La jornada quedó marcada en la historia boliviana como un símbolo de la represión y el sacrificio de los mineros, cuyas luchas siguen resonando en la memoria colectiva.
En la noche de San Juan, el 23 de junio de 1967, bajo las órdenes del régimen militar de René Barrientos Ortuño, se desató un asalto brutal a los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi.
En la noche de San Juan, el 23 de junio de 1967, bajo las órdenes del régimen militar de René Barrientos Ortuño, se desató un asalto brutal a los campamentos mineros de Siglo XX y Catavi.
Esta operación represiva ocurrió en un contexto de intensas operaciones antiguerrilleras en el sudeste del país y en un momento en que el movimiento minero se preparaba para recuperar los derechos salariales que el propio presidente, surgido de un golpe militar en 1964, les había recortado.
El ampliado minero, convocado para el 24 de junio de 1967, planeaba acciones decisivas para enfrentar al Gobierno, recuperar derechos, apoyar al movimiento guerrillero de Ernesto ‘Che’ Guevara con medicinas y alimentos, y declarar a las minas como territorios libres.
La situación en los centros mineros era “tensa”, según describe el libro 1967: San Juan a sangre y fuego, de Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas.
A SANGRE Y FUEGO
En el ambiente se percibía una latente posibilidad de choques entre los mineros y el Gobierno.
Una fuerza militar se encontraba acantonada en Playa Verde, el puesto de control militar para los centros mineros, y los trabajadores pedían su retiro debido a las tentativas de represión y amenaza, especialmente contra los dirigentes. Movimientos de tropas en Oruro y Challapata aumentaban la tensión, según el relato en 1967: San Juan a sangre y fuego.
La política minera de oposición a la dictadura se convirtió en la excusa perfecta para que el Gobierno interviniera militarmente en los centros mineros más importantes.
“En realidad, el régimen intentaba a como dé lugar evitar la asamblea fijada para el 24 y 25”, indica el libro.
El ampliado minero no solo contaría con la asistencia de delegados de otras minas, sino también de otros sectores, como fabriles de Oruro y Cochabamba. Dirigentes y trabajadores alojarían por lo menos a una persona en sus casas.
La madrugada del 24 de junio, algunos mineros en las cercanías del ferrocarril observaron la llegada de las tropas y su desplazamiento. “Una fracción militar avanzó silenciosamente para posesionarse de la cumbre del cerro que domina Siglo XX; otra, la más fuerte, tomó posición en Cancañiri, y la tercera tomó El Calvario. La Guardia Nacional ya se encontraba en el centro del campamento minero”.
Domitila Chungara recuerda cómo el ataque comenzó: “Abrimos las puertas. Pero ni bien las abrimos empezaron a disparar. Ya estaban parapetados. Contra todo y contra todos disparaban (...) en ese tren tuvimos que corretear las mujeres para recoger y salvar a los heridos y evitar que los compañeros, ya eufóricos, quisieran ir a enfrentar esa lluvia de balas”.
RANGERS
Regis Debray escribe sobre el acto heroico: “La sirena de alarma sonó, y la sede del sindicato fue valerosamente defendida, con dinamita y algunos viejos fusiles máuser de la guerra del 14. De hecho, toda resistencia era inútil”.
Mientras esto ocurría en el centro del campamento, la Policía trataba de tomar la radio y el sindicato, y los Rangers descendían de las faldas del cerro San Miguel disparando.
El campamento La Salvadora, cerca de la estación de Cancañiri, fue el sector más atacado.
Los Rangers dispararon ante la sola presencia de los obreros que se dirigían a sus casas o a su trabajo.
Vidal Sánchez relata que este campamento trató de resistir, pero la ineficacia de la dinamita les hizo rendir.
El ataque a La Salvadora fue comandado por Alfonso Villalpando, mientras los soldados descendían en medio de ráfagas de ametralladora y disparos de mortero.
El sacerdote Gregorio Iriarte describe el ataque así: “La columna del centro al mando del mayor Pérez, totalmente equipada con armas automáticas, se deslizaba pausadamente en posición de combate (...).
Se internan en el campamento La Salvadora, que se convierte en la antesala del infierno (...) el campamento está envuelto en un espantoso tiroteo y el arma de cada soldado vomita ráfagas de muerte en cualquier dirección.
Las dos fracciones de apoyo también abren fuego sobre el campamento, creyendo que los soldados habían sido atacados. Las balas penetran en las casas por las ventanas y a través de los techos de zinc”.
VÍCTIMAS
El número exacto de víctimas nunca se supo con certeza. Las cifras oficiales cambiaban conforme pasaban las horas.
En la mañana del 24 de junio, el Ejército reportó 16 muertos y 27 heridos, como comunicaron los periódicos El Diario de La Paz y La Patria de Oruro. Posteriormente, agencias noticiosas como AFP, AP y UPI reportaron 21 muertos y 70 heridos. Luego se habló de 26 muertos, para concluir con la cifra oficial de 27 muertos y más de 80 heridos.
El ‘Che’ Guevara, desde Ñancahuazú, anotó en su diario del 25 de junio: “La radio argentina da la noticia de 87 víctimas, los bolivianos callan el número”. Regis Debray mencionó una cifra cercana a 70 mineros, mientras que Valentín Abecia estimó que murieron alrededor de 100.
La Paz/AEP