Desde su fundación, en 1985, El Alto ha desafiado el poder, ha redefinido su identidad y ha marcado el rumbo del país con su espíritu combativo y su constante transformación.
El Alto es sinónimo de lucha, identidad y transformación social. En sus 40 años de existencia dejó atrás la imagen de ‘ciudad dormitorio’ para convertirse en un epicentro de cambio político, económico y cultural, con una influencia determinante en la historia boliviana contemporánea. Su evolución es testimoniada por personajes clave como Santiago Sanga, uno de sus últimos fundadores vivos, y documentada en obras como Así nació El Alto, de Johnny Fernández
Rojas, que explora el tejido social y político que dio forma a esta urbe.
RAÍCES DE UNA CIUDAD REBELDE
El Alto nació del esfuerzo de hombres y mujeres que, con pico y pala, forjaron su destino en terrenos áridos y hostiles. Entre calles polvorientas y viviendas precarias, los primeros pobladores enfrentaron la carencia de servicios básicos con determinación.
Cada amanecer, la ciudad despertaba al sonido de martillos golpeando madera, y niños descalzos entre construcciones improvisadas. Las noches frías y ventosas, iluminadas solo por la tenue luz de mecheros incandescentes, eran testigos de reuniones vecinales donde se discutían estrategias para exigir agua potable, electricidad y educación.
Las dificultades eran extremas: el viento gélido que descendía de las montañas arrastraba el polvo de las calles sin asfaltar, hasta el punto de que el simple acto de caminar fuera un reto, en especial los días lluviosos.
Las familias encendían fogatas en el interior de sus viviendas para calentar sus espacios, con el riesgo de intoxicarse con el humo. Las mujeres, envueltas en mantas gruesas, preparaban el desayuno con lo poco que tenían, mientras los hombres se alistaban para otro día de arduo trabajo en fábricas, mercados o en la construcción de la urbe.
En entrevista con Ahora El Pueblo, Santiago Sanga, a sus 74 años, con sus manos agrietadas por los años de trabajo como electricista, albañil, entre otros oficios, recuerda los días en que debían caminar largas distancias para recolectar agua de piletas públicas.
A menudo, los más pequeños derramaban el líquido en el camino, recibiendo reprimendas de sus madres, mientras que la lluvia era vista como una bendición, pues permitía llenar baldes y ollas con el preciado recurso.
CAMINO HACIA LA AUTONOMÍA
El sueño de autonomía para El Alto nació de la indignación de sus habitantes, cansados de la indiferencia de las autoridades paceñas. Durante años, la ciudad sufrió el abandono institucional y la falta de representación.
La administración de La Paz no brindaba soluciones efectivas a sus necesidades, lo que llevó a la conformación del Frente de Unidad y Renovación Independiente de El Alto (Furia), fundado el 4 de agosto de 1984 en la zona 16 de Julio.
Esta organización fue encabezada por Miguel Aramayo Esquivel, junto a figuras clave como Anacleto Gonzales, René Valencia y Jaime Vilela.
El Alto en 1890 con el nevado de Huayna Potosí de fondo.
La lucha por la autonomía municipal no fue fácil. Los dirigentes de Furia convocaron a marchas multitudinarias, redactaron peticiones formales y enfrentaron represión por parte de grupos que intentaban frenar su iniciativa.
Las protestas se intensificaron en los últimos meses de 1984 y principios de 1985, con manifestaciones que culminaron en enfrentamientos en la plaza Murillo.
“Nos llamaban locos, decían que nunca lo lograríamos”, recuerda Sanga, quien fungió como secretario de actas de Furia.
Después de meses de presiones y negociaciones, finalmente el Congreso Nacional sancionó la Ley 728 el 6 de marzo de 1985, que establece la Cuarta Sección Municipal de la Provincia Murillo con su capital en El Alto. La emoción entre los dirigentes y vecinos fue indescriptible.
“Lloramos de alegría, gritamos de felicidad”, rememora Sanga. La noticia se propagó rápidamente y las calles de El Alto se llenaron de gente que celebraba el triunfo con música, banderas y abrazos. Se improvisaron fogatas y se compartieron bebidas, en un festejo espontáneo que duró hasta la madrugada.
DE LA MARGINACIÓN A LA DIGNIDAD
El Alto no solo consiguió su autonomía, sino que con el tiempo se convirtió en el epicentro de las movilizaciones sociales más trascendentales del país. Desde la Guerra del Gas, en 2003, hasta las recientes manifestaciones en defensa de la democracia, la ciudad demostró su capacidad de organización y movilización. Su lema, “El Alto de pie, nunca de rodillas”, refleja el espíritu combativo de sus habitantes.
A pesar del crecimiento desordenado, la identidad comunitaria se consolidó como uno de los pilares de la ciudad. Los mercados, convertidos en el motor de la economía local, exhiben la energía y vitalidad de El Alto. Allí, la voz de las comerciantes se entremezcla con el aroma de empanadas recién horneadas y del tradicional fiambre, una variante del apthapi del altiplano que incluye habas, papa, chuño, tortillas, huevo cocido y el infaltable ají amarillo o llajwa. A este paisaje se suma el incesante bullicio de los minibuses, cuyos voceadores anuncian destinos en un ritmo casi musical, que refleja el dinamismo y la esencia de la urbe.
Históricos dirigentes de Furia, frente de vecinos que consolidó la autonomía municipal de El Alto.
Las protestas por servicios básicos y mejores condiciones de vida se volvieron parte del sui géneris alteño. Cada huelga, bloqueo y marcha reflejaba la determinación de un pueblo que no aceptaba ser relegado a la periferia del desarrollo.
La ciudad también fue clave en la configuración del Estado Plurinacional. Su fuerte identidad aymara, combinada con su estructura vecinal y su economía basada en el comercio y la manufactura, desafió las narrativas tradicionales de desarrollo urbano en Bolivia.
EL PUEBLO QUE ESCRIBE SU PROPIO DESTINO
El Alto no es solo una ciudad; es un fenómeno social en constante evolución. Su historia es testimonio de la capacidad de un pueblo para resistir, reinventarse y forjar su propio destino. En sus calles, mercados y plazas, late el corazón de Bolivia, que recuerda que el futuro del país se construye con la determinación de quienes nunca dejaron de luchar.
Así nació El Alto, de Johnny Fernández Rojas, y el testimonio de Santiago Sanga refuerzan la importancia de esta ciudad en el devenir histórico del país. Ambos aportan una mirada fundamental sobre cómo una comunidad marginada se convirtió en una de las urbes más influyentes de Bolivia.
Desde sus raíces en la pobreza y la exclusión hasta su rol actual como motor político y social, El Alto demuestra que la verdadera transformación surge de la voluntad colectiva y el compromiso inquebrantable de su gente que siempre está de pie y nunca de rodillas.
AEP