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Horacio Torvisco Pulido

Apocalipsis versus responsabilidad

El desconocimiento de la realidad, cada vez más acusado, viene estimulado entre otras cosas, por la creciente expansión de los discursos apocalípticos que se expanden como una mancha de aceite, creando confusión, temor y simplismo analítico.

Unos discursos que se caracterizan por un reduccionismo moral y político, donde solo existen los “buenos (los míos)” y los “malos (los otros)” en estado puro, los matices sobran. Esto deja a la ciudadanía la única opción de adherirse incondicionalmente a uno de esos dos falsos e inexistentes bandos tal cual son presentados. Con ese simplismo analítico se persigue anular la capacidad crítica de la ciudadanía, fomentando, sin embargo, de forma crujiente, la adhesión tribal sin complejos ni dudas a “certezas” preconcebidas interesadamente.

Este escenario “binario” tiene una vertiente en la actualidad, en todo lo que concierne a la tecnología digital ya su producto estrella, la Inteligencia Artificial (IA). El gran reto que concierne a todos no es elegir, como así nos inducen interesadamente, entre aceptar acríticamente y sin dudas las estrategias de las grandes tecnológicas, visión “moderna” o negar absolutamente la utilidad social de la IA, visión “ludita”. Eso lo único que pretende es meter a la ciudadanía en una determinada trinchera ideológica, que recuerda el viejo debate que parecía resuelto pero que vuelve a surgir con fuerza, entre los denominados tecnófilos contra los denominados tecnófobos, algo que ya mostró en su momento ser un debate poco fructífero y yo diría falso.

La realidad exige, cada vez con más urgencia y rigor, establecer un diálogo dinámico y en igualdad de condiciones donde no solo hablen los lobbies sino la sociedad en su conjunto, en una visión multidisciplinar, donde se valoren distintos puntos de vista que puedan arrojar entendimiento y sobre todo sensatez en un asunto donde pocos, incluidos los expertos, tienen claro el discurrir futuro de esta tecnología, que como todos los futuros, además, habrá que construir.

Un diálogo que tiene que surgir de la mano de una “ética de la responsabilidad” que concierne a todos, comenzando por los científicos y expertos en tecnología que deben entender, que más allá de su dependencia profesional y salarial de instituciones, sean estas privadas o públicas, se deben sobre todo a la sociedad y es a ella y no de forma subalterna, ante la que deben rendir cuentas deontológicas de su actividad, al tiempo que divulgan su saber de forma sencilla para que la ciudadanía encare estos nuevos retos con un mayor conocimiento. Los científicos, además, tienen que entender que su trabajo no culmina con los resultados y experimentos del laboratorio tal como son revelados en un tubo de ensayo o en una maqueta, son, además, elementos que modifican las relaciones económicas, culturales y laborales de una sociedad, creando nuevos contextos y experiencias que deben ser evaluados en una especie de feedback de tal forma que “experimento técnico” y “experiencia social” formen parte del mismo proceso. En definitiva, la tecnología no debe ser reducida a una especie de “razón instrumental” de artefactos que funcionan con  meras infraestructuras, sino que debe ser entendida como un elemento que configura lo social.

También y de forma primordial, concierne al ciudadano medio, el cual a lo largo de su vida toma decisiones con su forma de consumir que tienen una gran influencia en el desarrollo económico, social y tecnológico en cada momento. No es casualidad los ingentes recursos que las empresas dedican a moldear el gusto y el consumo de esa ciudadanía, con el único afán de que se convertirán en «animales consumistas y acríticos» anteponiendo a su perfil político ciudadano el de meros clientes, o de unos usuarios sumisos con el poder del marketing que generan las grandes multinacionales tecnológicas. De ahí la importancia de contextualizar en un plano social, asociativo y responsable su libertad a la hora de consumir.

Finalmente, los poderes públicos democráticos, como representantes de la ciudadanía, deben ser especialmente cuidadosos en sus decisiones mirando por el bien común, no solo por el de los grandes consorcios digitales que es lo que se percibe en demasiadas ocasiones, por muchas presiones que reciben de las grandes tecnológicas, que en el caso de las de Estados Unidos, son muy potentes, están considerados el segundo grupo de presión más importante de Bruselas después de la banca, según datos de las asociaciones Corporate Europe Observatory y Lobby Control.

Aunque no en la misma proporción, como es lógico, todos somos importantes individual y colectivamente y todos debemos implicarnos. Parafraseando al admirado poeta español Blas de Otero “…aquí no se salva ni Dios…” a la hora de implicarse.

Por: Horacio Torvisco Pulido/


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