En Francia triunfa en segunda vuelta la izquierda y la centroizquierda del Nuevo Frente Popular. Segundo Macron. Tercero la ultraderecha de Le Pen. El modo en que se tejió el llamado cordón sanitario podría contener varias enseñanzas, más allá de cómo avancen ahora la negaciones para armar el nuevo gobierno.
1. No es verdad que la tendencia de la derecha radicalizada que se impone en Europa y en muchas partes del mundo sea lineal y homogénea. Ya en México y en Gran Bretaña se pueden ver antecedentes que contrarrestan el fatalismo político.
2. Se hace claro que los triunfos de la ultraderecha no se comprenden solo —ni mayoritariamente— por la dimensión global. La internacional negra no lo explica todo.
3. Las teorías progresistas que ofrecen una explicación estructural al irrefrenable triunfo de la extrema derecha tienen que despejar el tufillo de autojustificación de sus propias derrotas.
4. ¿Qué aprendemos desde Argentina? Para decirlo de modo simple: más que una “lección Macron” hay una “lección Melenchón”. Esa lección consta al menos de tres capítulos centrales: I. Fue desde la izquierda que se brindó la clave para actuar en bloque con el centro contra la derecha neonazi en solo una semana; II. Esa capacidad táctica fue llevada a cabo por una fuerza que posee un nombre político extraordinario. La Francia Insumisa es mejor nombre que Podemos (por más que la experiencia de Podemos haya sido su inspiración): ¿quién en la Argentina podría usar verdaderamente hoy ese nombre?; III. La derecha se hace tendencia global, pero solo a partir de ser ante todo una realidad nacional. No hay excusa para no enfrentarla en el nivel de la política nacional.
En Argentina no hace aun dos años que CFK denunció que había un “estado paralelo”, una “justicia mafiosa” y unos poderes comunicacionales que se habituaron a hacer de los líderes políticos inofensivas “mascotas”. Desde entonces el entero arco peronista-progresista —que no es precisamente pequeño ni insignificante— entró en la más duradera de las perplejidades. La perplejidad es un estado de la mente y de la voluntad. Un desconcierto cognitivo y una incapacidad momentánea para afrontar contradicciones decisivas, un estupor de la mente y un quedar a medio camino en el plano de la acción. Este arco peronista-progresista se engaña a sí mismo al atribuir su desconcierto al triunfo de Milei. Es al revés: fue su incapacidad para resolver el problema que los poderes neoliberales les imponen al funcionamiento democrático de una sociedad el que lo sometió a la parálisis física y mental. Como ha quedado a la vista, si el arco peronismo-progresista sigue su camino sin proponerse romper ese orden que la Vice denunció con nitidez, acabará por confirmarse a sí mismo como triste término de ese orden de cosa. Si decidiera en cambio elaborar un programa que lo convierta en un instrumento capaz de plantear que el estado de cosas actual es irrespirable y que hay que transformarlo de modo decidido, debería aceptar la amarga digestión que supone asimilar aquel diagnóstico de 2022. Para decirlo con lenguaje clásico: asumir las “tareas democráticas” del momento supone poco menos que implementar un dispositivo cuasi revolucionario.
Pero para complicar aún más las cosas, Milei ocupó plenamente el espacio la revolución como una comedia. Ya no hay espacio para la radicalidad como parodia. El “como si” de la ruptura ya encontró un actor inigualable. Si se desea actuar la ruptura no queda otra que hacerlo en serio. Para que tal cosa ocurra —para conectar con el dramatismo perdido— debería producirse una acelerada mutación del tono y de la disposición del arco democrático popular. Y como sabemos demasiado bien esa metamorfosis sólo puede promoverse de arriba para abajo —único modo en que ese espacio político funciona—, por lo que debería partir de la propia CFK. ¿Está realmente convencida la máxima referente de espacio en retomar aquel hilo dramático que ha desaparecido del color de su voz durante sus últimas intervenciones públicas (que van de la clase magistral a la conversación casi)? Quienes sugieren el camino de “aprender de Milei” (representar el papel de la radicalización recitando una doctrina) se disponen a ser personajes de una farsa. Fue Milei quien luego de tomar la historia universal como comedia dio el paso a hacer de su propia comedia una historia universal en la que las izquierdas, los peronismos y los progresismos juegan el papel de penosas caricaturas. En la Argentina actual las cosas no se repiten como en el 18 de Brumario sino como en El día de la Marmota. A Hegel le podemos perdonar haber olvidado decir que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Lo que no es tan fácil es perdonar es que Marx haya omitido decir que la historia puede repetirse como farsa, una y otra vez, hasta devenir en tragedia. Es la ausencia de dramatismo frente a la destrucción del país más que la abundancia de streaming con onda lo que marca y caracteriza la llegada a este infame 9 de julio.