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Guerra civil: inaceptable retórica incendiaria

En un momento difícil para la democracia boliviana, nos encontramos lamentablemente ante un escenario que amenaza con sumir al país en una espiral de conflictividad social sin precedentes. La decisión de Evo Morales de convulsionar la ciudad de La Paz con su marcha y su determinación de iniciar un bloqueo nacional de caminos son acciones que no solo ponen en riesgo la estabilidad del país, sino que revelan una preocupante falta de visión democrática.

Es profundamente inquietante observar cómo el expresidente está dispuesto a sacrificar la paz social en el altar de sus ambiciones personales. Las amenazas veladas de "guerra civil" y "baño de sangre" proferidas por sus voceros son inaceptables en cualquier contexto democrático y deben ser condenadas enérgicamente.

Debemos ser claros: una guerra civil no es un juego retórico ni una estrategia política. Es el enfrentamiento trágico entre hermanos, un desgarramiento del tejido social que deja cicatrices que perduran por generaciones.

El presidente Luis Arce ha sido categórico al afirmar que no permitirá que Bolivia se sumerja en tal catástrofe, una postura que merece el apoyo de todos los sectores comprometidos con la paz y la estabilidad del país.

El llamado al diálogo del Defensor del Pueblo representa una oportunidad para desescalar las tensiones. Es importante que el presidente Arce aceptara esta convocatoria sin condiciones, demostrando una madurez política que contrasta marcadamente con la intransigencia de Morales.

La negativa del expresidente a participar en este diálogo, a menos que se realice en sus propios términos, revela una peligrosa rigidez que pone en riesgo la convivencia democrática.

Es importante recordar que la Constitución Política del Estado, promulgada por el propio Morales en 2009, establece claramente los límites de la reelección presidencial.

La insistencia en forzar una nueva candidatura no solo viola el espíritu de esta carta magna, sino que también socava los principios democráticos que deberían ser el cimiento de cualquier sociedad moderna.

El pueblo boliviano merece líderes que prioricen el bienestar colectivo por encima de las ambiciones personales. La obsesión electoral y la sed de poder no pueden ser justificación para poner en riesgo la paz social y el desarrollo económico del país.

Bolivia necesita unidad, no división; diálogo, no confrontación; y sobre todo respeto por las instituciones democráticas y el Estado de derecho.

Es urgente que Evo reconsidere su postura, abandone la retórica incendiaria y se sume al diálogo propuesto por el Defensor del Pueblo. La grandeza de un líder se mide no solo por sus logros en el poder, sino también por su capacidad de reconocer cuándo es el momento de dar un paso al costado por el bien mayor de la nación.

Los bolivianos debemos mantener la calma y rechazar cualquier llamado a la violencia o la confrontación. El futuro de Bolivia está en juego.

Es hora de que prevalezcan la razón y el diálogo por encima de las ambiciones personales y las luchas de poder.


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