La reciente condena de la ONU al ataque aéreo israelí en una zona humanitaria de Gaza es un sombrío y recurrente recordatorio de la catástrofe que se desarrolla ante nuestros ojos.
Con más de 41.000 vidas palestinas perdidas, según el Ministerio de Salud de Gaza, nos enfrentamos a una crisis humanitaria de proporciones inimaginables, una que desafía los principios más básicos de la humanidad y el derecho internacional.
El secretario general de la ONU, al expresar su profunda alarma por la continua pérdida de vidas en Gaza, pone de manifiesto la gravedad de la situación.
Su condena al ataque en una zona específicamente designada para personas desplazadas en Jan Yunis enfatiza la naturaleza atroz de estas acciones.
El uso de armas pesadas en áreas densamente pobladas no solo es "inconcebible", como señala la ONU, sino que roza lo criminal.
La destrucción de 20 tiendas de campaña de refugiados, resultando en 40 muertes y 60 heridos, es un acto que desafía toda justificación moral o militar. Aunque Israel afirme haber atacado un supuesto centro de mando de Hamás, la desproporción entre el objetivo declarado y el costo en vidas civiles es abismal.
Es innegable que el ataque de Hamás del 7 de octubre fue un acto de terrorismo condenable que causó un profundo dolor al pueblo israelí. Sin embargo, la respuesta de Israel ha cruzado hace tiempo la línea entre la autodefensa legítima y lo que muchos consideran un castigo colectivo contra la población civil de Gaza.
Con casi 95.000 heridos y la infraestructura de Gaza reducida a escombros, nos enfrentamos a una crisis humanitaria que perdurará durante generaciones.
La falta de distinción entre combatientes y civiles en los ataques israelíes ha borrado cualquier pretensión de una campaña militar precisa y ética.
La comunidad internacional clama por un alto el fuego inmediato y un retorno a la solución de dos Estados aprobada por la ONU en 1947. Este llamado no es solo una necesidad política, sino un mandato moral para detener el derramamiento de sangre y sentar las bases de una paz duradera.
Es hora de que la comunidad internacional pase de la retórica a la acción concreta. Las sanciones económicas, el embargo de armas y la presión diplomática deben aplicarse con firmeza para obligar a un cese inmediato de las hostilidades. La protección de los civiles debe ser la prioridad absoluta.
El mundo no puede seguir siendo testigo pasivo de este genocidio. Cada vida perdida es una tragedia, cada niño que perece bajo los escombros es un fracaso colectivo de nuestra humanidad. La historia juzgará duramente a aquellos que permanecieron en silencio o inactivos frente a tal atrocidad.
Es importante que se establezca un corredor humanitario seguro y permanente, que se permita la entrada de ayuda sin restricciones, y que se inicie un proceso de reconstrucción y reconciliación.
La paz en Oriente Medio es una necesidad urgente para la estabilidad global. El camino hacia ella será largo y difícil, pero debe comenzar ahora, con un alto el fuego inmediato y un retorno a la mesa de negociaciones.