Con los últimos acontecimientos políticos y sociales que han ocurrido en Argentina, el mundo se pregunta hacia dónde se dirige el país otrora llamado ‘granero del mundo’.
Y no nos referimos únicamente al contundente avance, el domingo pasado, del derechista radical y ultraliberal Javier Milei en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), sino a un conjunto de hechos que dan cuenta de la emergencia de un nuevo panorama político en el que su institucionalidad hegemónica, representada en el peronismo, y en menor medida, en la derecha tradicional, parecen estar en declive.
Así, volvemos, como en los primeros años del siglo XXI, a una situación de inestabilidad política en la que la gente reclama un cambio radical.
Pero a diferencia de 2001, en el que las masas salieron a la calle a gritar “¡Que se vayan todos!”, el cambio de sentido en las urnas electorales da cuenta de que la rabia explosiva ha tenido, en esta oportunidad, un cauce político en la candidatura de Milei.
Jujuy como rostro de la Argentina profunda
Mientras tanto, otro país también se levanta. Desde junio, las revueltas populares en Jujuy han mostrado otra estética, otro rostro de lo que está palpitando en la Argentina profunda.
Los viejos y nuevos movimientos sociales que vienen emergiendo bañan a Argentina de una subjetividad no solo diferente sino antagónica a la de Milei.
Para contrarrestar una reforma constitucional regional, las organizaciones sociales de Jujuy han llevado a cabo un proceso de rebelión, que comenzó en la alejada provincia, pero que ha llegado a Buenos Aires por medio de largas marchas.
Esta explosión hace resurgir una Argentina escondida, que el resto del mundo no conoce.
Por eso, a pesar de las pocas imágenes y de la poca divulgación sobre los sucesos en Jujuy y sus consecuencias en la capital, estos actos generaron mucha sorpresa, debido a que estaban impulsados por un sujeto rural, indígena y campesino, que revela el trasfondo de una situación social que el mundo ignora, y que dista de la ‘argentinidad porteña’.
Crisis en el peronismo
La caída electoral del peronismo, el domingo pasado, da cuenta de que la identidad histórico-política más asentada y abarcante de la Argentina sufre un quiebre, no solo del movimiento sino de la institucionalidad política toda, que ha sido sacudida. Y eso no es cualquier cosa. El peronismo no se inició con el kirchnerismo, sino que es un movimiento que ha ocupado los nervios de la política argentina desde hace casi 80 años.
El peronismo logró interpretar el alma argentina durante ocho décadas y eso es lo que podría estar perdiendo: su capacidad de ser el intérprete, por excelencia, del tejido sociopolítico argentino.
Si en las presidenciales del 22 de octubre el peronismo repite su actuación de este domingo, ya no podrá ser considerado el ventrílocuo de la esencia política argentina y corre el riesgo de no llegar siquiera al balotaje.
Aunque, hay que advertir, si algo sabe hacer el peronismo es salir de la derrota, de las catacumbas, reinventarse y volver a interpelar a los sectores populares ante el auge de un liderazgo radicalmente liberal, que va a trastocar todo el sistema de apoyo social que el peronismo y la democracia argentina han instalado en la sociedad.
El avance de Milei
Lo que se le propone al país con la ‘salida Milei’ no es tanto una opción electoral, sino un rumbo crítico y radical de altísima confrontación social.
Una cosa es ganar elecciones ante una muchedumbre rabiosa y otra poder mantener el empuje después de tomar el gobierno. Milei podría tener éxito al parar la inflación, dolarizar la economía y al aplicar medidas liberales que destranquen el sistema económico argentino actualmente desestabilizado. El problema es: ¿a costa de qué?
Algunas de las medidas que dice que va a tomar, como eliminar los ministerios de Educación, Salud, Cultura y Trabajo (entre otros), darle un vuelco a la política social, eliminar ayudas y disolver derechos, significan una afrenta a los movimientos sociales argentinos, nuevos y tradicionales. Todo este paquete de medidas que, como ha dicho él mismo, es más severo que el que pide el Fondo Monetario Internacional (FMI), obviamente va a traer un altísimo nivel de conflictividad, que vuelve a recordar los años del expresidente Carlos Menem (1989-1999), justo antes de las revueltas de 2001.
Es decir, lo que implicaría la llegada del flamante candidato es una gran “guerra social” y no solo política —expulsando a “la casta”—, que va a llegar a lo más profundo del tejido cotidiano porque habrá un vuelco económico en favor de las clases adineradas, pero en una situación en la que la pobreza aumenta, la producción disminuye y la desigualdad se dispara. Esto va a calentar las calles en una situación de crisis inigualable.
Aquí es donde las manifestaciones de Jujuy nos están indicando un camino, produciendo un destello del tipo de movilizaciones que podrían surgir en Argentina. Ya no hablamos del cacerolazo de la clase media en 2001, pero tampoco de las movilizaciones del movimiento obrero típico de la Argentina peronista. Estamos hablando de algo nuevo que no necesariamente estará mediado por las formas políticas actualmente existentes.
Las nuevas subjetividades en emergencia —que incluye nuevos sujetos, pero también tradicionales, como sindicatos y magisterios— van a comenzar a defender sus derechos y el choque será inminente si la gestión de un hipotético gobierno de derecha radical se va de bruces con un paquete que no pueda asimilar el pueblo argentino.
Oportunidad para el peronismo
Es en esa virtual situación en la que el peronismo podría reinventarse, como ya lo ha hecho en múltiples ocasiones. Pero para hacerlo necesita comprender qué está cambiando en la esencia política argentina y deberá reinterpretar la situación para rediseñar su propuesta.
La gente está pidiendo un cambio radical en medio de un descontrol económico brutal. El tema es hacia dónde se dirige ese cambio.
Cuando la gente se dé cuenta de hacia dónde se dirige la política de Milei, con su paquete económico, estaremos entrando en una situación en la que la conflictividad puede mostrar un definitivo nuevo rostro de la Argentina, que aún no conocemos.