En Bolivia, las recientes manifestaciones y bloqueos orquestados por los lacayos de Evo Morales exponen una crisis que va mucho más allá de la política.
Se trata de una batalla entre el país que aspira a ser una verdadera democracia y quienes, cegados por la manipulación, defienden lo indefendible: a un hombre acusado de crímenes gravísimos, que hoy pretende burlar la justicia y volver a la presidencia. Morales, señalado por delitos de estupro y trata de personas, ha mostrado en repetidas ocasiones su desprecio por las leyes bolivianas y, al ver su poder amenazado, ha optado por paralizar al país, afectando a los mismos bolivianos a quienes dice representar.
El hecho de que un personaje con tales acusaciones logre aún movilizar a miles de personas es un síntoma de la decadencia moral de algunos sectores. La gente que defiende a Morales no tiene argumentos sólidos; se basa en lealtades ciegas y fanatismo. ¿Qué se puede decir para justificar la defensa de alguien que abusa de menores y usa a sus seguidores como carne de cañón en su guerra personal contra la justicia? Estas personas han perdido el sentido de la moral y la dignidad. Intentan defender lo indefendible, y al final solo exhiben su ignorancia y su falta de criterio al quedarse sin respuestas cuando se les cuestiona.
Mientras Bolivia vive esta tragedia, Morales no muestra remordimiento ni intención de enfrentar sus responsabilidades. En cambio, se presenta como una “víctima” y exige que se cumplan sus caprichos. No puede ser que un violador pretenda ser presidente, ni que su entorno de abogados y defensores aplaudan sus acciones con absoluta falta de ética. Morales debería estar en la cárcel, no orquestando bloqueos y generando sufrimiento en el país que un día gobernó. La impunidad no puede tener lugar en un país que aspira a la justicia y el desarrollo.
Lo más indignante es el contexto en el que estos bloqueos ocurren. Bolivia, un país enclaustrado, ya sufre restricciones geográficas y políticas para acceder al comercio y la prosperidad. Y, aun así, hay quienes, en su ceguera, promueven bloqueos internos que cierran las vías, dejando a pueblos enteros sin acceso a combustible, alimentos y atención médica. En lugar de trabajar por una Bolivia conectada y progresista, los lacayos de Morales muestran que son capaces de poner su ignorancia por encima del bien común, dañando a sus propios compatriotas.
Los que apoyan a Morales, en realidad, no tienen ni moral ni neuronas para comprender el daño que causan. Se han vuelto tan atrevidos como ciegos, incapaces de ver la atrocidad que perpetúan. No les importa el sufrimiento de los bolivianos que quedan atrapados entre los bloqueos, solo les importa cumplir las órdenes de un caudillo que los usa para su beneficio personal. Son atrevidos, carentes de principios y de lógica. Sus respuestas, cuando se les pide justificar su apoyo, son vacías, inconsistentes. ¿Cómo pueden defender a alguien que violó la ley y luego intenta subvertirla para mantenerse fuera de la cárcel?
Es hora de que Bolivia rechace a estas minorías fanáticas que intentan dominar con el caos. Si el Gobierno no actúa, el país corre el riesgo de quedar sometido a los caprichos de Morales, quien parece estar dispuesto a destruir el orden social en nombre de su impunidad. El país necesita de una intervención decidida para restablecer el respeto a la ley y el orden. Estos bloqueos deben ser levantados sin condiciones, y Morales debe enfrentar la justicia como cualquier otra persona.
Bolivia debe despertar y comprender que su futuro está en juego. Morales y sus defensores representan el pasado, un pasado de corrupción, de violencia y de abuso de poder. Los bolivianos no pueden permitir que estos personajes sigan controlando el destino del país. Es momento de actuar, de dejar de ser rehenes de un delincuente y de rechazar con fuerza y decisión el veneno de la impunidad que, de no ser erradicado, seguirá contaminando a nuestra sociedad.
Escrito por Miguel Clares.
