Sus obras, el museo que resguarda su legado y la plaza dedicada a su nombre recuerdan la fuerza creativa y la huella internacional de la escultora boliviana.
Por: Jhosep Usnayo Sirpa (*)
El 12 de septiembre de 1995, la prensa boliviana abría su sección cultural con un titular que estre-mecía: “Llegaron los restos de Marina Núñez del Prado”. La noticia del periódico Hoy, informaba: “Los restos de la escultora boliviana Marina Núñez del Prado, fallecida el pasado sábado 9 en Lima, llegaron esta madrugada al Aeropuerto Internacional de El Alto en un vuelo regular de Lufthansa y luego fueron trasladados a la Casa Museo de Marina Núñez ubicada en Sopocachi”.
Ese registro de hace tres décadas narraba con solemnidad los homenajes póstumos que acompa-ñaron su partida: “Después de realizarse a las 15:00 de hoy una misa de cuerpo presente, los res-tos de la escultora serán trasladados a la Honorable Alcaldía Municipal de La Paz donde se le rendi-rá un Homenaje Póstumo (…) en que serán trasladados hasta el Cementerio General donde recibi-rán cristiana sepultura”.
La escultora boliviana Marina Núñez del Prado.
Hoy, en ese mismo Cementerio General, los restos de Marina reposan junto a los de su hermana Nilda Núñez del Prado, también artista, con quien compartió no solo la sangre y la familia, sino el amor por la creación y su madre, Sara Vizcarra Ibañez. El mausoleo se ha convertido en un espacio de memoria doble, donde cada septiembre se renueva el homenaje.
Su casa como guardián de la memoria
Treinta años después de aquella jornada de duelo, el país se encuentra en otra escena: la de la ce-lebración de su obra. El Centro Cultural Museo Marina Núñez del Prado (CCM-MNP), en Sopoca-chi, resguarda más de 3.600 piezas entre esculturas, colecciones familiares, fotografías y docu-mentos, además de mobiliario que perteneció a la artista.
Restaurada y ampliada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB), el centro cultural museo se consolidó como un espacio de doce salas y patios escultóricos donde se redes-cubre la universalidad de Marina: La escultora de Los Andes. La fuerza del basalto, la sensualidad del mármol, la ternura del bronce.
La Casa Museo de Marina Núñez ubicada en Sopocachi.
Una artista universal
Nacida en 1910 en La Paz, Marina Núñez del Prado trascendió fronteras desde la década de 1930. Sus esculturas se expusieron en galerías de Europa, América y Asia; en 1954 recibió la Condecora-ción Nacional Cóndor de los Andes y en 1986 se le otorgó la Gran Cruz de la Orden del Sol del Perú.
La prensa de 1995 la describía con afecto: “Una sonrisa que marcó a la escultura internacional”. Esa sonrisa, hoy evocada por quienes la recuerdan, sigue viva en obras icónicas como mujeres al vien-to, la maternidad y los cóndores, donde lo femenino, lo andino y lo universal se funden en un solo gesto.
La plaza que lleva su nombre
El mismo periódico de 1995 informaba que se había aprobado una ordenanza municipal para re-nombrar la plaza Kantutani como “Plaza de la Mujer – Marina Núñez del Prado” y colocar allí la escultura Mujeres al viento, que la artista había donado en vida. Ese deseo se concretó: hoy la plaza, situada en la zona de Seguencoma, se erige como un espacio público donde la obra de Mari-na dialoga con la ciudad.
Allí, el bronce de Mujeres al viento ondea como símbolo de libertad, de feminidad y de memoria colectiva, reafirmando a Marina como referente no solo de las artes, sino de la lucha y el reconoci-miento de la mujer en el espacio público.
Treinta años de ausencia, treinta años de presencia
En septiembre de 2025, se rindió un homenaje en el Cementerio General a Marina, con flores, palabras y silencios, se recordó la grandeza de la artista y la vigencia de un legado que no muere.
Si en 1995 la noticia concluía con solemnidad —“recibirán cristiana sepultura”—, hoy el eco es de permanencia: de una herencia que sigue viva en cada sala del museo, en cada escultura de la plaza, en cada recuerdo que se activa frente a la obra.
Treinta años después, Marina Núñez del Prado no es solo recuerdo, es presencia. Su centro cultu-ral, su plaza, su mausoleo compartido con Nilda y su madre son testigos de que el arte trasciende la muerte porque en cada bronce y en cada piedra, aún vibra esa “sonrisa que marcó a la escultura internacional”.
* Comunicador del Centro Cultural Museo Marina Núñez del Prado / Fundación Cultural Banco Central de Bolivia.
AEP