pero sobre todo la infelicidad que le provocaba el vivir con sus padres, quienes llevaban una relación tormentosa.

En su niñez tuvo que afrontar la indiferencia de su madre, que siempre fue emocionalmente distante, sin embargo, ese amor lo recibió de su abuela, Mama Georgie, gran amante de la diversión. Fue en una iglesia, a los ocho años, cuando descubrió el canto, lo que después le ayudó a sobrellevar el abandono de su madre y padre.

Al llegar a la adolescencia se trasladó a la ciudad, el ambiente bullicioso la motivó a visitar varios clubes nocturnos, pero fue en uno, Club Manhatan, donde conoció a dos hombres importantes en su vida, el saxofonista Raymond Hill, padre de su hijo Craig, e Ike Turner, líder de la banda Rocket 88. Fue él quien se convirtió en su mentor y lanzó su carrera musical. De pronto aquella niña desvalida de Nutbush se vio en un escenario, rodeada de luces brillantes, vestida con ropa buena, cantando como si no hubiera mañana. Era un sueño, pero como suele pasar, todo lo hermoso acaba algún día. Ike también se convirtió en su esposo, lo que le supuso una serie de calvarios, desde el cambio de nombre de Anna Mae Bullock por el de Tina Turner.

“Los labios rotos, los ojos morados, las articulaciones dislocadas, los huesos fracturados y la tortura psicológica se convirtieron en parte de su día a día. Me acostumbré a sufrir y traté de mantenerme cuerda, mientras lidiaba de algún modo con su locura. Sentía que no tenía escapatoria”, confesaría más tarde en su libro La felicidad nace de ti.

Al finalizar 1968, había llegado a un quiebre en su vida, se encontraba tan deprimida y abatida que no podía pensar con claridad. Intentó suicidarse, se tomó 50 pastillas para dormir, afortunadamente la gente que la rodeaba pudo auxiliarla, lo que le salvó de la muerte. Mucho después, en 1976, finalmente decidió poner fin a su matrimonio con Ike, fue un proceso largo que logró concretarse en 1978.

Tina continuó con su carrera en solitario, se convirtió en una leyenda de la música y un símbolo de lucha para las mujeres que sufren de violencia, sobre todo, después de la publicación de su libro I Tina que se convirtió en un bestseller y en el que detalla el abuso que sufrió. En 1991, Tina fue incluida en el Rock and roll hall fame en reconocimiento a su carrera en solitario.

Por eso, esa pedida de mano que llegó a sus 73 años era tan especial. Quizá porque el tiempo le había enseñado a disfrutar de su soledad, a salir adelante a pesar de la adversidad, a encontrar siempre el camino de la felicidad, aunque a veces cueste ver en medio de brumas, y en eso el amor tiene todo que ver.


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