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Xavier Lasso

Ecuador: devolver la dignidad y enterrar el odio

Nunca digas te amo; di siempre te amaré. Le dice el poeta a Mario en la película La ardiente paciencia. La vi de vuelta porque un estratega de campañas políticas me recomendó hacerlo para intentar entender que también en el consciente colectivo se acomoda mejor la promesa.

En Ecuador, mi país, se había establecido con cierta holgura un escenario electoral que beneficiaba a Luisa González, la candidata del progresismo, la de la RC5, Revolución Ciudadana listas 5, con Rafael Correa y su abarcadora presencia.

Tenía que pasar algo muy potente, inesperado, algo como un tsunami, algo que arrasara lo que ya la gente empezaba a decidir. Luisa tenía antes del asesinato de Fernando Villavicencio una intención de voto cercana al 44% y estable. Eso no dejaba dormir a la política del odio y empezaron entonces las macabras planificaciones.

Diez días antes del encuentro con las urnas pusieron en marcha el complot que terminó con el vil asesinato del candidato Villavicencio, también de la derecha, que había hecho muchas denuncias, sobre todo contra Rafael Correa, pero sin exhibir prueba alguna.

Luego el supuesto debate, organizado por el CNE (Consejo Nacional Electoral), que tendió una trampa a la única candidata que tenía mucho que perder, porque fue ahí donde Luisa González se refirió más al pasado que a las promesas que el progresismo siempre podrá cumplir, porque el neoliberalismo nos destroza, nos aniquila, nos desprecia. Te devolveré la dignidad, la educación, la salud, activos que cuando son privatizados se alejan de la gente. Los ricos, los millonarios, los empresarios sin alma, sin una pizca de conciencia social, usarán sus clínicas, sus colegios, sus universidades, preferentemente afuera y que nunca estarán disponibles para los pobres.

Pocos días quedaron para la recuperación, que empezó a sentirse cuando la narrativa de los medios del establishment se agotó y aparecieron, aunque veladamente, los signos de la perversa manipulación orquestada por lo más macabro de la derecha ecuatoriana, los medios incluidos.

Luisa González ha quedado primera, 33,49 % del total de los votos; Daniel Noboa, de 35 años, hijo de uno de los ecuatorianos más ricos, con una fortuna heredada, levantada desde las plantaciones bananeras, ha obtenido el 23,48%. (Además él nos trajo el peor clientelismo político, regalando colchones, comida y otras sobras que las repartió a lo largo del territorio)

Se verán las caras en octubre. Será esa otra contienda en donde la derecha tenderá a unirse, cerrará filas alrededor del joven Noboa que, hay que decirlo, no destiló veneno en el debate de marras, eso lo hizo distinto y eso, quizá, explique en parte su brutal crecimiento electoral.

Ahora le toca al progresismo convocar a los sectores con los cuales deberá forjar alianzas, ya no puede postergar el trabajo político con el potente movimiento indígena.

Se ha tendido a enterrar a los odiadores, los mentirosos, los que han llevado a un nivel de miseria a la política. Ojalá que ese entierro haya sido boca abajo, única manera de hundirse más si osan hablar. Son ellos los que profundizarán su tumba, simbólica, política.

La promesa entonces, sustentada en comportamientos históricos, estará en juego en este Ecuador que debe asirse a quien más pueda ofrecer desarrollo humano, tejido social, inversión social. El puro capital y su especulación financiera es nuestra destrucción y pesadilla.


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