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Ecos de la guerra y la advertencia del presidente Arce

En tiempos de incertidumbre internacional y con varios frentes de conflicto activos, la advertencia lanzada por el presidente Luis Arce sobre el riesgo de una tercera guerra mundial no puede ni debe ser desestimada.

Lejos de una postura alarmista, su declaración se inscribe en un análisis racional de la escalada geopolítica que tiene como epicentro el conflicto entre Israel e Irán y, como telón de fondo, una región marcada por décadas de violencia, ocupación, resistencia y guerra.

“Estamos viendo cómo se van gastando cientos y hasta miles de misiles, drones, y eso se hace con materia prima, con producción que viene de nuestros países”, dijo Arce, advirtiendo también sobre las consecuencias económicas que esta guerra está comenzando a generar, como el encarecimiento de insumos estratégicos.

El mandatario no solo plantea una preocupación desde el plano bélico, sino también desde la perspectiva de los países del sur global, cuya economía puede ser duramente afectada por el curso de decisiones tomadas en el hemisferio norte.

Las cifras son abrumadoras. Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó el sur de Israel y desencadenó una nueva guerra en Gaza, el número de muertos en el enclave palestino supera las 55.000 personas.

Entre ellas se cuentan más de 400 civiles que perdieron la vida en puntos de distribución de ayuda humanitaria, luego de la imposición israelí de un sistema de entrega militarizado operado por contratistas estadounidenses.

A este frente se han sumado tensiones crecientes con el Líbano, Siria, Yemen, Cisjordania y, más recientemente, con Irán.

El Estado israelí, bajo el gobierno de Benjamin Netanyahu, libra actualmente cinco guerras simultáneas, con un altísimo costo militar, político y social.

La presión interna crece mientras el número de soldados muertos y heridos se acumula, los misiles siguen cayendo, y las imágenes de destrucción alimentan el rechazo de una parte de la opinión pública internacional.

Frente a este escenario, la posibilidad de que el conflicto se internacionalice de forma irreversible ya no parece una hipótesis remota.

El involucramiento abierto de potencias regionales con capacidad nuclear y alianzas estratégicas con actores globales, como Estados Unidos y Rusia, transforma el conflicto en una amenaza de alcance mundial.

Arce advirtió de que, si no se actúa con responsabilidad y conciencia global, las consecuencias podrían ser devastadoras: “Es momento de reflexionar sobre lo que está pasando en el mundo entero”, insistió.

No está solo en su preocupación. Naciones Unidas, organismos multilaterales, gobiernos de América Latina y Europa, y una parte cada vez más visible de la sociedad civil internacional han manifestado alarma ante el rumbo de los acontecimientos.

Sin embargo, las respuestas diplomáticas han sido, en su mayoría, tibias o funcionales a intereses geopolíticos mayores.

Los ingredientes de una gran guerra están sobre la mesa.

Tensiones acumuladas, alianzas militares vigentes, armamento sofisticado disponible, proliferación de discursos nacionalistas y una falta preocupante de voluntad de diálogo. A esto se suma la presencia de arsenales nucleares, como el de Estados Unidos —aliado histórico de Israel—, que conserva más de 5.000 ojivas nucleares, incluida la bomba B83, con una potencia 80 veces superior a la lanzada en Hiroshima.

El mundo se encuentra en una encrucijada peligrosa, y la advertencia de Arce expresa un llamado a actuar antes de que sea demasiado tarde.

No se trata de tomar partido por uno u otro bando. Se trata de defender la vida, el derecho internacional humanitario y la paz como principio irrenunciable.

Frente al silencio de algunos gobiernos, la indiferencia de ciertos organismos multilaterales y la saturación informativa que banaliza la tragedia, es necesario recuperar la lucidez y el coraje para exigir soluciones diplomáticas, negociaciones multilaterales y un alto al fuego inmediato.

Luis Arce, desde el sur global, ha puesto el dedo en la llaga: si el conflicto se profundiza, el planeta entero sufrirá las consecuencias. Su advertencia no es solo un análisis geopolítico, es una apelación ética y política.


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