En un giro que podría considerarse la mayor ironía de la política boliviana reciente, el otrora líder del Proceso de Cambio, Evo Morales, parece haber caído en la trampa que juró combatir: convertirse en un instrumento de los intereses imperialistas que tanto denunció.
Las recientes declaraciones de la ministra de la Presidencia, María Nela Prada, arrojan luz sobre una realidad incómoda pero innegable.
Evo Morales, en su obsesión por recuperar el poder, está adoptando prácticas que no solo socavan los logros de su propio legado, sino que además juegan directamente a favor de los intereses geopolíticos de potencias como Estados Unidos.
Es particularmente revelador que la jefa del Comando Sur de EEUU, Laura Richardson, haya destacado la importancia estratégica de Bolivia, especialmente en lo que respecta al litio.
¿No es acaso una cruel ironía que las acciones de Morales, al desestabilizar el gobierno actual y retrasar la industrialización, estén allanando el camino para que intereses extranjeros puedan tener mayor injerencia en estos recursos estratégicos?
La acusación de que Morales está adoptando prácticas fascistas no es baladí.
La creación de listas de "traidores", la expulsión de disidentes y las amenazas de violencia son tácticas que recuerdan más a regímenes autoritarios que al líder progresista que alguna vez fue.
Este giro hacia métodos represivos no solo erosiona la democracia interna del Movimiento Al Socialismo, sino que también proporciona munición a aquellos que buscan desacreditar los movimientos progresistas en toda la región.
Más preocupante aún es la convergencia discursiva entre Morales y la derecha tradicional boliviana. Esta alianza tácita solo puede beneficiar a aquellos que desean ver fracasar el proyecto de transformación social y económica que encara el presidente socialista Luis Arce.
Al alinearse —aunque sea indirectamente— con figuras como Carlos Mesa y Fernando Camacho, el expresidente está jugando peligrosamente con fuerzas que podrían revertir los avances logrados durante su gestión y la de su sucesor.
La advertencia de Prada sobre los riesgos para la continuidad del Proceso de Cambio no debe tomarse a la ligera. Si Morales persiste en su curso actual, corre el riesgo de convertirse en el catalizador de un retroceso que podría abrir las puertas a una mayor influencia estadounidense en la región, especialmente en sectores estratégicos como el del litio.
Es hora de que Morales reflexione profundamente sobre su actitud virulenta.
¿Será recordado como el líder que consolidó un Proceso de Cambio en beneficio del pueblo boliviano o como aquel que, cegado por la ambición personal, terminó sirviendo a los mismos intereses que juró combatir? La historia juzgará sus acciones y, por ahora, la balanza parece inclinarse peligrosamente hacia esta última opción.
Bolivia se encuentra en una encrucijada. El camino que tome Morales no solo definirá su propio legado, sino que también podría determinar el futuro geopolítico de la nación y su capacidad para resistir las presiones imperialistas.